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28 de marzo de 2018

Simbolismo de los mercaderes del templo


By PHILEAS 

“Entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que compraban y vendían en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían las palomas. Y les dijo: Escrito está: “Mi casa será llamada casa de ora­ción”, pero vosotros la estáis haciendo cueva de ladrones”. (Mateo 21:12-13)

En este pasaje bíblico Jesús el Cristo expulsa violentamente a los mercaderes del templo, a fin de purificar ese recinto sagrado erradicando de forma radical todo elemento profano.


Si analizamos la escena desde una perspectiva más profunda, descubriremos que ese templo material representa, en verdad, al Alma humana, y esto nos recuerda las palabras de San Pablo: “¿No saben que ustedes son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y ustedes son ese templo”. (1 Corintios 3:16-17)

El templo había sido profanado y tenía que ser purificado a la fuerza, de forma enérgica y hasta con violencia, y para ello Jesús utilizó un látigo de cuerdas. Este instrumento correctivo que representa la movilización y la remoción de las energías negativas, nos recuerda a otro elemento simbólico que tiene una función análoga: la escoba, la cual permite “barrer el polvo, barrer la suciedad” eliminando toda la mugre interior para que el templo quede completamente limpio.

Este es, justamente, el punto más importante de la escena simbólica de los mercaderes: la descontaminación del templo, la liberación de todo elemento profano para que lo sagrado se manifieste, para que la divinidad pura se instale en él y ocupe el espacio más sagrado de todo el recinto (el Sancta Sanctorum) que tradicionalmente se relaciona con el corazón.

Los mercaderes representan a los yoes (la multiplicidad del Ego), a los dragones, a todo lo que nos separa de nuestra identidad sagrada y, en este sentido, Meister Ec­khart los vinculó a todos los obstáculos que debemos sortear para alcanzar la comunión divina. Decía el místico alemán: “Dios quiere tener vacío este templo de modo que no haya nada adentro fuera de Él mismo. Es así porque este templo le gusta tanto ya que se le asemeja de veras, y Él mismo está muy a gusto en este templo siempre y cuando se encuentre ahí a solas”. (1)

El corazón como centro
El corazón representa el centro, el punto de conexión entre lo divino y lo humano, la residencia que debe ocupar el Cristo-Rey, es decir el Maestro Interno o Cristo Íntimo (Dios en nosotros), aquel que debe recuperar a la fuerza su trono usurpado.
“¡Alejáos, profanos!” La protección del corazón

Este símbolo no es exclusivo del cristianismo sino que aparece en la mayoría de las corrientes espirituales tanto de Oriente como de Occidente. En el Bhagavad Gita, por ejemplo, comenta Krishna: “Yo soy el Espíritu que mora en el corazón de todos los seres y soy principio, medio y fin de todo ser”.

Por otra parte, en el mundo islámico, Ibn Arabi dijo que el corazón es “donde se ve a Dios, donde Él se manifiesta, donde se desarrolla íntima conversación con él” y Al-Halláj escribió que “cuando Allah elige un corazón, lo vacía de todo lo que no sea Él mismo”.

En el marco de la tradición norteamericana, Alce Negro sentenció: “El corazón es el santuario en cuyo centro se halla un pequeño espacio en el que habita el Gran Espíritu, y éste es el Ojo (Ishta). Éste es el Ojo del Gran Espíritu por el que Él ve todas las cosas, y por el que le vemos. Cuando el corazón no es puro, el Gran Espíritu no puede ser visto, y si hubierais de morir en esta ignorancia, vuestra alma no podrá regresar inmediatamente a Su lado, sino que deberá purificarse mediante peregrinaciones a través del mundo. Para conocer el Centro del corazón en el que reside el Gran Espíritu, debéis ser puros y buenos, y vivir según la manera en que el Gran Espíritu nos ha enseñado. El hombre que, de este modo, es puro, contiene al Universo en la bolsa de su corazón”. (2)

En la tradición iniciática occidental, el Filósofo Desconocido (Louis Claude de Saint-Martin) propuso una “via cordial” cuyo eje era la “iniciación del corazón” y habló de la purificación del mismo en estos términos: “El corazón del hombre es la zona que ha elegido la Divinidad para su lugar de reposo y que lo único que pide es venir a ocuparla. ¿No es una verdad muy grande para nosotros saber que Dios no ha elegido semejante lugar de reposo nada más que porque el corazón del hombre es amor, ternura y caridad y porque, por consiguiente, este secreto nos descubre la verdadera naturaleza de nuestro Dios, que consiste en ser eternamen­te amor, ternura y caridad, sin lo cual no trataría de habitar en nosotros, si no fuese a encontrar estos beneficios indis­pensables?”. (3)

Por último, y en total consonancia con lo anteriormente expuesto, Santa Teresa de Ávilaescribió: “Toda nuestra habilidad con­siste en vaciar el corazón de deseos, de propiedades, de asi­mientos, de cosas que impiden el habitar Dios en nuestro corazón; pues en teniendo desocupada el alma de lo que a Dios embaraza, toda la ocupa con su gracia, con su luz, con sus virtudes, consigo mismo y en estando Dios en el Alma bien servido y adorado, gobierna, guía, alumbra, purifica y limpia está en su casa en el Alma porque ella tiene visitas extrañas con las que conversa. Pero si Jesús ha de hablar en el Alma, ella tiene que es­tar a solas y se debe callar ella misma si es que ha de escuchar a Jesús. ¡Ah, sí!, entonces entra Él y comienza a hablar”. (4) 

Barriendo el polvo, barriendo la suciedad

Conclusiones

Jesús el Cristo, después de su ingreso triunfal en Jerusalén, no tenía opción. Necesitaba realizar un gesto simbólico que evidenciara su más alta misión y este gesto fue la expulsión de los mercaderes que, con total impunidad, estaban corrompiendo el lugar sagrado. Por ello, no podía ser transigente: tenía que actuar con energía y seguridad, pues de otra forma los intrusos no se moverían.

Esta escena, que suele escandalizar a los anticristianos y a aquello que leen la Biblia de manera literal (“¿cómo un hombre de paz puede perder los estribos de ese modo?”) es totalmente lógica en el marco de las enseñanzas del propio Cristo y de una de sus más conocidas afirmaciones: “No vine a traer la paz, sino la espada” (Mateo 10:34), lo cual es una alusión clara a la guerra interna, a esa conflagración interior que no permite concesiones ni medias tintas.

El evento de los mercaderes del templo no ocurrió hace 2.000 años. No es estrictamente histórico ni tampoco es legendario, sino que es una descripción fiel de algo que está sucediendo ahora mismo en el interior de cada uno de nosotros. Por lo tanto, es necesario que aprovechemos este Lunes Santo para detectar uno a uno a estos elementos tóxicos que contaminan nuestra Alma y que nos están impidiendo convertirnos en lo que ya somos.

Notas del texto
(1) Eckhart, Meister: “Tratados y sermones”
(2) Alce negro: “Alce negro habla”
(3) Saint-Martin, Louis Claude: “El hombre nuevo”
(4) Palafox y Mendoza, Juan de: “Cartas de Santa Teresa de Jesús”

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