Traducción: Rosa García
Nos
juzgamos muy duramente porque no hemos podido superar la pena, la vergüenza o
la culpa del pasado y no logramos imaginar cómo podríamos llegar a convertirnos
en el recipiente de paz, alegría, amor y satisfacción que deseamos. Creemos que
estamos incompletos, por lo que nos embarcamos en interminables técnicas de
sanación en nuestro intento por comprender un pasado que no podemos resolver y
el deseo de crear un presente que aún no podemos concebir. Sin embargo, si
logramos contemplarnos en nuestros tres aspectos, “yo, yo mismo y Yo”, y conseguimos
integrarlos en congruencia, podremos crear la vida que anhelamos y liberarnos
de los métodos de sanación que no sirven a este propósito.
Nuestro
“yo” es el ser humano en el cual nuestra alma se encarnó. Éste “yo” es mucho
más complejo de lo que imaginamos, ya que contiene las experiencias de todas
nuestras vidas, de todas las energías con que hemos conectado, y todo aquello
que hemos sido alguna vez, bueno y malo, positivo y negativo, víctima y
perpetrador. Creemos que comenzamos cada nueva vida como una página blanco,
pero no es así. Comenzamos cada existencia como un libro repleto de información
de nuestras vidas anteriores, cuya única página en blanco es la vida que
comienza.
La
página en blanco consiste en lo que crearemos en esta vida, pero no tendrá
valor para nosotros si no reconocemos que forma parte del libro de nuestras
numerosas existencias. Intentamos encontrar la felicidad comprometiéndonos con
la sanación para poder así reescribir el pasado, pero tampoco funciona, porque
nuestro trabajo de sanación siempre nos lleva de vuelta al comienzo de ese
libro. En realidad, debemos concentrarnos en la página en blanco, en el nuevo
ser que emergerá de las cenizas del pasado al utilizar esas cenizas como
fertilizante para el nuevo comienzo que deseamos crear. Y eso es posible cuando
permitimos que el pasado se integre a nuestro ser y trabajamos desde nuestro
ser completo, o “yo mismo”.
Nuestro
“yo mismo” es el punto de partida de nuestra nuevo ser. Es el yo que
criticamos, juzgamos, odiamos, culpamos, del que nos avergonzamos, y también al
que menospreciamos por su dolor, por sus miedos y debilidades. Cuando nos
enfocamos en él vemos todo lo que consideramos como el origen de nuestro dolor,
de nuestros errores y de nuestra falta de progreso o avance. Sin embargo, el
“yo mismo” es la semilla de nuestro tercer aspecto, el “Yo”, porque llegamos a
la congruencia a través de la aceptación de quien hemos sido, no del
rechazo.
Ahí es
donde nos estancamos en ciclos de sanación y nunca llegamos a sentirnos
completos (que es el paso necesario para poder pasar de la sanación a la
congruencia). Debemos sentirnos completos en todos los aspectos, no porque
neguemos o rechacemos ninguna de nuestras partes por encontrarlas desagradables
o cuestionables, sino porque utilicemos nuestra debilidad para volvernos
fuertes, nuestro miedo para generar coraje, y reconozcamos que nuestra
humanidad existe para que nuestra divinidad pueda brillar.
Una
vez lleguemos a aceptarnos completamente, abriremos la puerta para que nuestra
divinidad pueda brillar a través de nosotros. La divinidad consiste en ser
totales, no sagrados. No se presenta en nuestra puerta cuando hemos sido lo
bastante buenos, sino cuando reconocemos que nada en nosotros es imperfecto ni
irredimible. Y que tenemos miedo porque rechazamos las bendiciones de nuestra
divinidad, creyendo que no somos lo bastante buenos para ser divinos. Éste es
el “Yo”, la parte de nosotros que encierra la clave de la alegría, el amor, la
paz y la satisfacción que deseamos. También es quien nos ayuda a reconocer que
somos parte de la Fuente o de Dios, y que nada de lo que hagamos podrá nunca
separarnos.
El
descubrimiento de estos tres aspectos, yo, yo mismo y Yo, es el mayor desafío
de nuestra vida. Es una lección de aceptación que forma parte del amor a uno
mismo a niveles mucho más profundos. Reconocemos con aceptación nuestra
humanidad y todas sus flaquezas e invitamos a que nuestra divinidad comparta
nuestra mesa, aunque estemos comiendo en platos de cartón, con cubiertos de plástico
y usemos papel de cocina como servilleta. Nuestra divinidad no necesita
porcelana exquisita, ni tampoco plata, le basta con una invitación a sentarse
con nosotros.
Alcanzaremos
nuestro “Yo” cuando estemos listos para aceptarnos “con nuestras verrugas y
demás imperfecciones” y reconozcamos nuestra propia perfección implícita. Desde
el Yo encontraremos entonces la congruencia, la armonía, la fluidez y la
conexión que nuestra alma desea, porque habrá encontrado un hogar en nuestra
humanidad y sabrá que guarda un lugar para la divinidad en la mesa de nuestro
ser.
Derechos
de autor reservados © 2017 por Jennifer Hoffman. Pueden citar, traducir,
reimprimir o referirse a este mensaje si mencionan el nombre de la autora e
incluyen un vínculo de trabajo a: http://enlighteninglife.com
Difusión:
El Manantial del Caduceo en la Era del Ahora
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