“Entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que compraban y
vendían en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y los asientos de los
que vendían las palomas. Y les dijo: Escrito está: “Mi casa será llamada casa
de oración”, pero vosotros la estáis haciendo cueva de ladrones”. (Mateo
21:12-13)
En este pasaje bíblico Jesús el Cristo expulsa violentamente a los
mercaderes del templo, a fin de purificar ese recinto sagrado erradicando de
forma radical todo elemento profano.
Si analizamos la escena desde una perspectiva más profunda,
descubriremos que ese templo material representa, en verdad, al Alma
humana, y esto nos recuerda las palabras de San Pablo: “¿No saben que
ustedes son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si
alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de
Dios es santo, y ustedes son ese templo”. (1 Corintios 3:16-17)
El templo había sido profanado y tenía que ser purificado a la fuerza,
de forma enérgica y hasta con violencia, y para ello Jesús utilizó un látigo de
cuerdas. Este instrumento correctivo que representa la movilización y la
remoción de las energías negativas, nos recuerda a otro elemento simbólico que
tiene una función análoga: la escoba, la cual permite “barrer el polvo, barrer
la suciedad” eliminando toda la mugre interior para que el templo quede
completamente limpio.
Este es, justamente, el punto más importante de la escena simbólica de
los mercaderes: la descontaminación del templo, la liberación de todo elemento
profano para que lo sagrado se manifieste, para que la divinidad pura se
instale en él y ocupe el espacio más sagrado de todo el recinto (el Sancta
Sanctorum) que tradicionalmente se relaciona con el corazón.
Los mercaderes representan a los yoes (la multiplicidad del Ego), a los
dragones, a todo lo que nos separa de nuestra identidad sagrada y, en
este sentido, Meister Eckhart los vinculó a todos los obstáculos que debemos
sortear para alcanzar la comunión divina. Decía el místico alemán: “Dios
quiere tener vacío este templo de modo que no haya nada adentro fuera de Él
mismo. Es así porque este templo le gusta tanto ya que se le asemeja de veras,
y Él mismo está muy a gusto en este templo siempre y cuando se encuentre ahí a
solas”. (1)
El corazón como
centro
El corazón representa el centro, el punto de conexión entre lo divino y
lo humano, la residencia que debe ocupar el Cristo-Rey, es decir el
Maestro Interno o Cristo Íntimo (Dios en nosotros), aquel que debe recuperar a
la fuerza su trono usurpado.
“¡Alejáos, profanos!” La protección del corazón
Este símbolo no es exclusivo del cristianismo sino que aparece en la
mayoría de las corrientes espirituales tanto de Oriente como de Occidente. En
el Bhagavad Gita, por ejemplo, comenta Krishna: “Yo soy el
Espíritu que mora en el corazón de todos los seres y soy principio, medio y fin
de todo ser”.
Por otra parte, en el mundo islámico, Ibn Arabi dijo que el
corazón es “donde se ve a Dios, donde Él se manifiesta, donde se
desarrolla íntima conversación con él” y Al-Halláj escribió
que “cuando Allah elige un corazón, lo vacía de todo lo que no sea Él
mismo”.
En el marco de la tradición norteamericana, Alce Negro sentenció: “El
corazón es el santuario en cuyo centro se halla un pequeño espacio en el que
habita el Gran Espíritu, y éste es el Ojo (Ishta). Éste es el Ojo del Gran
Espíritu por el que Él ve todas las cosas, y por el que le vemos. Cuando el
corazón no es puro, el Gran Espíritu no puede ser visto, y si hubierais de
morir en esta ignorancia, vuestra alma no podrá regresar inmediatamente a Su
lado, sino que deberá purificarse mediante peregrinaciones a través del mundo.
Para conocer el Centro del corazón en el que reside el Gran Espíritu, debéis
ser puros y buenos, y vivir según la manera en que el Gran Espíritu nos ha
enseñado. El hombre que, de este modo, es puro, contiene al Universo en la
bolsa de su corazón”. (2)
En la tradición iniciática occidental, el Filósofo Desconocido (Louis
Claude de Saint-Martin) propuso una “via cordial” cuyo eje era la “iniciación del
corazón” y habló de la purificación del mismo en estos términos: “El
corazón del hombre es la zona que ha elegido la Divinidad para su lugar de
reposo y que lo único que pide es venir a ocuparla. ¿No es una verdad muy
grande para nosotros saber que Dios no ha elegido semejante lugar de reposo
nada más que porque el corazón del hombre es amor, ternura y caridad y porque,
por consiguiente, este secreto nos descubre la verdadera naturaleza de nuestro
Dios, que consiste en ser eternamente amor, ternura y caridad, sin lo cual no
trataría de habitar en nosotros, si no fuese a encontrar estos beneficios indispensables?”. (3)
Por último, y en total consonancia con lo anteriormente expuesto, Santa
Teresa de Ávilaescribió: “Toda nuestra habilidad consiste en vaciar el
corazón de deseos, de propiedades, de asimientos, de cosas que impiden el
habitar Dios en nuestro corazón; pues en teniendo desocupada el alma de lo que
a Dios embaraza, toda la ocupa con su gracia, con su luz, con sus virtudes,
consigo mismo y en estando Dios en el Alma bien servido y adorado, gobierna,
guía, alumbra, purifica y limpia está en su casa en el Alma porque ella tiene
visitas extrañas con las que conversa. Pero si Jesús ha de hablar en el Alma,
ella tiene que estar a solas y se debe callar ella misma si es que ha de
escuchar a Jesús. ¡Ah, sí!, entonces entra Él y comienza a hablar”. (4)
Conclusiones
Jesús el Cristo, después de su ingreso triunfal en Jerusalén, no tenía
opción. Necesitaba realizar un gesto simbólico que evidenciara su más alta
misión y este gesto fue la expulsión de los mercaderes que, con total
impunidad, estaban corrompiendo el lugar sagrado. Por ello, no podía ser
transigente: tenía que actuar con energía y seguridad, pues de otra forma los
intrusos no se moverían.
Esta escena, que suele escandalizar a los anticristianos y a aquello que
leen la Biblia de manera literal (“¿cómo un hombre de paz puede perder los
estribos de ese modo?”) es totalmente lógica en el marco de las enseñanzas del
propio Cristo y de una de sus más conocidas afirmaciones: “No vine a
traer la paz, sino la espada” (Mateo 10:34), lo cual es una alusión
clara a la guerra interna, a esa conflagración interior que no permite
concesiones ni medias tintas.
El evento de los mercaderes del templo no ocurrió hace 2.000 años. No es
estrictamente histórico ni tampoco es legendario, sino que es una descripción
fiel de algo que está sucediendo ahora mismo en el interior de cada
uno de nosotros. Por lo tanto, es necesario que aprovechemos este Lunes Santo
para detectar uno a uno a estos elementos tóxicos que contaminan nuestra Alma y
que nos están impidiendo convertirnos en lo que ya somos.
Notas del texto
(1) Eckhart, Meister: “Tratados y sermones”
(2) Alce negro: “Alce negro habla”
(3) Saint-Martin, Louis Claude: “El hombre nuevo”
(4) Palafox y Mendoza, Juan de: “Cartas de Santa Teresa de Jesús”
(2) Alce negro: “Alce negro habla”
(3) Saint-Martin, Louis Claude: “El hombre nuevo”
(4) Palafox y Mendoza, Juan de: “Cartas de Santa Teresa de Jesús”
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