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10 de diciembre de 2018

Simbolismos geométricos


By PHILEAS 

“Que nadie entre aquí si no sabe geometría” (Academia platónica)
En su observación de la Naturaleza, los antiguos reconocieron una oposición primordial entre el Padre Cielo (positivo, activo, masculino) y la Madre Tierra (negativa, pasiva, femenina). Atendiendo a la forma de la bóveda celeste y al movimiento cíclico que podía observarse en lo alto determinaron que la forma geométrica ideal para representar el Cielo era el Círculo.

La Tierra, por el contrario, con sus cuatro direcciones y sus cuatro elementos, se relacionó al Cuadrado y en estas dos figuras geométricas primordiales -Círculo y Cuadrado- podemos observar con claridad la oposición Tierra-Cielo.

Mientras que el Cielo fue ligada con lo divino, lo trascendente y lo eterno, la Tierra se vinculó a lo humano, lo creado y lo perecedero.
Los filósofos iniciados del pasado, reflexionando sobre esta aparente oposición, encontraron una conexión entre lo de Arriba (el Macrocosmos) y lo de Abajo (el Microcosmos) y concluyeron que “así como es Arriba es Abajo”, argumentando que entre ambos existe un punto medio, un espacio donde el Círculo (Espíritu) y el Cuadrado (Materia) pueden entrar en comunión.
Ese punto intermedio entre el Espíritu y la Materia es el Alma, la eterna mediadora, y es ella la única que puede -como decían los alquimistas- “espiritualizar la materia” o “bien corporeizar el espíritu” (“hacer volátil lo fijo y fijo lo volátil”).
Por otro lado, la figura geométrica que está a medio camino entre el Círculo y el Cuadrado es el Octógono, un punto de encuentro donde es posible solucionar el problema de la “cuadratura del círculo” que es también puede considerarse una “circulatura del cuadrado”.
La cuadratura del círculo nos transmite la idea de una “coincidentia oppositorum”, una completa integración de los opuestos, la unidad del Espíritu y la Materia, que los rosacruces resumen en la máxima “Ad Rosam per Crucem – Ad Crucem per Rosam” (A la Rosa por la Cruz, a la Cruz por la Rosa”).

Triángulos
La diferenciación entre lo humano y lo divino puede también expresarse en otras figuras geométricas, en especial en el Triángulo (1).


En el triángulo equilátero podemos observar una proporción perfecta, un equilibrio armónico que nos recuerda a la perfección divina. Por esta razón, este triángulo siempre ha sido relacionado a lo trascendente y los judíos colocaron en él la letra “Yod” (la primera letra del Tetragramaton o nombre de Dios) para representar a la divinidad pura. En ocasiones, esta letra hebrea se sustituye por un ojo, convirtiendo a este triángulo en “el ojo que todo lo ve”, un conocido símbolo judeo-cristiano que ha sido adoptado por la Masonería en sus logias.
Cuando el triángulo equilátero es cortado exactamente por la mitad, se forman dos triángulos rectángulos. En otras palabras, esa figura “perfecta” pasa a ser imperfecta y el Uno se convierte en Dos figuras separadas que contienen al Tres, transmitiéndonos una idea de separación, que no es otra cosa que la caída de Adán en la materia.
No obstante, a través de la perfecta unión de sus partes, el triángulo rectángulo puede reconvertirse en un triángulo equilátero, “re-ligando” (volviendo a unir) lo que estuvo unido desde un principio. Esta labor de recuperación de la forma original perdida es denominada -desde la Filosofía Iniciática- “reintegración”.
El triángulo rectángulo también suele llamarse “triángulo egipcio” debido a que los constructores del Antiguo Egipto usaban una cuerda de 13 nudos en proporción 3, 4 y 5 para trazar fácilmente ángulos rectos en el suelo, práctica que fue heredada siglos mas tarde por los albañiles medievales, quienes la conservaron como un secreto de su oficio.

Este triángulo también fue utilizado por Pitágoras pen la formulación de su famoso teorema: “En un triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”, aunque es bien sabido que el sabio de Samos simplemente recogió y sintetizó lo que ya sabían desde mucho antes los matemáticos y arquitectos de Egipto y Sumeria.
La proporción de los lados del triángulo rectángulo (3, 4 y 5) ha sido adoptada en nuestros días por los masones, quienes la utilizan de forma simbólica en sus rituales. Sobre esto, Francisco Ariza revela que “la apertura de una logia operativa sólo es efectiva cuando son reunidas las tres varas que portan cada uno de los tres Grandes Maestros formando un triángulo rectángulo (también llamado “pitagórico”), pues dichas varas están en la proporción 3-4-5, valor numérico, precisamente, del nombre de El Shaddaï en hebreo” (2).
La escuadra masónica que porta el Venerable Maestro Masón está íntimamente ligada a la proporcionalidad del triángulo rectángulo, aunque carece de la hipotenusa de valor 5, lo cual recuerda la ausencia del Maestro Hiram Abiff. Esto significa, dicho de otro modo, que la Palabra Sagrada (o de una de sus tres sílabas) se ha extraviado, por lo cual la Francmasonería debe recuperarla.
René Guénon hablaba de esto en uno de sus escritos y decía: “En la época de la construcción del Templo, la “palabra” de los Maestros estaba, según la leyenda del grado, en posesión de tres personajes que tenían el poder de comunicarla: Salomón, Hiram, rey de Tiro, e Hiram-Abi; admitido esto, ¿cómo puede bastar la muerte de este último para causar la pérdida de la “palabra”? La respuesta es que, para comunicarla regularmente y en forma ritual, se necesitaba el concurso de los “tres primeros Grandes Maestros”, de tal manera que la ausencia o desaparición de uno sólo de ellos hacía imposible esta comunicación, así como es imposible formar un triángulo si no es con tres ángulos” (3).
En la joya del Past-Master, es decir del Maestro que ha dejado su cargo de Venerable, el triángulo vuelve a aparecer completo, dando a entender que a través de la experiencia y la vivencia interior la Palabra ha sido reencontrada.

Estrellas
El pentagrama pitagórico (estrella de cinco puntas) ha sido utilizado tradicionalmente para repre­sentar al microcosmos, imaginando en esta figura a un hombre con sus cuatro miembros extendidos (en otras palabras, los cuatro elemen­tos) más su cabeza (quinto elemento). Este símbolo, popularísimo durante el Renacimiento, alcanzó en el “Hombre de Vitruvio” de Leonardo Da Vinci su máxima expresión.

Como complemento a esta idea, podemos ver en el hexagrama (estrella de seis puntas) la reunión de dos triángulos equiláteros opuestos y entrelazados, uno con su vértice apuntando hacia arriba y otro hacia abajo. A veces, los triángulos aparecen de colores diferentes: blanco o rojo el superior y negro o azul el inferior (por ejemplo en el “pantáculo” martinista), pero siempre están indicando dos direcciones u orientaciones, una hacia lo alto y otra hacia abajo, manifestando de ese modo la conexión entre el Mi­crocosmos y el Macrocosmos.
  

Esta estrella de seis puntas conecta el Cielo y la Tierra, lo de arriba y lo de abajo, el agua y el fuego, a Shiva con Shakti, recordando que detrás de toda aparente dualidad subyace la Unidad última.
En la Gran Obra alquímica, el hexagrama indica la completa inte­gración manifestada en el andrógino, que no es pasivo ni activo, masculino ni femenino, horizontal ni vertical. Esto mismo se puede aplicar a Jesús el Cristo como símbolo y la unión perfecta de lo humano (Jesús) y lo divino (el Cristo).
Siendo así, al mismo tiempo que podemos observar en la estrella de cinco puntas al microcosmos (el Hombre), podemos también vincular al hexagrama con el Macrocosmos (el Hombre Universal, Adam Kadmon o Purusha) debido a su carácter integrador y universal.


Imágenes


El hombre-estrella según Agrippa













Microcosmos y Macrocosmos según el rosacruz Robert Fludd














El Hombre de Vitruvio













Teorema de Pitágoras








El “ojo que todo lo ve” en los billetes estadounidenses













Plano octogonal de la Cúpula de la Roca













Diseño octogonal en Jerusalén, donde se nota claramente la transición del cuadrado al círculo.

Notas del texto
(1) Los rosacruces profundizan en esta idea al hablar de la “ley del triángulo” mientras que los teósofos -por su parte- estudian la concepción de un “Triple Logos”.
(2) Ariza, Francisco: “Aspectos simbólicos de algunos rituales masónicos operativos”
(3) Guénon, René: “Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo”, vol. II


Notas sobre Geometría Sagrada

 En el umbral de la academia de Platón había un letrero que decía: “Que nadie entre aquí si no sabe geometría”, es decir que para ser aceptado en ese importante centro cultural el estudiante tenía que apreciar en la geometría “algo más” que un mero estudio de las propiedades y las magnitudes de las figuras en el plano o en el espacio (1).
Siendo así, hay que entender que la Filosofía Iniciática establece una diferencia entre una geometría profana (a veces llamada “euclidiana”) y otra sagrada (o “pitagórica”), y enseña que ambas no están desconectadas sino que son dos caras -necesarias- de una misma moneda y que se corresponden a lo exotérico y lo esotérico (lo evidente y lo oculto).
Dice Fermín Vale Amesti que “cuando entre Iniciados se habla de Geometría, [ésta] no se relaciona con “medidas de la tierra”, sino del estudio y la práctica de los principios que constituyen el fundamento o la “medida interior” de la Creación o Manifestación en el Mundo Fenoménico, es decir, en la Tierra. Es mediante el estudio de la medida interna de la Naturaleza que el Iniciado puede llevar a cabo la construcción del Templo interior” (2).
Todo el conocimiento francmasónico se fundamenta en una geometría “filosofal”, un lenguaje sutil que constituye la clave para acceder a los secretos de la Masonería Operativa, donde el constructor humano debe afanarse por imitar al divino constructor o Gran Arquitecto del Universo.

Por lo tanto, al hablar de geometría debemos recordar que “lo que se mide no es ninguna magnitud de superficie, aquello con lo que siempre se suele hoy vincular a la medida. No es esta geometría de la que se trata, sino que conjuntamente con la ciencia con la que se complementa, la aritmética, se ocupan más bien de pautas, de armonías que se producen de todas maneras y en distintos mundos e igualmente de las proporciones que existen entre seres, fenómenos y cosas” (3). Desde esta perspectiva, el estudio profundo de la geometría nos afecta y al comprender el sentido último de las figuras geométricas podemos llegar a entender también el sentido último del Universo y de nuestra propia existencia.
Toda figura geométrica, entendida como símbolo, se convierte en una puerta a otra realidad y el estudio geométrico, comprendido de esta forma, deja de ser especulativo para transformarse en una forma de meditación, donde es posible saltar del intelecto a la intuición (4). ¿Y que pasa cuando ocurre esto? El “sensorium interior” despierta, el ojo oculto se abre y se presenta ante nosotros una realidad detrás de la realidad que nos permite comprobar que todo es Uno y que formamos parte de esa Unidad.
El humilde punto tiene muchos secretos que contarnos. El cuadrado, en cuatro simples trazos, nos dice todo acerca de la materia, el círculo revela el misterio de Dios y el triángulo nos enseña la Ley. ¡Y qué lindo es cuando empezamos a darnos cuenta de todo esto!

La Geometría, personificada como una dama y los hombres se inspiran en ella para aplicar sus leyes.

Notas del texto
(1) Definición del DRAE
(2) Vale Amesti, Fermín: “Conocimiento iniciático y cultura profana”
(3) González Frías, Federico: “Diccionario de símbolos y temas misteriosos”
(4) De hecho, en algunas representaciones antiguas, la Geometría se personificaba con una dama, mientras que su aplicación terrenal era propiedad de los hombres. Aquí notamos la complementareidad de lo femenino (intuición, creatividad) con lo masculino (intelecto, ejecución)


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