En la tradición
judeo-cristiana la Edad de Oro está íntimamente ligada al
relato del Génesis donde el Creador planta “un huerto en Edén, al
oriente; y [pone] allí al hombre que había formado” (Génesis 2:8), que
era de naturaleza andrógina y a “imagen y semejanza” de Dios
(Génesis 1:27).
En este contexto, Adán
simboliza a una humanidad metafísica (no encarnada) que vivía en perfecta
comunión con la Divinidad y en un “estado primordial”, que se quebró con la
expulsión del Paraíso provocada por comer el fruto del Árbol del Bien y del
Mal. Según
las escrituras, en esta Tierra Santa había dos árboles: el árbol de
la vida plantado en el “centro del huerto” (es decir, en el “axis mundi”), que
constituía la vía de contacto con la Unidad (Dios) y el árbol de la ciencia del
bien y del mal, que presentaba una dicotomía (la dualidad y el par de opuestos,
Bien-Mal, Placer-Dolor, etc.), y –por ende– era un canal de contacto con el
mundo manifestado (fuera del Edén). (Génesis 2:9) (1)
La expulsión del Edén
supone la encarnación del ser humano en vehículos más densos, lo cual aparece
simbolizado en el relato bíblico a través de las “vestimentas” que confeccionó
Dios a Adán y Eva: “Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de
pieles, y los vistió”.(Génesis 3:21) Con este episodio finaliza la “edad de
oro” y se produce la caída: “Echó, pues, fuera al hombre, y
puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se
revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”.(Génesis
3:24)
Excluido del Paraíso, el
ser humano fue perdiendo la conexión con la Fuente hasta olvidar completamente
el sendero de regreso al punto de origen. Por eso, todas las tradiciones
espirituales auténticas de Oriente y Occidente intentan reconstruir este camino
de reintegración con la Fuente, para recuperar ese “estado primordial” o
“edénico”.
El rosacruz Karl
von Eckhartenhausen dice sobre esto: “Antes de la caída el
hombre era bueno, estaba unido a la sabiduría; después de la caída fue separado
de ella, de aquí que la revelación o la ciencia para recuperar esta unión con
la sabiduría se hizo necesaria para él. Esta primera revelación era la
siguiente: el Estado de inmortalidad consiste en que lo inmortal penetre a lo
mortal”. (2)
Y prosigue: “El
hombre, antes de la caída, era el Templo viviente de la Divinidad y en el
momento en que este Templo fue devastado, el plan para reconstruirlo fue
proyectado por la sabiduría de Dios y de esta época data el principio de los
Santos Misterios de todas las religiones, que no son en sí mismos, según mil
motivos diferentes, según el tiempo, las circunstancias y la manera de concebir
de las naciones, sino las imágenes repetidas y modificadas de una verdad única,
y esta verdad es la regeneración, la reunión del hombre con Dios”. (3)
En el Islam, el
incidente de la caída aparece en las páginas del Corán, donde Allah dice a Ādam
y Hawwā (Adán y Eva): “¡Descended! (…) La tierra será por algún tiempo
vuestra morada y lugar de disfrute” (Corán 2:34), aunque el Islam no
habla de un “pecado original” sino de un desliz, un error, del cual la pareja
primordial es inmediatamente perdonada. Sin embargo, y a pesar del perdón
otorgado, tras el evento Allah decide enviarlos a la Tierra como sus
representantes. Adam, al encandilarse por lo fenoménico terminó olvidando su
naturaleza original (al-Fitrah) (4) y quedó prisionero de la materia, pero el
misericordioso Allah previó esta situación y le colocó una semilla del recuerdo
en el centro de su corazón, la cual espera ser regada para volver a
manifestarse, crecer y convertirse en un magnífico árbol por el que el devoto
pueda escalar hasta llegar a la Divina Presencia.
El mismo Corán habla de
un tiempo olvidado donde “los hombres eran una única comunidad pero
entraron en discordia” (Corán 10:19), por eso el Islam mismo busca la
restauración de la unidad comunitaria (umma).
Las fuentes
mesopotámicas
La palabra que se usa en
el Génesis para describir al Jardín primigenio es “Edén”, que no es hebrea sino
sumeria, por lo cual no es aventurado suponer que la religión de Abraham (que
había nacido en la ciudad caldea de Ur) posee algunos elementos de indudable
origen sumerio y que pueden apreciarse sin dificultad en el Antiguo Testamento,
como el jardín primordial, la fruta prohibida, el diluvio, la costilla de Adán,
etc.
Los sumerios denominaban
“Dilmun” al Paraíso Original y se refirieron a la Edad de Oro con estas
palabras:
“La
tierra de Dilmun es un lugar puro, la tierra de Dilmun es un lugar limpio,
La tierra de Dilmun es un lugar limpio, la tierra de Dilmun es un lugar radiante; (…)
En Dilmun el cuervo no emite chillidos,
El ave rapaz no emite el chillido del ave rapaz,
El león no mata,
El lobo no abate al cordero,
Es desconocido el perro que depreda al niño,
Es desconocido el jabalí que devora el grano”.
La tierra de Dilmun es un lugar limpio, la tierra de Dilmun es un lugar radiante; (…)
En Dilmun el cuervo no emite chillidos,
El ave rapaz no emite el chillido del ave rapaz,
El león no mata,
El lobo no abate al cordero,
Es desconocido el perro que depreda al niño,
Es desconocido el jabalí que devora el grano”.
De acuerdo esta
literatura sumeria “Enki y su esposa habían sido colocados en la tierra
mágica de Dilmun, a fin de instituir una edad sin pecado y de felicidad
completa”. (5)
La palabra “Paraíso”
tampoco es hebrea sino persa (Pairi-daeza) y significa “jardín
amurallado o cerrado”, donde reinaba con justicia Yima (Jamshid
en el Shabnama), que es llamado “el buen pastor” (6), el
progenitor espiritual de la humanidad según los zoroastrianos, quien proclamó
en las viejas escrituras:
“Nutriré,
y gobernaré, y cuidaré de tu mundo. No habrá en él, mientras yo sea rey, ni
viento frío ni viento caliente, ni enfermedad ni muerte”. (7)
El Jardín de Yima
(Airyana Vaejo, la tierra de los arios) –que puede vincularse a la Hiperbórea y
con la primera raza-raíz de la Teosofía Blavatskiana– (8) estaba ubicado en una
montaña mítica, la fuente de las aguas vitales, donde crecían árboles
maravillosos, entre ellos el Árbol de la Vida, que aparece recurrentemente en
las representaciones artísticas de Asiria, protegido por dos espíritus
protectores que nos recuerdan a los querubines del Génesis (Génesis 3:24). Incluso
la palabra “querubín” proviene del término asirio “karabu” (grande, poderoso)
que tiene sus correspondencias en el acadio (kuribu) y el babilonio (karabu).
(9)
Las cuatro edades tradicionales no eran ignoradas
por los persas, y –en este sentido– el texto tradicional “Bahman Yasht” (Zand-i
Vohuman Yasht) dice que Zoroastro soñó con un árbol cósmico del cual iban
brotando ramas sucesivas: una de oro, otra de plata, otra de acero y otra de
hierro mezclado (10), lo cual nos recuerda al Sueño de Nabucodonosor que
aparece en Daniel 2:31-33:
“Esta
imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie
delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de oro
fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus
piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido”.
Esta escena es una
referencia velada a un patrón de cuatro períodos sucesivos y a un proceso
paulatino de decadencia que va desde el oro puro al innoble barro, que Daniel
interpreta diciendo: “Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del
cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan
hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu
mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú eres aquella cabeza de oro. Y
después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino
de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra.
Y el
cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas
las cosas, desmenuzará y quebrantará todo. Y lo que viste de los pies y los
dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino
dividido; mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro
mezclado con barro cocido.
Y por
ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el
reino será en parte fuerte, y en parte frágil. Así como viste el hierro
mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se
unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro”. (Daniel 2:37-43)
En la Baja Edad
Media, el sueño de Nabucodonosor fue retomado y rescrito
por Dante Alighieri en su “Divina Comedia” en la figura del
“anciano de Creta” con idéntica simbología:
“En
medio del mar hay un país medio destruido, llamado la isla de Creta, que fue
gobernado por un rey bajo cuyo reinado el mundo vivió en la castidad. Allí hay
una montaña conocida por el nombre de Ida: en otro tiempo bañada por fuentes y
coronada de bosques; ahora está desierta, como algo que ha envejecido. Rea la
escogió secretamente como cuna de su hijo; y para ocultarlo mejor, cuando
lloraba hacía que se produjesen grandes ruidos. En la ladera de la montaña, se
ve un enorme anciano en pie, que está de espaldas hacia Damieta, con la mirada
fija en Roma como un espejo; su cabeza está formada de oro fino, sus brazos y
su pecho son de plata, sus costados de cobre, el resto del cuerpo se termina en
hierro escogido; pero el pie derecho es de arcilla, y sobre este débil apoyo
reposa la masa entera. Todas las partes, excepto la de oro, presentan ciertas
hendiduras por las que se deslizan las lágrimas que se infiltran en la montaña.
Su curso se dirige hacia este valle en que dan nacimiento a Aqueronte, la Estigia
y el Flegetón: finalmente, descienden por los más bajos círculos de este
imperio, donde se convierten en la fuente impura del Cocito”. (11)
El anciano de Creta, por
William Blake
Años más tarde, en la
célebre obra “Don Quijote”, Miguel de Cervantes dejó
constancia de su conocimiento de la doctrina de los ciclos y de la Edad Oro,
refiriéndose a esta con nostalgia:
“Dichosa
edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de
dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad del hierro tanto
se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque
entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío.
Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes, a nadie le era necesario
para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y
alcanzarle de las robustas encinas, que literalmente los estaban convidando con
su dulce y sazonado fruto. […] Todo era paz entonces, todo amistad, todo
concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni
visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser
forzada, ofrecía… […] No había fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con
la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la
osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la
menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había asentado en
el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese
juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por
dondequiera, solas y señeras, sin temor de que la ajena desenvoltura y lascivo
intento las menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad”. (12)
La
Jerusalén Celeste
Las tres religiones
abrahámicas –judaísmo, cristianismo e Islam– hablan de un ciclo idéntico, que
comienza en el Paraíso Adámico en el centro primordial, sigue con una
separación, un alejamiento progresivo del eje y un regreso al estado primigenio
a través de una vía espiritual tradicional que brinde herramientas concretas
para recuperar la memoria y recordar el camino de regreso a la Fuente
Primordial.
La Tradición Cristiana
habla de una “Nueva Jerusalén” o “Jerusalén Celeste” que
es descrita en el Apocalipsis bíblico: “Vino entonces a mí uno de los
siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras,
y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del
Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la
gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la
gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como
piedra de jaspe, diáfana como el cristal”. (Apocalipsis 21:9) (13)
René
Guénon consideró
que: “En el comienzo de los tiempos, es decir, en el ciclo actual, el
Paraíso terrenal se tornó inaccesible por la caída del hombre. La nueva
Jerusalén debe “descender del cielo a la tierra”, en el fin del mismo ciclo,
para señalar el restablecimiento de todas las cosas en su orden primordial, y
puede decirse que desempeñará en el ciclo futuro el mismo papel que el Paraíso
terrestre cumplió en el actual. En efecto, el fin de un ciclo es análogo a su
comienzo y coincide con el comienzo del ciclo siguiente”. (14)
Por otra parte, este
escritor sostiene que “el fin de un ciclo como el de la actual
humanidad no supone verdaderamente el fin del propio mundo corpóreo, sino en un
sentido relativo, y solamente respecto a las posibilidades que, al estar
incluidas en este ciclo, han realizado por completo su desarrollo dentro de la
modalidad corpórea; pero, en realidad, el mundo corpóreo no queda aniquilado
sino “transmutado”, recibiendo de inmediato una nueva existencia, puesto que,
más allá del “punto de detención” correspondiente al instante único en el que
el tiempo ya no es, “la rueda empieza de nuevo a girar” para emprender el
recorrido de un nuevo ciclo. (…)
Este fin supone efectivamente para la
humanidad perteneciente a este ciclo, la restauración del “estado primordial”,
lo que además indica la relación simbólica existente entre la “Jerusalén
celestial” y el “Paraíso terrestre”. (…) El Pardes [Paraíso], considerado como
“Centro del mundo”, es, según el sentido originario de su equivalente sánscrito
paradêsha, la “región suprema”; mas también, según una acepción secundaria de
la misma palabra, es la “región lejana”, tras haberse hecho efectivamente
inaccesible a la humanidad ordinaria por efecto de la progresión del proceso
cíclico. En efecto, en apariencia al menos, es la zona más alejada por estar
situada en el “fin del mundo”, (…) no obstante, en realidad siempre está muy
próximo, puesto que nunca ha dejado de encontrarse en el centro de todas las
cosas”. (15)
Para la tradición
cristiana, el Paraíso Primordial del “Primus Anthropos” es el
Alfa y la Nueva Jerusalén del “Neos Anthropos” (o “Kainos
Anthropos”) el Omega pero ambos representan lo mismo: la Edad de Oro o
Satya-Yuga. Como elemento de conexión entre estos dos lugares
fantásticos aparece el Árbol de la Vida que vuelve a florecer
en el centro de la Nueva Jerusalén. Dice el Apocalipsis: “En medio de
la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida,
que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran
para la sanidad de las naciones”. (Apocalipsis 22:2) (16)
En artículos anteriores
he hablado de la necesidad de restaurar la sociedad primordial, y esto
significa el establecimiento de una “Comunidad” (la Communitas romana, la
Koinonía griega, la Umma islámica) cimentada en la Ley de la Fraternidad
Universal, con un propósito claro y un objetivo común: la con-sagración
del mundo, que no es otra cosa que la construcción de la Jerusalén Celeste.
Notas
del texto
(1) Dice René
Guénon: “Tal como su nombre indica, la naturaleza del «Árbol de la
Ciencia del bien y del mal» se caracteriza por su dualidad, ya que en esta
designación encontramos dos términos que son, no ya complementarios, sino
verdaderamente opuestos, y de los que se puede decir que toda su razón de ser
reside en esta oposición, pues, cuando es superada, ya no se puede hablar de
bien ni de mal; no puede ocurrir lo mismo con el «Árbol de la Vida», cuya función
de «Eje del Mundo» implica, por el contrario, esencialmente, la unidad”. (“El
simbolismo de la cruz”)
(2) Eckhartshausen, Karl von: “La nube sobre el santuario”
(3) Eckhartshausen: op. cit.
(4) Dice el Corán 20:112: “Hicimos un pacto con Adam, pero olvidó y no le encontramos resolución”
(5) Citado en: Heinberg, Richard: “Memorias e Visoes Do Paraiso”
(6) Vendidad: Fargard 2:I:2
(7) Vendidad II, 5
(8) Dice Mario Roso de Luna en “El simbolismo de las religiones del mundo”: “El Airyana-vaejo no es la meseta de Pamir, «techo del mundo y centro de dispersión de los arios, ni la Bactriana entre el Oxus y el Iaxartes, ni la Media, ni la Armenia, ni Bagdhi o Baktres o Hapta-Hendu, ni las «Siete Cuevas» de otros autores, sino la Isla Blanca, la isla sagrada e imperecedera emplazada en todas las teogonías allende las regiones hiperbóreas, isla que fue cuna de la primera Raza-Raíz de esta Ronda, o sea de nuestros Padres, Kabires, Rishis o Pitris lunares y llamada, según La Doctrina Secreta, a subsistir durante todo el Manvántara”
(9) Hay elementos comunes de Adán con los personajes mesopotámicos de Adapa (hijo de Enki) y Enkidu de la Epopeya de Gilgamesh. Véanse los interesantes estudios de Walter Reinhold Warttig Mattfeld y de la Torre en www.bibleorigins.net
(10) Zand-i Vohuman Yasht, cap. 1
(11) Alighieri, Dante: “La Divina Comedia”, Infierno, canto XIV
(12) Cervantes, Miguel de: “Don Quijote de la Mancha”
(13) La Masonería Tradicional centra sus trabajos en la construcción de esta ciudad sagrada (o bien de la reconstrucción del Templo de Salomón), canalizando todos sus esfuerzos para que la sociedad humana sea un reflejo fiel de la Jerusalén Celeste. Sin embargo, en la escalada final de la Edad Oscura (el período llamado “Kali Yuga del Kali Yuga”), la mayoría de las obediencias y logias masónicas se han desviado del propósito original y han renunciado a la “Tradición”, sustituyéndola por el “Progreso”. En verdad, la Tradición Primordial y el concepto moderno del Progreso son antagónicos, pues mientras que la primera se fundamenta en un tiempo cíclico y en un “retorno a la fuente” (que está “adentro”), la segunda se basa en un tiempo lineal, donde lo “bueno” está al final y “afuera”, todo lo pasado es peor, primitivo y desdeñable. Por eso, cuando cualquier Orden Iniciática (Masonería u otras) se manifiesta como “progresista” está evidenciando su desviación. No obstante, esta desviación no necesariamente es definitiva y toda crisis es una oportunidad para la transformación. Las obras de Fermín Vale Amesti son un gran aporte para comprender esta necesaria “restauración de la Masonería” que está destinada a jugar un rol importante en la reconstrucción de la Sociedad Primordial.
(14) Guénon, René: “El esoterismo de Dante”
(15) Guénon, René: “El reino de la cantidad y los signos de los tiempos”
(16) Un elemento interesante es la forma circular del Jardín del Edén que se contrapone a la forma cuadrada de la Nueva Jerusalén. En verdad, toda ciudad es tradicionalmente representada en forma cuadrada (como la “Roma quadrata”) porque el cuadrado representa la estabilidad, al mismo tiempo que el círculo simboliza la perfección y el movimiento. Por otro lado, toda forma redonda es de naturaleza celeste y masculina, mientras que toda forma cuadrada es terrestre y femenina, por lo tanto el círculo del Edén significa “el Cielo en la Tierra”, de idéntico modo que el cuadrado de la Nueva Jerusalén representa “la Tierra en el Cielo”.
(2) Eckhartshausen, Karl von: “La nube sobre el santuario”
(3) Eckhartshausen: op. cit.
(4) Dice el Corán 20:112: “Hicimos un pacto con Adam, pero olvidó y no le encontramos resolución”
(5) Citado en: Heinberg, Richard: “Memorias e Visoes Do Paraiso”
(6) Vendidad: Fargard 2:I:2
(7) Vendidad II, 5
(8) Dice Mario Roso de Luna en “El simbolismo de las religiones del mundo”: “El Airyana-vaejo no es la meseta de Pamir, «techo del mundo y centro de dispersión de los arios, ni la Bactriana entre el Oxus y el Iaxartes, ni la Media, ni la Armenia, ni Bagdhi o Baktres o Hapta-Hendu, ni las «Siete Cuevas» de otros autores, sino la Isla Blanca, la isla sagrada e imperecedera emplazada en todas las teogonías allende las regiones hiperbóreas, isla que fue cuna de la primera Raza-Raíz de esta Ronda, o sea de nuestros Padres, Kabires, Rishis o Pitris lunares y llamada, según La Doctrina Secreta, a subsistir durante todo el Manvántara”
(9) Hay elementos comunes de Adán con los personajes mesopotámicos de Adapa (hijo de Enki) y Enkidu de la Epopeya de Gilgamesh. Véanse los interesantes estudios de Walter Reinhold Warttig Mattfeld y de la Torre en www.bibleorigins.net
(10) Zand-i Vohuman Yasht, cap. 1
(11) Alighieri, Dante: “La Divina Comedia”, Infierno, canto XIV
(12) Cervantes, Miguel de: “Don Quijote de la Mancha”
(13) La Masonería Tradicional centra sus trabajos en la construcción de esta ciudad sagrada (o bien de la reconstrucción del Templo de Salomón), canalizando todos sus esfuerzos para que la sociedad humana sea un reflejo fiel de la Jerusalén Celeste. Sin embargo, en la escalada final de la Edad Oscura (el período llamado “Kali Yuga del Kali Yuga”), la mayoría de las obediencias y logias masónicas se han desviado del propósito original y han renunciado a la “Tradición”, sustituyéndola por el “Progreso”. En verdad, la Tradición Primordial y el concepto moderno del Progreso son antagónicos, pues mientras que la primera se fundamenta en un tiempo cíclico y en un “retorno a la fuente” (que está “adentro”), la segunda se basa en un tiempo lineal, donde lo “bueno” está al final y “afuera”, todo lo pasado es peor, primitivo y desdeñable. Por eso, cuando cualquier Orden Iniciática (Masonería u otras) se manifiesta como “progresista” está evidenciando su desviación. No obstante, esta desviación no necesariamente es definitiva y toda crisis es una oportunidad para la transformación. Las obras de Fermín Vale Amesti son un gran aporte para comprender esta necesaria “restauración de la Masonería” que está destinada a jugar un rol importante en la reconstrucción de la Sociedad Primordial.
(14) Guénon, René: “El esoterismo de Dante”
(15) Guénon, René: “El reino de la cantidad y los signos de los tiempos”
(16) Un elemento interesante es la forma circular del Jardín del Edén que se contrapone a la forma cuadrada de la Nueva Jerusalén. En verdad, toda ciudad es tradicionalmente representada en forma cuadrada (como la “Roma quadrata”) porque el cuadrado representa la estabilidad, al mismo tiempo que el círculo simboliza la perfección y el movimiento. Por otro lado, toda forma redonda es de naturaleza celeste y masculina, mientras que toda forma cuadrada es terrestre y femenina, por lo tanto el círculo del Edén significa “el Cielo en la Tierra”, de idéntico modo que el cuadrado de la Nueva Jerusalén representa “la Tierra en el Cielo”.
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