A pesar de que el materialismo nos quiere convencer
que nos faltan cosas, en realidad nos sobran. La senda espiritual se transita,
quitando, no añadiendo. Dicen que la imagen de Dios está grabada en nuestras
almas, que somos almas inmortales, hijos de Dios, ángeles solares, entonces
convengamos que algo lo está tapando. Porque no lo demostramos. Un mundo en
guerra, con grandes calamidades y conductas malignas no está expresando esta
verdad.
Pero no
sólo nos sobran cosas, nos sobran pensamientos y palabras. Se habla mucho, se
dice poco. La sabiduría del silencio se pierde entre el bullicio de la vida
moderna y el contacto con el ser interno, tu “Yo Soy” se diluye y se dificulta.
Esa parte
de mi mente que es maliciosa me hace pensar en un plan creado de manera que la
humanidad no pueda hacer el contacto con su verdadera identidad y, como
consecuencia, no cumpla el propósito de su existencia. Si vivo desde lo que no
soy y le doy preferencia a aquello que es mi instrumento pero que no es mi
verdadero ser, entonces mi vida es un despropósito. Vivo para lo que voy a
dejar algún día (las mortajas no tienen bolsillos) y no atiendo lo que me llevo, lo que
trasciende la muerte. Parece cuento de locos.
La gran
verdad es que tendremos que dejarlo todo algún día. Entonces, ¿por qué acumular
más de lo necesario? ¿Por qué ese apego desmedido hacia las cosas? Es una
cuestión de no saber quién uno es en verdad. Es un caso de falsa identidad.
La ruta
interna, el contacto con tu verdadero ser, ése que no muere con la muerte, es
la necesidad básica, urgente, importante y diríamos, de vida o muerte, que
tiene el grueso de la humanidad. Es el reto que tenemos por delante para poder
pasar esta etapa de transición de una era a otra sin el sufrimiento que trae el
colapso del sistema que no sirve para que aparezca el que sirve.
Se trata
de que no tengamos que pasar por un cataclismo existencial que de golpe y
porrazo nos coloque en la dura realidad de reconocer que el materialismo, el
poner lo material por encima del ser humano nos lleva, como sociedad, al más
estrepitoso fracaso y muy probablemente, nuevamente a la barbarie.
No hay
tiempo que perder, más aún si estás avanzadito en años. Es urgente reconocer
quién eres. Por lo menos preguntarte, ¿quién soy? Buscar dentro de ti esa luz
que es el reflejo de tu ser y quedarte ahí. Buscar el silencio y en ese
silencio, escuchar tu voz, la voz del alma. Ir reconociéndote poco a poco. Eres
un centro de conciencia pura que habita una personalidad. No permitas que tu
instrumento tape tu luz.
Sal de
las cosas que te sobran, de los pensamientos que te sobran, de las sensaciones
que te sobran, de los apegos, aversiones, ideas, palabras, fanatismos que
te sobran. Ve aligerando tu carga. Busca todo lo negativo y bótalo, pesa mucho,
no lo cargues. Ve borrando de tu vida las cosas superfluas, entra en la mansión
del silencio y escucha la voz que susurra en tu corazón. Puedes seguir tu
respiración, que está conectada con la pulsación y conectarte con el latido de
ese centro de Conciencia que eres.
Desde
allí todo se ve diferente. Toda perspectiva cambia y se disipa el espejismo de
la materia. Desde allí puedes fluir con los acontecimientos que la vida te
presenta, sin apegos ni aversiones, permaneciendo como el observador de tu
vida, y entonces, te conviertes en el mejor intérprete de ese rol que en esta
encarnación te ha tocado jugar. Y así, como el artista que interpreta su papel,
pero sabe quién es y no se confunde, así podrás ir por la vida, interpretando
tu papel con maestría porque sabes quién eres, el alma, el hijo de Dios,
el inmortal. Y como reconoces la luz de tu verdadera esencia, al instante
reconoces la luz del alma en los demás, no importa el papel que les haya tocado
jugar en esta encarnación.
La
hermandad y la paternidad divina están en el alma. Es allí en donde todos somos
hermanos e hijos de Dios, desde donde las relaciones humanas emiten la nota de
la buena voluntad y la vida mejora. El tiempo que vivimos amerita todo el
esfuerzo que hagamos en conocer nuestra verdadera identidad. Es urgente porque
el desconocimiento ha puesto en peligro la existencia humana.
Ve
adentro, entra siguiendo la respiración, busca el silencio, comulga con ese
Dios que habita tu corazón, reconoce su Luz, abre tus manos, suelta todo lo que
te sobra y entrégate.
¡Deja
brillar tu luz interna! Por ti, por mí, por todos.
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