Hemos
pasado mucho tiempo siendo fuertes y apoyando a los demás, asegurándonos de que
todos tuvieran lo necesario para sanarse y sentirse completos, y nos
preguntamos cuándo nos tocará a nosotros. Muchos hemos tenido que recurrir
a la sanación para poder cumplir importantes contratos de almas en la primera
parte de nuestra vida.
Con
nuestros esfuerzos de sanación hemos ayudado a que otros puedan dejar atrás su
pasado y crear un nuevo futuro, preparándolos para el trabajo que tenían que
hacer en esta vida.
Ahora
que hemos terminado ese trabajo, es hora de que nos "reinventemos",
de dejar de ser cuidadores y de ayudar a otros, para ser fuertes, poderosos y
tener éxito en nuestras propias vidas. ¿Qué significa eso y cómo podemos
hacerlo? Es una pregunta difícil de responder, porque supone tener que
redefinir cómo nos vemos a nosotros mismos y qué hacemos con nuestro tiempo,
nuestra energía y nuestros dones.
Una
lectora me escribió una vez: “Nunca he creado nada que valga la pena para
mí. Mi camino es ayudar a que otros logren sus objetivos”. Decía que siempre había puesto su
empeño en que los demás se sintieran fuertes, asegurando así su éxito, y se
preguntaba cuándo podría hacer algo que redundara en su propio beneficio.
En
realidad, ya lo había hecho, al encontrar alegría en el éxito de los
demás. Estoy segura de que ellos apreciaron su ayuda, pero ¿podría obtener
el mismo aprecio si también alimentara sus propios sueños, metas y
deseos? Tal vez se lo impidiera el miedo al fracaso y la falta de
confianza en sí misma.
Necesitará
coraje para volcar esos esfuerzos en su propia vida, donde, en su opinión, hay
mucho más en juego, el éxito no está asegurado y podría descubrir lo que
siempre ha temido: que no es capaz de alcanzarlo (algo que no creo que sea
cierto, pero tendrá que descubrirlo por sí misma).
Me
recuerda a alguien que conocí hace años, una 'tejedora' que reparaba prendas
estropeadas y las dejaba como si fueran nuevas. En esos días teníamos que
usar trajes bonitos (y medias panties) en el trabajo y yo tenía varios trajes
de lana. Un día vi que una polilla había agujereado una de mis chaquetas
de lana y no quería deshacerme de todo el traje por un pequeño agujero.
Alguien
sugirió que se lo llevara a la tejedora, porque el costo de arreglar el agujero
sería menor al de tener que comprar otro traje. Así que llevé la chaqueta
a su tienda, ella me dijo que la arreglaría y que quedaría perfecta.
Unas
semanas más tarde, mi chaqueta estaba arreglada de manera artesanal. El
agujero de polilla había desaparecido y parecía nueva. Le pregunté cómo lo
había hecho; ella me mostró su lugar de trabajo y me mostró su
técnica. Trabajaba con agujas diminutas y una lupa muy potente; rellenaba
los agujeros con los hilos del dobladillo y las costuras de la prenda, haciendo
coincidir el patrón y el tejido para que la tela pareciera nueva. Se
enorgullecía de una labor que llevaba haciendo durante décadas. De hecho,
era muy respetada y recibía encargos de clientes de todo el país.
Pero
el trabajo pasó factura a su cuerpo. Tras años de inclinarse al coser, su
espalda se había encorvado, tenía artritis en los dedos y su vista era
pobre. Llevaba gafas gruesas y su piel era pálida debido a la cantidad de
horas que pasaba encerrada. Le pregunté por qué se dedicaba a ese oficio y
me contestó que su padre, que había sido sastre, se lo había enseñado. Le había
asegurado que siempre tendría trabajo, porque la gente siempre necesitaría que
alguien le arreglara la ropa.
Cuando
le pregunté si le habría gustado hacer otra cosa, sus ojos se nublaron y dijo
que siempre había querido ser bailarina. Pero, agregó, su padre no lo
aprobó, así que hizo lo que él quería.
Nunca
preguntaba a sus clientes cómo habían estropeado sus prendas, se limitaba a
arreglarlas en silencio y las devolvía como si fueran nuevas. Me pregunté
cuánta gente apreciaría su habilidad, su experiencia y dedicación; si pensaban
en cuánto le costaba reparar los desperfectos que habían causado, si se deberían
a un descuido o a un accidente, o por qué la tejedora había pasado gran parte
de su vida haciendo esto por los demás.
¿Quién
hacía lo mismo por ella? ¿Quién la ayudaba cuando necesitaba arreglar su
propia vida?
Cuando
la conocí, me contó algunos detalles personales. Nunca se había casado ni
había tenido hijos; cuando su padre enviudó, había cuidado de él hasta que
murió y había heredado el negocio. La tienda, los clientes y el trabajo
eran toda su vida. Me pregunté si alguna vez se había parado a pensar en
el cuidado y el esmero con que solucionaba los contratiempos de otros, y si una
mañana se levantaría y decidiría que quería hacer algo diferente.
¿Pensó
alguna vez en lo mucho que hacía por los demás, preguntándose cuándo llegaría
el día en que podría reinventar su propia vida y comenzar a vivirla?
Puede
que ya fuera demasiado tarde para ser bailarina, pero aún podía aprender a
bailar.
Aunque
la tejedora ya ha fallecido, he pensado muchas veces en ella. Además de
arreglarme la chaqueta, uno de los regalos que me hizo fue recordarme que,
antes de empezar a tejer para otros, debía pararme y preguntarme: ¿Debería
hacer esto o sería mejor quedarme al margen y dejar que arreglen sus
"agujeros" por sí mismos? A veces, los demás necesitan aprender a
solucionar sus propios problemas, aunque crea que yo misma podría hacerlo de
manera mucho más fácil, rápida y eficiente. Pero, ¿es eso lo que quiero?
Y, mientras estoy inventando su futuro o reinventando su vida, ¿qué pasa con la
mía?
Nos
es difícil ser "egoístas" o egocéntricos y tenemos opiniones muy
negativas de estos conceptos. Pero, en realidad, ambos significan que nuestra
atención se vuelca en nosotros mismos, preguntándonos qué es bueno para
nosotros y cuestionándonos si cada situación que vivimos tiene que ver o no con
nuestro camino de vida. Cuando nuestra atención se centra en nosotros
primero, consideramos nuestras necesidades antes de apresurarnos a cuidar de
los demás. La sensación de arreglar la vida de alguien y de “volver a
tejerla” puede ser muy agradable, pero también puede convertirse en un hábito
del que no logremos desprendernos. Debemos recordar que todos somos
poderosos: todos tenemos el mismo poder, aunque creamos que otros actúan como
si no lo tuvieran o no utilicen su poder con inteligencia.
Como
comentaba la persona que hacía por los demás lo que no hacía por sí misma,
podemos apoyar y alentar a otros durante un tiempo, pero tarde o temprano
tendremos que regresar a nuestro centro y preguntarnos por qué sentimos que
debemos hacer lo que hacemos por ellos. Podemos ser los eternos tejedores
que arreglan los desperfectos y los agujeros de los demás, o podemos
reinventarnos y crear todo lo que deseamos en nuestras propias vidas, dejando
que el brillo intenso de nuestra luz les inspire a encender las suyas.
Ocurrirá
cuando estén listos para brillar también, porque estarán preparados para
rehacer sus vidas, para reinventarse y creer que merecen y pueden acceder a un
nuevo futuro lleno de poder.
Jennifer
Hoffmann
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Derechos de autor reservados © 2019 por Jennifer Hoffman. Pueden citar,
traducir, reimprimir o referirse a este mensaje si mencionan el nombre de la
autora e incluyen un vínculo de trabajo a: http://enlighteninglife.com
Traducción: Rosa García
Difusión: El Manantial del Caduceo en la Era del Ahora
http://www.manantialcaduceo.com.ar/libros.htm
https://www.facebook.com/ManantialCaduceo
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