By PHILEAS
En estos tiempos que los medios nos advierten una y
otra vez que en pocos años más un enorme porcentaje de profesiones y oficios
serán ejecutados por robots, a mí se me ocurrió pensar en los robots intentando
desentrañar los misterios de la Alquimia. ¿Sería esto posible? No hay que
pensar mucho, en verdad. La respuesta es evidente: a un procesador informático
le costaría muchísimo entender los textos
alquímicos porque en éstos se viola
continuamente el principio de no contradicción, se usan las mismas palabras
para designar cosas diferentes y palabras diferentes para designar las mismas
cosas. Además, a los alquimistas les encantaba poner pistas falsas e incluso
mentían deliberadamente a fin de despistar a los profanos (que ellos llamaban
“sopladores”).
Para introducirse en la Alquimia hay que penetrar
los símbolos, ir más allá de lo evidente y eso solamente puede hacerse dejando
de lado la razón y acudiendo a la intuición, leyendo lo que no se dice y e
incluso descartando lo que se dice. En otras palabras, todo literalismo termina
matando al símbolo, encorsetándolo y despojándole de su poder operativo.
Sal-azufre-mercurio
Una de las supuestas contradicciones de la Alquimia,
y que nos puede llevar a un callejón sin salida, es la relacionada al ternario
sal-azufre-mercurio.
Dice René Guénon justamente sobre esto: “Es menester
prestar la mayor atención, al comparar entre sí diferentes ternarios, a que la
correspondencia de sus términos puede variar según el punto de vista desde el
cual se los considera. En efecto, el Mercurio, en tanto que principio
«anímico», corresponde al «mundo intermediario» o al término mediano del
Tribhuvana, y la Sal, en tanto que es, no diremos idéntica, pero sí al menos
comparable al cuerpo, ocupa la misma posición extrema que el dominio de la
manifestación grosera; pero, bajo otra relación, la situación respectiva de
estos dos términos aparece como la inversa de ésta, es decir, que es la Sal la
que deviene entonces el término mediano”.
Esto es interesante, porque al vincular los tres
principios (Azufre-Sal-Mercurio) con las “orientaciones del Alma”, una hacia la
Tierra (Cuerpo) y otra hacia el Cielo (Espíritu) nos podremos llegar a
confundir al considerar a la Sal como elemento intermedio cuando ésta estaría
representando justamente al “Cuerpo”. La pregunta obvia sería: ¿cómo puede ser
el Cuerpo un elemento intermediario entre el Alma y el Espíritu?
Sigamos adelante y no dejemos que el árbol no nos
impida ver el bosque. No nos quedemos anclados en terminología. Guénon insiste:
“No podemos identificar sin reservas la Sal al cuerpo; para ser exacto, solo se
puede decir que el cuerpo corresponde a la Sal bajo un cierto aspecto o en una
aplicación particular del ternario alquímico”.
Este punto es bastante importante y vale la pena
profundizar en las declaraciones del escritor francés: “En cuanto al Mercurio,
su pasividad, correlativamente a la actividad del Azufre, le hace ser
considerado como principio húmedo; y se considera que reacciona desde el
exterior, de suerte que en este aspecto desempeña el papel de fuerza centrípeta
y compresiva, que se opone a la acción centrífuga y expansiva del Azufre y en
cierta manera la limita. Por todos estos caracteres respectivamente
complementarios, actividad y pasividad, “interioridad” y “exterioridad”,
expansión y compresión, se ve, volviendo al lenguaje extremo-oriental, que el
Azufre es yang y el Mercurio yin, y que, si al primero se lo relaciona con el
orden de las influencias celestiales, al segundo se lo ha de relacionar con el
de las influencias terrenales. No obstante, hay que fijarse bien en que el
Mercurio no se sitúa en la esfera corporal, sino en la esfera sutil o anímica”.
(1)
En resumen: cuando hablamos de Cuerpo-Alma-Espíritu
usualmente se colocan el Cuerpo y el Espíritu como opuestos que pueden ser
unificados por el Alma, que actúa como intermediaria. Lo que Guénon dice (y que
puede ser comprobable al estudiar los textos alquímicos antiguos) es que -desde
cierto punto de vista- los extremos aquí son el Azufre y el Mercurio, los
cuales representan al Espíritu y al Alma, mientras que el elemento mediador es
la Sal, que simboliza el Cuerpo. Si nos quedamos con la letra muerta, este
galimatías es imposible de ser resuelto, pero si analizamos esto más allá de lo
evidente encontraremos el sentido último de esta enseñanza.
Enfrentarse a los textos alquímicos suele ser una
experiencia frustrante, más aún si uno trata de abordarlos de forma lógica y
racional, dado que la Alquimia tiene “otra lógica” y no es irracional sino
supra-racional. Las obras clásicas de Alquimia deben leerse con los ojos del
corazón, con la profunda mirada del Alma. Por esta razón, el secreto de la Gran
Obra siempre estará a salvo de los profanos, los curiosos, los sopladores… y
los robots.
“Procul binc, procul ite prophani” (2).
Notas del texto
(1) Guénon, René: “La Gran Tríada”
(2) “¡Lejos de aquí, alejaos profanos!”. Virgilio:
Eneida VI, 255.
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