By PHILEAS
El acanto es una planta de profundo simbolismo, cuyo nombre proviene del
griego “akantha” (espina), y en ella se destacan justamente sus hojas
espinosas, que representan las dificultades de la vida.
Esta característica ya la hemos analizado en el artículo “Via Spinosa”, donde se dijo que las
espinas aluden al triunfo sobre las adversidades que puede resumirse en la
frase latina “Ad astra per aspera”, es decir “hacia las estrellas a través de
las dificultades”, recordando siempre que quienes recorren el sendero
iniciático deben estar dispuestos a afrontar pruebas de todo tipo: físicas,
emocionales, mentales y espirituales.
El acanto y el orden corintio
El origen del orden arquitectónico corintio está íntimamente
ligado al acanto, y Vitruvio atribuye su descubrimiento a Calímaco. Según
se cuenta, unas personas dejaron olvidada, en una huerta, una canasta cubierta
con una loza de barro para proteger su contenido. Después de varias semanas,
una planta de acanto, que había quedado casualmente debajo de la canasta,
creció a los lados de la misma.
El escultor Calímaco, que casualmente pasaba por el lugar, observó la
belleza del acanto colándose con fuerza sobre la canasta y se le ocurrió
decorar las columnas de sus creaciones con esta planta. Los arquitectos
aceptaron con gusto la innovación del joven escultor y la comenzaron a
implementar en sus construcciones, dando origen al orden corintio, tal vez el
más elegante de los órdenes clásicos.
Calímaco crea el capitel corintio (dibujo de Edward
Francis Burney)
Acepciones cristianas del acanto
Acanto y dragones en la Fuente de la Matriz
(Montevideo)
Además de su presencia fácilmente detectable en muchas columnas de
nuestras ciudades iberoamericanas, el acanto también aparece en algunas fuentes
de agua, como en la de la Plaza Matriz de Montevideo, donde decora cada
uno de los platos simbolizando el dificultoso ascenso a lo más alto, en un
gradual pasaje hasta estados de conciencia más elevados.
En el arte románico el acanto es usado como símbolo del
sufrimiento y de la caída en la materia, donde siempre aparecen ligadas las
espinas con el concepto cristiano del “valle de lágrimas” y del pecado
original.
Sobre esto, dice un libro del siglo XVIII sobre la vida de Catalina de
Siena: “Cuanto más agudo sea el dolor de las espinas en esta vida,
tanto será de mayor preeciosidad en el Cielo la corona de la gloria; y los que
buscan las flores y oro de los deleites en este valle de lágrimas, deben temer la
intolerable diadema de espinas, que los ríos halagüeños de las delicias humanas
no pueden evitar el fin de las amargas olas a donde corren” (1).
Desde esta perspectiva, el padre Ramiro de Pinedo sentencia: “La
hoja del acanto (…) es una hoja de la que nacen espinas blandas al principio,
que endureciéndose luego hieren fuertemente al que sin precaución las coge; y
las espinas son símbolo de la solicitud y cuidado de las riquezas, de las
concupiscencias y de los deleites del siglo, representando también el estímulo
de la carne. Las hojas carnosas que estas espinas producen son la carne del
pecado que con nosotros llevamos, de la que indefectiblemente nacen los vicios,
débiles al principio, fuertes luego” (2).
Esta concepción de que el dolor y la negación del placer es un camino
válido para alcanzar la felicidad en “otro mundo” ha sido una constante en la
tradición monástica del cristianismo occidental, resumida en una frase de santa
Marguerite Marie Alacoque: “Sólo el dolor hace soportable la vida”. [Ver
artículo “Ascesis y ascetismo”]
En rigor de verdad, esta idea es absurda. Ni el placer ni el dolor
pueden ser negados porque son una parte fundamental de nuestra vida en este
plano y, como almas encarnadas, necesitamos de ambos para crecer en conciencia
y descubrir nuestra naturaleza profunda. No es cierto que el mundo sea un
“valle de lágrimas” y que hemos venido a sufrir. Más bien podríamos llamarlo un
“gimnasio del Alma” donde somos entrenados, puestos a prueba, a fin de
responder con habilidad a todos los desafíos que vayan apareciendo.
Las hojas espinosas de acanto nos revelan que las dificultades se
terminan convirtiendo en escalones hacia lo más alto y que detrás de toda
prueba hay una oportunidad.
Ad astra per aspera.
Concordancia
“He sido un hombre afortunado; en la vida nada me ha sido fácil”. (Sigmund
Freud)
Imágenes
Calímaco y el origen del orden corintio
La canasta tapada y la planta de acanto creciendo
alrededor
El acanto relacionado con las adversidades
Pila bautismal en la Catedral de Buenos Aires
(Foto: Daniel Pelúas)
Notas del texto
(1) Gisbert, Lorenzo: “Vida portentosa de la seráfica y cándida virgen
Santa Catalina de Sena”
(2) Pinedo, Ramiro de: “El simbolismo en la escultura medieval española”
(2) Pinedo, Ramiro de: “El simbolismo en la escultura medieval española”
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