Los antiguos intentaron comprender el tiempo a través del mito y lo concibieron en forma dual, en correspondencia directa con la constitución humana.
En primer lugar, observaron un tiempo vinculado a lo transitorio y al
cuaternario inferior: Cronos, el tiempo de la personalidad, lineal,
horizontal, cuantitativo, medible, aquel que permite la supervivencia y el
desarrollo en el plano material. Kairos –por el contrario– es el
tiempo del Ser, cualitativo, vertical, de la oportunidad y de la vida bien
vivida.
Con la Iluminación, Cronos es con-sagrado (vuelto sagrado). En
otras palabras, el hombre consciente lograr hacer coincidir el axioma
tradicional “Tempus Fugit” (“el tiempo huye”) que describe la naturaleza de
Cronos con el “Carpe Diem” (“aprovecha el día”) de Kairos, a fin de que lo de
Arriba y lo de Abajo confluyan en un mismo punto axial, para espiritualizar la
materia y materializar el espíritu.
Tiempo lineal
En Occidente, la concepción del tiempo que se utiliza
habitualmente es lineal, cronológica y está fundamentada en la idea
zoroastriana que fue desarrollada por los judíos (y tomada posteriormente por
los cristianos) de un tiempo que empieza y termina, con un prólogo (Génesis) y
un epílogo (Apocalipsis).
La línea del pasado, presente y futuro de este tiempo lineal (o profano)
es inviolable, y los acontecimientos no pueden ser repetidos de ningún modo.
Por otro lado, el tiempo sagrado es -en palabras de Mircea
Eliade– “indefinidamente recuperable,
indefinidamente repetible”(1)
a través del rito. De este modo, “los participantes [del
rito] se vinculan a todos los que pasaron antes: con los antepasados, y, en última
instancia, con el momento creador primordial que conmemora el ritual” es
decir que “se hacen contemporáneos del acontecimiento mítico. En otros
términos: “salen” de su tiempo histórico —es decir, el Tiempo constituido por
la suma de acontecimientos profanos, personales e interpersonales— y enlazan
con el tiempo primordial, que siempre es el mismo, que pertenece a la
Eternidad” (2).
Cuenta Eliade: “Constantinopla fue conquistada por los turcos en
1453 y la Bastilla cayó el 14 de julio de 1789. Estos acontecimientos son
irreversibles. Sin duda, al haberse convertido el 14 de julio en la fiesta
nacional de la República Francesa, se conmemora anualmente la toma de la
Bastilla, pero no se reactualiza el acontecimiento histórico
propiamente dicho. Para el hombre de las sociedades arcaicas, por el contrario,
lo que pasó ab origine es susceptible de repetirse por la fuerza de los ritos.
Lo esencial para él es, pues, conocer los mitos. No sólo porque los mitos le
ofrecen una explicación del Mundo y de su propio modo de existir en el mundo,
sino, sobre todo, porque al rememorarlos, al reactualizarlos, es capaz de
repetir lo que los Dioses, los Héroes o los Antepasados hicieron ab origine”. (3)
En otras palabras: aunque los hechos del tiempo cronológico puedan ser
conmemorados y celebrados no tiene posibilidad de ser experimentados en carne
propia. Por ejemplo, podemos recordar las fechas patrias con grandes actos y
espectáculos “externos”, pero éstos -por su naturaleza secular y profana- se
convierten en sí mismos en una barrera infranqueable que nos impide entrar en
conexión directa con esos acontecimientos pretéritos.
No obstante, existe “otro tiempo”, un eterno presente, en el que el
ser humano puede colarse para entrar en contacto directo con los símbolos, con
los mitos, con esa otra dimensión trascendente que está oculta a los
profanos, aquellos que solamente pueden concebir un tiempo lineal y
cronológico. [Véase el artículo “Símbolos: visión de día,
visión de noche”]
A través del rito (que es el “símbolo puesto en acción”) el
acontecimiento primordial no se conmemora sino que se “vuelve a vivir” y de
esta forma, “las personas del mito se hacen presentes, uno se hace su
contemporáneo” (6), y es posible entrar en “comunión” (común unión)
con ellas.
Raimon Panikkar habla de “tempiternidad”, una palabra muy
interesante donde se amalgama el tiempo y la eternidad. Este autor
sostiene: “La experiencia de tempiternidad es vivir el presente
como experiencia intensa del instante, sin referencia al pasado que ya
fue, o al futuro que será. Es aquel presente en el que se realiza una
acción verdaderamente tal, esto es, auténtica y, por tanto, única” (4).
Dicho de otro modo: “El tiempo es la otra cara de lo que se ha
venido llamando eternidad, de manera que tiempo y eternidad forman lo
que se podría denominar tempiternidad. La eternidad no viene después
del tiempo –ni existía antes–. La vida del hombre sobre la tierra no es un
simple peregrinar hacia Dios, la reencarnación o la nada, sino que
constituye un ritmo en el que cada momento es habitado por la otra cara
eterna” (5).
Pro-gressum y Re-gressum
El colonialismo es una expresión clara del “progreso”
El tiempo lineal está íntimamente ligado a la idea moderna del “progreso
constante”, que ha sido fundamental para el desarrollo tecnológico y científico
de la civilización occidental.
Según este concepto (aparecido en los siglos XVII y XVIII), la línea que
marca ese tiempo es ascendente: las civilizaciones necesitan progresar y crecer
indefinidamente, mientras que la ciencia y la tecnología deben ser los motores
para este avance irreversible.
El investigador James Frazer fue uno de los defensores
teóricos de esta concepción histórica estableciendo tres etapas del proceso
civilizador: una mágica, otra religiosa y otra científica, cada una de ellas
supuestamente superior a la anterior, hasta llegar a una sociedad altamente
evolucionada y civilizada que él relacionaba con la occidental y europea. Otros
estudiosos han propuesto cuatro etapas para este progreso continuo: mágica,
religiosa, filosófica y científico-técnica, como muestro en el gráfico adjunto.
Este dogma moderno de un “progreso constante” basado en un tiempo lineal entró en crisis en el siglo XX, primero con la explosión de dos sangrientas guerras mundiales, protagonizadas por las naciones más “avanzadas” del planeta y segundo con la crisis ecológica que demostró la sinrazón de un modelo económico fundamentado en el crecimiento indefinido.
Frente al dogma moderno del progreso (pro=adelante y
gressum=marchar) ligado claramente a una concepción profana del tiempo, la
Filosofía Iniciática habla de una Tradición (de “tradere”, traer,
transmitir) y de un regreso (re=volver y gressum=marchar),
sosteniendo que el objetivo final no está adelante y afuera sino que -por el
contrario- está atrás y adentro, en vinculación a un tiempo circular. [Véase artículo “Post
Tenebras Lux”]
El progreso se fundamenta en el crecimiento, en la expansión, en
el “más” y argumenta: si hacemos más leyes, si tenemos más
tecnología, si logramos que el hombre viva más años… seremos más felices. La
Tradición, por su parte, propone el decrecimiento, el “solve et coagula” y en
la vida simple centrada en el “menos”.
En verdad, no tenemos que optar por un tiempo ni por otro. Somos seres
de dos mundos, seres de dos tiempos y nuestra tarea no es contraponerlos sino
reconciliarlos, reuniendo de manera virtuosa a Cronos y a Kairos en un solo
tiempo, en una Unidad consciente que nos permita encontrar el camino de regreso
a casa.
Los participantes del ritual logran entrar en comunión (común unión) con
los personajes míticos.
Por más pobre y deslucido que sea un templo, sigue siendo un espacio
sagrado donde podemos entrar en el tiempo sagrado.
Iglesia de
Münster después de la Segunda Guerra Mundial
A través del
acto ritual, se produce una ruptura en la línea de tiempo
A través de la
paz interior es posible ingresar en otro tiempo y en otro espacio
Notas del texto
(1) Eliade, Mircea: “Lo sagrado y lo profano”
(2) Eliade: op. cit.
(3) Eliade, Mircea: “Mito y realidad”
(4) Panikkar, Raimon: “Culto y secularización”
(5) Panikkar, Raimon: “La intuición cosmoteándrica”
(2) Eliade: op. cit.
(3) Eliade, Mircea: “Mito y realidad”
(4) Panikkar, Raimon: “Culto y secularización”
(5) Panikkar, Raimon: “La intuición cosmoteándrica”
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