Alejandro Lodi
(Octubre 2017)
Hemos considerado el tránsito de Urano a Sol-Luna de Argentina, pero no
es la única incidencia uraniana relevante del momento. En 2017 transita la
cúspide de casa VII, en oposición a Júpiter, que transita la cúspide de la casa
I. Es decir, en 2017 Urano transita el Descendente mientras hace oposición a
Júpiter, que transita el Ascendente en Libra de Argentina.
Que Júpiter y Urano se opongan en el cielo no es un hecho tan peculiar.
Ocurre cada 13-14 años. Lo que sí resulta altamente relevante es que esa oposición
se dé en el eje I-VII, mucho más si se trata de un Ascendente en Libra.
¿Qué significa la casa VII en astrología mundana? De acuerdo con los
textos clásicos, las relaciones exteriores, el vínculo con otras naciones,
el estado de las relaciones internas de la sociedad, el encuentro de las
diferencias o el efecto desintegrador de las mismas, la armonía cooperativa
entre grupos diversos tanto como las organizaciones antisociales y los
enemigos públicos, los matrimonios y los divorcios. Tal como en la
astrología aplicada a personas individuales, la casa VII refiere al vínculo
con el otro.
Que Argentina sea Ascendente en Libra implica que el encuentro con el
otro es, además, un aprendizaje de destino. No nos resulta natural, no
representa un talento espontáneo, sino que simboliza la irrenunciable
convocatoria a un don incómodo. Nuestro país tiene como destino abrirse al
encuentro con el diferente, no con el semejante. Un alto desafío para nuestra
naturaleza canceriana, que prefiere permanecer refugiada con los propios, que
solo tolera vincularse con lo que es familiar, con quien compartimos memoria,
pasado y pertenencia. El Ascendente en Libra nos propone reconocernos en el
otro y descubrirnos -sobre todo- en el enemigo… No desesperemos. Seamos optimistas.
En 2.000 ó, a lo sumo, 3.000 años lo vamos a aprender… (Risas).
El tiempo necesario para descubrir el beneficio de
la vincularidad…
Exacto. Gracias a la oposición que los otros nos presentan podemos
sorprendernos con dimensiones desconocidas de nosotros mismos, talentos que no
se revelarían si permaneciéramos vinculados con lo conocido. Tiene que ver con
ese concepto oriental del “honorable enemigo”. Antes que entregarnos al anhelo
de eliminarlo, reconocer al enemigo como una necesidad virtuosa. Nuestro
aprendizaje de Libra -como ya lo hemos visto- se choca mucho con lo
canceriano, con el sentimiento de pertenencia cerrada, con la seguridad de los
grupos y la fidelidad familiar. Esta resistencia canceriana se reproduce en
nuestra conducta política de desprecio a la posición del otro, de subordinación
a la voluntad de caudillo paternal-maternal, de devoción por el líder
providencial y carismático, de prepotente búsqueda de una hegemonía por la cual
la totalidad quede subsumida (y reducida) a la visión de una facción. (*)
Recordemos que, en realidad, somos Ascendente en Libra y Júpiter en casa
I: destino de encuentro con el otro y confianza en la aventura de expansión del
conocimiento, de sentirnos atraídos a ir más allá de lo conocido. Y este
carácter del espíritu de nuestra comunidad es el que está estimulado por el
tránsito de Júpiter y Urano sobre la cúspide casa I y casa VII respectivamente.
Vivimos tiempos en los que es legítimo y oportuno plantearnos una
liberación de viejos hábitos de relación, de romper con costumbres tóxicas en
nuestro trato cotidiano, de dar una salto de creatividad en modos vinculares
agotados. Todo eso es símbolo del tránsito de Urano sobre la cúspide de casa
VII, tanto como que los vínculos pueden “volverse locos”, manifestar
extravagancias, marginalidades o hábitos de clandestinidad que parecen resistir
toda integración. El tránsito, en simultáneo, de Júpiter sobre el
Ascendente estimula la confianza en ampliar nuestra visión, resignificar
valores y asumir creencias más comprensivas, renovar las ideas compartidas a
favor de abrir un sentido trascendente a nuestros conflictos más regresivos,
atávicos y dolorosos. Este tránsito también puede implicar, por cierto, una
simplificación optimista, incapaz de dar cuenta de la complejidad de la
situación, o un voluntarismo ingenuo que no sepa registrar los traumáticos
condicionamientos de nuestro inconsciente colectivo.
¿Qué significa ampliar nuestra visión o renovar
creencias e ideas compartidas?
Júpiter tiene que ver con la justicia, más precisamente con el espíritu
de la leyes. De la mano con Urano, la justicia puede mostrar un comportamiento
sorpresivo, novedoso y creativo. Es un clima propicio para una renovación de
las leyes en función de ajustarlas a principios orientadores y que aportan un
nuevo sentido. Incluso puede tratarse de una reforma de la propia Constitución,
impulsada a favor de nuevas aspiraciones de nuestra comunidad, compartidas y
consensuadas por la plena mayoría y con respeto a la diversidad de matices. Una
nueva carta magna que refleje reglas de juego funcionales a una visión de
futuro y que dé testimonio de una auténtica revolución del acuerdo.
¿Qué puntos podría incluir ese gran acuerdo?
Podemos jugar con algunos ejemplos. A mí se me ocurren tres. Con eso me conformo… (Risas).
1) Desconcentración del poder. El Ascendente en Libra nos
propone una forma de relación democrática, mientras que desde nuestro carácter
canceriano-capricorniano preferimos mucho más una modalidad pre-democrática: el
caudillismo (con su resonancia en el presidencialismo). Nuestra sociedad es
mucho más feudal que democrática. Quizás no lo sea en Palermo Soho o en Puerto
Madero (¿no lo es?), pero la situación de algunas (¿la mayoría?) de las
provincias o del puntero político en el conurbano de Buenos Aires, reproduce
formas propias del feudalismo, antes que de la democracia. Nos cuesta
mucho asumir el espíritu de la democracia, ni que hablar de sus reglas. El
caudillismo reproduce un diseño vertical: el poder se concentra en una voluntad
(personal o de grupo). El poder no circula, se impone. Prevalece la fuerza por
sobre la razón, la voluntad del caudillo por sobre la ley, la hegemonía por
sobre la persuasión o el consenso.
Nos cuesta mucho desprendernos de hábitos del siglo XIX, y ya estamos en
el XXI. Quizás resulte una exageración mía, pero cada vez siento más el
anacronismo, la distancia que hay entre ese modo -cómodo y regresivo- de
organizarnos socialmente propio de sociedad pre-democráticas, y los desafíos de
la sociedad del siglo XXI ligados a la hiperconectividad, el vértigo de la
tecnología y su alteración en los modos de producción y de propiedad. La gran
revolución que nos propone estos tiempos refleja en el actual -y local-
tránsito de Urano por la casa VII: romper el hábito -a veces opresivo, a veces
relajado- de que otro nos organice la vida, de que otro sepa lo que necesitamos
y nos lo brinde, de quedar sujetos a otro que toma la responsabilidad de
nuestra existencia.
2) Impedir el nepotismo. Con Urano por la casa VII quizás sea un
buen momento para que nos empiece a parecer raro que a un presidente,
gobernador o intendente lo suceda la esposa (o el esposo o el hermano o el
hijo), o que una persona que es elegida para ocupar un cargo del Estado nombre
a miembros de su familia en la función pública, o beneficie a personas de su
amistad con decisiones administrativas o adjudicaciones de obra. Se trata
de un hábito monárquico: la pretensión de que el destino de una comunidad quede
asociado al de un clan familiar.
3) Limitar la reelección de los cargos ejecutivos. La
perpetuidad de una persona en funciones de poder deriva en sensación de
impunidad y genera vicios de corrupción. Ya se trate de la presidencia de un
país, de una corporación empresarial, sindical, deportiva o lo que fuera. La
limitación de los mandatos es un gesto de madurez cívica, de autorestricción a
favor de la transparencia. Es seguro que las voces más resistentes a esta
conciencia denuncien que se está “proscribiendo a personas”, pero no se trata
de una medida específica contra una persona, sino de la percepción de un patrón
universal: el humano anhelo del individuo a perpetuarse, la cristalización de
las formas, con su consecuente pérdida de creatividad vincular y fatal destino
autodestructivo. Con Urano en tránsito por la VII podríamos revisar la
tendencia de nuestros presidentes que, cuando se consideran exitosos, de
inmediato comienzan a proponer reformas constitucionales que les permitan
eternizarse en el poder.
En EEUU son dos períodos presidenciales consecutivos
y luego el retiro…
Y no creo que lo hagan por idealismo sino porque su experiencia les
indica que de ese modo el sistema se fortalece. Si el poder se concentra en una
figura o en un clan, aunque a corto plazo parezca más efectivo, a mediano y
largo plazo genera hábitos de corrupción que terminan atentando contra la
continuidad del sistema. Para que el sistema se reproduzca de un modo saludable
es necesario autolimitar la tendencia a concentrar en poder. No es filantropía,
sino defensa propia. Se trata de que la conciencia colectiva de una comunidad
descubra y asuma que en la concentración del poder, el nepotismo y
la perpetuidad en los cargos se genera toxicidad vincular,
corrupción institucional y riesgo autodestructivo.
Creo que estamos lejos de esa comprensión. Hay
muchos políticos que no quieren saber nada con cambiar esas costumbres
históricas. En nuestro país hay familias que se repiten en el poder desde la
época de la independencia…
No es el hábito de una familia en particular, ni tampoco podemos identificarlo
con una facción política. Es transversal. Es una tentación humana a la que
nuestra comunidad es muy sensible. Es un rasgo constitutivo de nuestra nación
el que debe evolucionar. Cuando la conciencia de su toxicidad alcance
suficiente masa crítica quizás surjan los líderes con talento de estadistas (es
decir, que vean más allá de lo conveniente a corto plazo). ¿Estamos en
condiciones de generar hoy estadistas con la madurez de autolimitar su poder,
líderes que cuenten con gran reconocimiento popular a su labor y que, no
obstante, desistan de ser considerados providenciales y eternos?
Argentina 2017: El surgimiento de un sentido
y la necesidad de creer
Alejandro Lodi
Vivimos momentos en los que Júpiter transita sobre el Ascendente en
Libra de la carta de Argentina y retorna a su posición natal. Es decir, la
cualidad que simboliza Júpiter adquiere protagonismo, predomina en la vivencia
de los acontecimientos, despierta -al menos potencialmente- en la conciencia
colectiva, al mismo tiempo que toma cuerpo e inicia un ciclo que se
desarrollará en los próximos 12 años.
Sabemos que, en astrología, Júpiter representa a “el gran benefactor”,
en sentido que facilita el despliegue de los procesos, genera un clima de
fluidez, de confianza y, por lo tanto, de abundancia. Propicia una
sensación de haber dejado atrás las crisis, de salir del conflicto.
También es el planeta de la dirección oportuna y el sentido estimulante.
Júpiter contagia el espíritu de aventura, la fe en un proyecto orientado a
“vivir mejor” que parece posible, válido y verdadero.
Es el que te hace ganar la lotería… (Risas).
O dar por descontado que la vas a ganar… sin haber comprado el
billete… (Risas). En astrología mundana, se lo asocia al estamento
judicial, el clero y al mundo financiero e industrial, como agentes de lo
justo, del bienestar espiritual y del crecimiento y la prosperidad económica.
Podemos acordar que, tanto el tránsito de Júpiter por el Ascendente
(inicio de un ciclo por las casas) como el retorno a su posición natal (inicio
de un ciclo respecto a sí mismo), marcan tiempos de un significado relevante.
Un momento propicio para que sintamos la existencia de una guía orientadora, un
sentido expansivo que cobra coherencia, un viento a favor que nos confirma en
una dirección oportuna. No necesariamente implica una sensación de bienestar,
sino de ir hacia la resolución de los problemas, la confianza de estar en buen
camino.
Por cierto, suena muy lindo. Pero también sabemos que en nuestras
humanas vivencias los símbolos astrológicos pueden encarnar paradojas, Sobre
todo si, aplicado a este caso, recordamos que nuestro Júpiter está en Escorpio.
Por eso, como en este año 2017 estamos atravesando ese clima astrológico, antes
de predecir una próxima y fatal bonanza, evaluemos los hechos de nuestra
historia sincrónicos a estos tránsitos de Júpiter.
El anterior cruce por el Ascendente fue en 2005.
¿Qué ocurrió en 2005? Cristina Kirchner derrota en las elecciones
legislativas de Buenos Aires a Chiche Duhalde, el peronismo se alinea con el
presidente Kirchner y nace el “kirchnerismo”.
Néstor Kirchner adquiere una dosis importante de poder, que hasta ese
momento no tenía, y nace un proyecto hegemónico. Es desplazado un exitoso
ministro de economía, Roberto Lavagna, que había sido heredado de muy buena
gana del gobierno de Duhalde. Se altera una continuidad surge una dirección
nueva, con un nombre propio y una intención fundacional. La fuerza de ese nuevo
sentido orientador prevalece en las siguientes dos elecciones presidenciales
(2007 y 2011). Una visión muy específica y particular de la democracia, con una
filosofía (sintetizada en las teorías de Ernesto Laclau) que valora acentuar
las diferencias sociales y polarizar las posiciones políticas como modo
efectivo de concentrar poder en la figura de un líder providencial de autoridad
incuestionada. La lógica de la guerra aplicada a las relaciones internas de la
comunidad, el patrón vincular de la polarización (aliado o enemigo, patria o
antipatria), en el que una facción encarna los valores de la totalidad de la
nación, por sobre el reconocimiento del otro y el respeto de las diferencias
(pilares de la convivencia democrática).
En octubre de 1993 Júpiter cruza el Ascendente y en noviembre hace su
retorno.
El proyecto de transformación económica del presidente Menem se confirma
con un triunfo en las elecciones legislativas (42% a 30% a nivel nacional). Con
ese voto de confianza, se consolida el “menemismo”. Todo el peronismo se
encolumna detrás de su liderazgo y Menem presiona para lograr una reforma
constitucional que permita su reelección.
En diciembre firma el Pacto de Olivos con Alfonsín, quien, ante la
irreversible situación, cree que el acuerdo de reforma le permitirá introducir
artículos que limiten la tendencia hegemónica (casi monárquica) que podría
adquirir la nueva Constitución si se la promulga de manera unilateral. La
confianza popular en la dirección que Menem le da a su administración a partir
de ese momento es tan alta que es reelecto en 1995 (50% a 29%). Eran tiempos en
los que el debate político giraba alrededor de quién era el auténtico
responsable del -casi indiscutido- éxito económico (¿Menem o Cavallo?). La fe
en “la convertivilidad” condiciona las elecciones de 1999: De La Rúa, el
candidato de la Alianza (radicales y progresistas), triunfa bajo la promesa de
mantenerla. Y aun después del colapso de esa política económica en 2001, los
débiles ecos de la impronta de confianza que había dejado Menem en los ’90
fueron suficientes para triunfar en la primera vuelta de las elecciones
presidenciales de 2003, pero no para afrontar el ballotage (25% a 22%). Sirva
este ejemplo histórico para no despreciar con valoraciones ideológicas lo que
los hechos evidencian como una realidad psíquica y energética: en 2003 Menem
aun inspiraba confianza y sensación de que “podía conducirnos por la buena
senda” en un cuarto de los votantes, sin que ningún otro candidato supiera
proponer algo que la superara.
El anterior tránsito de Júpiter sobre el Ascendente y de retorno a su
posición natal se da entre noviembre de 1981 y junio de 1982.
Un colapso de sentido y una crisis de fe. ¿En qué? La fe en la casta
militar como reserva moral de la nación. El colapso es aún más catastrófico
porque se suma los tránsitos de Saturno y Plutón en conjunción sobre el
Ascendente y Júpiter. Recordemos que Argentina es Júpiter en Escorpio: el
sentido que brota en las situaciones extremas, la visión orientadora que emerge
del descenso a lo oscuro. La evidencia de los horrores de la dictadura y su
intento de disolverlo apelando a la épica nacionalista.
La arrogancia fanfarrona de “Que venga el
principito…”.
El exceso de confianza es auto-destructivo… En esa pesadilla se agotan
creencias y cobra sentido, dirección y valor el sistema democrático. Este es un
punto del que habitualmente no se habla. La llegada a la democracia en 1983,
antes que fruto de un proceso orgánico de la conciencia colectiva, es resultado
de un episodio patológico de bipolaridad que vivimos como comunidad. En 1982,
con diferencia de dos meses, pasamos de una adhesión unánime y de una confianza
plena y absoluta en las autoridades militares (hasta el punto de confiarles la
suerte de nuestra juventud en una guerra), a su repudio y aborrecimiento más
extremo. De vivarlos como héroes, a descubrir que eran perversos asesinos. Eso
en dos meses. Si se tratara de la conducta de una persona, creo que le
recomendaríamos acudir a un especialista, a reforzar el tratamiento
terapéutico, incluso a no dudar de recurrir a fármacos, porque nos resultaría
evidente el desborde y la pérdida de contacto con la realidad. Es un episodio
que revela una euforia y una caída demasiado pronunciada.
Una plaza llena extasiada, una plaza llena
defraudada. De la adoración al engaño…
Insisto, con dos meses de diferencia.
Ser conscientes de esta situación deja en evidencia que la democracia
alcanzada un año después era muy frágil y que nuestras convicciones
democráticas no podían ser demasiado confiables. Nuestra democracia viene con
ese estigma. Y aquí nos salimos de análisis de Júpiter y volvemos al ciclo de
Plutón que iniciamos en esa época y que en 2017, con el tránsito por la casa
IV, llega a su momento de forma. Que no nos extrañe lo que hoy se hace visible.
Estamos asistiendo al momento de forma de la democracia qué hemos generado a
partir de aquel episodio bipolar que sufrimos en 1982. Cuando hacemos giros
demasiado abruptos no podemos registrar toda la información que está en juego y
hacemos inconscientemente un recorte. En momentos traumáticos la conciencia
recorta la información, simplifica la situación, para poder organizarse. Es la
sombra de la conversión. Cuando súbitamente nos convertimos “en otra cosa”,
algo queda afuera del proceso orgánico. Esas conversiones demasiado extremas y
rápidas deben encender una alarma. Es posible que en esa conversión no haya
sido posible reunir toda la información que está en juego en el suceso traumático,
lo cual va a generar sombra.
Vamos al anterior hito. Entre noviembre de 1969 y agosto de 1970,
Júpiter cruza el Ascendente y hace su retorno.
El 1ro de junio del 70 aparece asesinado el General Aramburu, luego de
haber sido secuestrado. Es el bautismo de la organización Montoneros en la
lucha política armada.
Es un momento en el que comienza a cobrar fuerza una visión, una
dirección impregnada de una enorme fe, confianza y sentido para la suficiente
masa crítica de la comunidad, sobre todo en la juventud y en quienes se
reconocían peronistas. El secuestro y asesinato de Aramburu generó un gran
impacto, pero no consternación en la población. Aramburu cargaba con el estigma
de la Revolución Libertadora y sus fusilamientos. En muchos hubo una sensación de
justicia reparatoria, cierto sentimiento de que “por fin había recibido su
merecido”. El mismo Perón lo tradujo en esos términos: “la violencia en
manos de pueblo no es violencia, es justicia…”.
La dirección violenta que inauguraba la juventud revolucionaria contaba
con el aval del padre protector, del caudillo providencial. Se extendió 12 años
e incluyó la reacción más aberrante. En el comienzo del siguiente ciclo de
Júpiter, en 1983 un gobierno democrático y constitucional, elegido sin fraudes
ni proscripciones, decide llevar a juicio a los principales responsables de esa
violencia: los jefes de las juntas militares y de las cúpulas de las
organizaciones guerrilleras.
El anterior suceso jupiteriano se da en 1958.
Aramburu, el mismo que caerá asesinado 12 años después, le entrega el
poder a Frondizi, que llega a la presidencia a través de elecciones en las que
se decide proscribir al peronismo, luego de una reforma constitucional.
Aún así, Frondizi despertó cierta esperanza de una nueva dirección, de
confianza en alcanzar una armonía y madurez que permita el desarrollo de la
sociedad. Incluso, con el guiño de Perón que, desde el exilio, ordenó votar a
favor de Frondizi. Un dirigente de alta formación intelectual, con una visión
progresista antes que conservadora, llega a la presidencia y despierta la
expectativa de iniciar un ciclo de sentido que supere la antinomia entre
peronismo y anti-peronismo. Dispuesto a disolver fanatismos y prejuicios
ideológicos, alineado con las democracias de Occidente, también mantiene
vínculos el mundo socialista. Con motivo de la presencia de Ernesto Guevara en
Punta del Este, por la cumbre de ministros de 1961, Frondizi propicia un
encuentro de incógnito con él en la residencia de Olivos en Buenos Aires… La
historia es conocida, Frondizi es derrocado por un golpe militar en 1962.
Y vamos a cerrar nuestro estudio con el anterior momento jupiteriano. En
1946, Júpiter cruza el Ascendente y retorna a su posición natal. No sé si
consideran que pasó algo en 1946… (Risas).
La llegada de Perón a la presidencia y el surgimiento de la figura de
Eva Duarte son sincrónicos a este momento jupiteriano de una nueva dirección
que imprime esperanza, de un sentido trascendente que contagia fe y entusiasmo.
De la mano de Júpiter, en 1946 la justicia social emerge como bandera de
un movimiento político que se autodenomina “justicialismo”. La reparación de
viejas injusticias, el reconocimiento y la inclusión de mayorías hasta ahora
postergadas, conformaron la base de una visión de nuestro país radiante de
vitalidad que adquiere un carácter casi religioso aun vigente.
Desde esta perspectiva histórica, la consideración de estos últimos 6
ciclos de Júpiter quizás nos permita salirnos de las anécdotas coyunturales del
presente y apreciar que estamos dando inicio a un nuevo ciclo en 2017 y que se
extenderá hasta 2029.
Somos contemporáneos a un momento análogo a los que hemos presentado.
Son tiempos en los que se traza una directriz que condicionará lo que ocurra en
los siguientes 12 años. A veces ese impulso original se desarrolla y prospera
su sentido, en otras se malogra y trunca su dirección.
Ambas cosas pueden ser ciertas… (Risas).
Quiero decir, cuando Júpiter cruza el Ascendente y retorna a su posición
natal encontramos hechos y decisiones que marcan un rumbo, una especie de
“causa primera” que determina un serie de consecuencias. Todo lo que ocurra a
partir de ese momento debe ser consecuente con ese primer movimiento. En 1970,
con el secuestro y asesinato de Aramburu, el espíritu revolucionario, el anhelo
de la patria socialista cobra una dirección y sentido, del cual la toma de
distancia de Perón en la Plaza de Mayo del 1ro de mayo de 1974 es consecuente,
el golpe militar de 1976 es consecuente, etc. No quiere decir que la aspiración
del inicio vaya necesariamente a concretarse, sino que toda la circulación de
ese ciclo de 12 años estará condicionada por aquella línea directriz. Son
momentos que marcan épocas. Y es muy interesante apreciar como deja de tener
presencia cuando el ciclo termina: el menemismo emerge en 1993 y se convierte
casi en “una pieza arqueológica” a partir de 2005, el alfonsinismo surge con el
ciclo de 1982 y no sobrevive a 1993, la violencia política parecía inevitable
en los ’70 y se agota (o sólo resurge con brotes fugaces) a partir de 1982.
En definitiva, nuestra hipótesis es que el patrón cíclico que vemos
operar en el pasado, por correspondencia, también lo hará en el futuro. En este
momento, estamos gestando ciertas líneas directrices, visiones que aspiran a
realizarse, que operarán en (y condicionarán a) los próximos 12 años; con mucha
más fuerza a partir de 2018, cuando Júpiter natal reciba el tránsito de Urano.
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