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23 de junio de 2018

Dios nunca Parpadea - Lección 4


LECCIÓN 4
Cuando te sientas vacilante, sólo da el siguiente paso.

Mi vida solía ser como ese juego de “Las estatuas de marfil” que jugábamos de niños. Una vez que terminaba la canción, debías quedarte congelado en la posición. Cuando algo sucedía, yo me congelaba como una estatua, con miedo de moverme en la dirección equivocada, demasiado temerosa de tomar la decisión incorrecta. Si te quedas congelado demasiado tiempo, tú decidiste hacerlo.

Hay un momento en el especial de Navidad de Charlie Brown, donde Charlie va a ver a Lucy, la psiquiatra que cobra cinco centavos. Lucy hace lo mejor para diagnosticarlo.
Si él le teme a la responsabilidad, debe de tener hipengiofobia. Charlie Brown no está seguro de qué es exactamente a lo que más le teme.

Lucy hace su mejor esfuerzo por acertar. Si él le tiene miedo a las escaleras, debe de tener climacofobia. Si le teme al océano, tiene talasofobia. Quizá sea gefirofobia, el miedo a cruzar puentes.

Finalmente, Lucy da con el diagnóstico correcto: panofobia.
Cuando le pregunta a Charlie Brown si es eso lo que tiene, él le pregunta qué es eso. La respuesta lo sorprende y lo reconforta a la vez.
—¿Qué es panofobia?
—El miedo a todo.
¡Lotería! Eso es lo que tiene Charlie Brown.
Y yo también.
Durante la preparatoria, utilicé el alcohol como mi brújula. Posteriormente, fui a la universidad más cercana, pues para mí era inconcebible todo el proceso de aplicar y ser aceptada, y dejar el hogar y vivir en un dormitorio universitario fuera de Ravenna, Ohio.

Recorría diez kilómetros en autobús todos los días de Ravenna a Kent, no porque la Universidad Estatal de Kent fuera una escuela pública buena, sólida y asequible —que sí lo era—, sino porque no podía imaginar la manera de dar el salto y mudarme a una universidad, como hicieron mis cuatro hermanos mayores. Ellos se fueron a la Universidad Estatal de Ohio, una de las mayores universidades en el país. En Kent, mi mundo permaneció pequeño y seguro. Comía en la cafetería con gente de mi preparatoria.

Tras un año o dos en la universidad, reprobé química. Como se me dificultaba, dejé de ir a las clases; cambié de asignatura principal tres veces. Después me embaracé a los 21 y dejé por completo la escuela. Paré de beber definitivamente, pero trabajé en varios lugares que no eran adecuados para mí: empleada en el área de tránsito, secretaria legal, gerente de oficina, recolectora de cadáveres para una funeraria.

¿Qué haría con mi vida? El futuro me abrumaba. Entonces, un día una amiga en recuperación me sugirió esto: “Sólo da el siguiente paso”.

¿Eso es todo?
Puedo hacerlo.

Normalmente sabemos cuál es el siguiente paso, pero es tan pequeño que no lo vemos, pues nuestra visión está centrada en el horizonte y todo lo que podemos ver es un salto gigante y aterrador, en vez de un paso simple y pequeño. Así es que esperamos, y esperamos, y esperamos como si el Plan Maestro fuese a ser revelado como una alfombra roja a nuestros pies.

Incluso si así fuera, estaríamos demasiado aterrados para incursionar en él.
Yo quería terminar la universidad, elegir una carrera que amara, y no conformarme con un trabajo que no me apasionara. ¿Pero en qué debía especializarme? ¿Cómo pagaría los estudios? ¿A qué trabajo conduciría esa especialización? Había tantas preguntas sin respuesta.

Un día mi mamá me reveló el siguiente paso: “Sólo obtén un programa de cursos”, sugirió.

¿Eso es todo?
Puedo hacerlo.

Así es que obtuve el programa, lo abrí, le eché una ojeada rotulador en mano y marqué las clases a las que me gustaría asistir solamente porque se veían interesantes.
Me senté en el piso de la sala pasando página tras página. Al principio, como un niño cuya clase favorita es el recreo, marqué clases recreativas, como montar a caballo, excursionar y acampar.

Después, un par de clases de psicología y arte. A continuación, un montón de clases de literatura. Le di la vuelta a cada una de las páginas, leyendo las descripciones de los cursos, hasta que encontré un tesoro oculto: periodismo, reportajes, escribir para revistas, escribir artículos. Caramba. Leí todo el catálogo, desde antropología a zoología. Al terminar, volví a hojearlo y observé cuáles eran los cursos más marcados.
Escritura.

Así es que tomé una clase de escritura. Después otra. Después otra.
Cuando te sientas vacilante, sólo da el siguiente paso. Normalmente, es muy pequeño. Como decía el escritor E. L. Doctorow, escribir un libro es como conducir un auto en la noche. “Nunca puedes ver más allá de lo que alumbran tus faros, pero puedes hacer el viaje completo de esa manera.”

Esa filosofía también se aplica a la vida. Los faros de mi auto iluminan cien metros, pero incluso con esa luz puedo viajar hasta California. Sólo necesito ver lo suficiente para moverme.

Me gradué como periodista en la Universidad de Kent cuando cumplí treinta. Diez años después, obtuve el grado de maestría en Estudio de las Religiones por la Universidad John Carroll. Nunca me propuse obtener un posgrado. Si hubiese contado los años (cinco), el costo (miles) y el tiempo en el salón de clases, las tareas, la investigación (hasta la madrugada, durante la comida, los fines de semana), jamás habría enviado esa primera colegiatura.

Tomé una clase, después otra y otra, y un día había terminado.
La crianza de mi hija fue así. Jamás soñé que sería una madre soltera durante los 18 años de su niñez. Mi hija terminó la preparatoria el mismo mes en que yo obtuve mi posgrado. Me alegra no haber sabido cuando la parí, a los 21, lo que costaría en términos de tiempo, dinero y sacrificio llevarla hasta el día de su graduación. Me habría aterrado.

De vez en cuando, algún experto calcula lo que cuesta criar a un hijo, y aunque es muchísimo, el dinero no parece asustar a los padres potenciales. Sin embargo, si alguien calculara todo el tiempo y la energía que se necesitan para criar a un niño, la raza humana se extinguiría.

El secreto del éxito de la paternidad, de la vida, consiste en no contar el costo. No te concentres en todos los pasos que debes dar, no contemples el abismo ante el salto gigante que se requiere, esa visión te impedirá dar el siguiente paso.

Si quieres perder veinte kilos, ordena una ensalada en vez de papas fritas. Si quieres ser un mejor amigo, toma el teléfono en vez de ver primero el identificador de llamadas. Si quieres escribir una novela, siéntate y escribe sólo un párrafo.

Da miedo hacer cambios significativos, pero normalmente tenemos el suficiente valor como para dar el siguiente paso. Un pequeño paso y después otro. Eso es lo que toma criar a un niño, obtener un título profesional, escribir un libro, hacer lo que tu corazón desea.

¿Cuál es tu siguiente paso? Sea cual sea, dalo.

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