Por Carmen Santiago
Con la guerra desatada en
tantos lugares en pleno siglo XXI y toda su secuela de terror, dolor y
sufrimiento, con la violencia y el terror que viven millones de seres en el
mundo uno se pregunta cómo es posible que la humanidad todavía no aprenda que
la violencia nunca termina con la violencia, que el terror no se acaba
añadiendo más terror, ni el odio con más odio.
Hasta cuándo, uno se
pregunta, y no haya la respuesta. Somos una civilización guerrera, muy
guerrera, que se cree pacífica, con la responsabilidad histórica de construir
una cultura de paz que garantice la supervivencia de la especie humana.
Enseñamos a nuestros niños la violencia y la agresión con los juegos que
ensenan a matar y agredir. Mientras tanto, el futuro nos reclama Paz, Paz,
Paz. Creo que somos la civilización más
sanguinaria que ha conocido la historia de la humanidad porque nunca antes la
maquinaria de guerra ha sido capaz de matar a tantos y tantos en tan corto
tiempo y muchas veces, utilizando drones que como juegos electrónicos se operan
desde muy lejos del campo atacado. ¿Es que nadie se da cuenta de la implicación
moral que tienen estas armas? Somos una civilización terrorista porque hacemos
llover bombas de todo tipo, engendrando terror a los habitantes de las ciudades
bombardeadas de la misma manera que engendra terror el que se amarra bombas a
su cuerpo para volar con él a otros.
Cada vez que un ser humano
ocasiona la muerte de otro nos alejamos de nuestra esencia. Porque el alma
humana, esa unidad de conciencia que tiene la capacidad de convertirse en un
glorioso Hijo de Dios tiene una Ley, y esa Ley es el Amor y la Compasión. La
violencia nos aleja de nosotros mismos, nos desconocemos, y entonces, nos
confundimos con el reino animal. Una vez escuché a un sabio decir que el ser
humano podía, debido a su maldad, reencarnar en el reino animal; confieso que me pareció absurda aquella
aseveración, pero ahora, ante la escalada de violencia en pleno siglo XXI, las
imágenes de niños inocentes muertos, jóvenes quemados vivos, refugiados que
piden clemencia y encuentran desprecio, pienso que podía tener razón, porque no
es que uno tome un cuerpo de rata o de cucaracha, el cuerpo puede parecer
humano, pero es la conciencia, y por ende, la conducta, la que se vuelve
animal.
Pero a pesar de todo este
desastre estamos cerca, muy cerca de un nuevo amanecer de la conciencia humana.
Soy de las que creo que es cuestión de un instante de luz, de un profundo
contacto con la Verdad de lo que cada uno Es y este mundo de competencia, de
violencia, de codicia, se hace pedazos y en su lugar aparece el mundo real.
La esperanza surge de la
humanidad misma. Estamos cambiando. Algo en nuestra conciencia se está
despertando. No es el cambio hacia esa bondad tonta de creer que cumplimos con
Dios porque no le hacemos daño a nadie, sino algo más profundo. Estamos
dándonos cuenta de la realidad interna, del Alma, de nuestra naturaleza divina.
De la convicción de que somos gotas del mismo océano, rayos de luz del mismo sol. Que “pueblo escogido” es toda la
humanidad y, por lo tanto, nos duele tanto la muerte de un niño americano, como
la de un judío, un irakí, un sirio, un palestino… Sí, la de todos, porque respetamos la vida
humana, porque hemos empezado a darnos cuenta que somos lo mismo, que la
fraternidad no es una idea a realizar sino un hecho a descubrir.
Entonces, de esta conciencia
surge un clamor. Es el clamor histórico que ha provocado la aparición de los
grandes Seres que vienen en ayuda de la humanidad cada vez que la humanidad,
desde su alma, clama. Y así como sentimos el dolor terrible de todos los
sometidos al espanto de la guerra, también sentimos la nota de los que claman
por un mundo mejor. Y esa nota crece y crece cada vez más. Aunque los poderes
materialistas que dominan el mundo tratan de acallarla, con aquel cuento
infantil de que nosotros somos “los buenos” y los otros “los malos”, ella surge
victoriosa. Es como el perfume de una flor que puede ser muy sutil pero
imposible de detener.
¿Qué hacer? Además de evitar
la violencia en nuestras vidas de palabra, pensamiento, sentimiento y acción,
de sostener en nuestras esferas de influencia los más altos valores humanos,
ahora que el Rayo de Orden Ceremonial y Magia está entrando con fuerza
busquemos penetrar las esferas internas de poder con el decreto y la invocación
para cambiar la condición desde adentro, en donde se libera la Gran Batalla, de
la cual la que vemos, es una expresión externa.
Te ofrezco este decreto que
me facilitó mi amiga Consuelo Orpi, en mi pasada visita a Barcelona, para que
lo incluyas en tus oraciones diarias.
“Es nuestro privilegio y
nuestra responsabilidad invocar la acción del fuego Cósmico del Cristo
Victorioso, ordenando, desde nuestra Presencia Yo Soy: “Que la menor parcela de
sustancia sea retirada instantáneamente del uso de los que quieren abusar de
ella para destruir a la humanidad o esclavizarla. Pedimos que los que quieran dominar
la Energía de Vida y hacer de ella un mal uso, sean privados de todo medio de
acción por doquier”.
Invoquemos utilizando la Gran
Invocación en sus tres partes, como nunca antes, y para aquellos que aún no la
conocen, la ofrecemos a continuación. Hagámoslo como si la supervivencia de la
humanidad estuviera en juego. ¿Acaso no lo está? En este tiempo de profundo
enfrentamiento con las Fuerzas de la Oscuridad, la estrategia es generar Luz,
Amor y Compasión. Unidos, en profundo recogimiento y anclados en la Presencia,
invoquemos:
LA GRAN INVOCACIÓN
Que las Fuerzas de la Luz
iluminen a la Humanidad
Que el Espíritu de Paz se
difunda por el mundo
Que el Espíritu de
Colaboración una a los hombres de buena voluntad donde quiera que estén.
Que el olvido de agravios por
parte de todos los hombres sea la tónica de esta época.
Que el Poder acompañe los
esfuerzos de los Grandes Seres.
Que así sea y cumplamos
nuestra parte.
Que surjan los Señores de la
Liberación.
Que traigan ayuda a los hijos
de los hombres.
Que aparezca el Jinete del
Lugar secreto y con Su venida, salve.
Ven, OH Todopoderoso.
Que las almas de los hombres
despierten a la Luz.
Que permanezca con intención
masiva.
Que el Señor pronuncie el
fíat:
¡Ha llegado a su fin el
dolor!
Ven, OH Todopoderoso.
Ha llegado, para la Fuerza
Salvadora, la hora de servir.
Que se difunda por el mundo,
OH Todopoderoso.
Que la Luz, el Amor, el Poder
y la Muerte,
Cumplan el propósito de Aquel
Que Viene.
La Voluntad de salvar está
presente.
El Amor, para llevar a cabo
la tarea, está ampliamente difundido.
La Ayuda activa de quienes
conocen la verdad también está presente.
Ven, OH Todopoderoso, y
fusiona a los tres.
Construye una muralla
protectora.
El imperio del mal debe
terminar ahora.
Desde el punto de Luz en la
Mente de Dios,
Que afluya luz a las mentes
de los hombres;
Que la luz descienda a la
Tierra.
Desde el punto de Amor en el
Corazón de Dios,
Que afluya amor a los
corazones de los hombres;
Que Cristo retorne a la
Tierra.
Desde el Centro donde la
Voluntad de Dios es conocida,
Que el propósito guíe a las
pequeñas voluntades de los hombres;
El propósito que los Maestros
conocen y sirven.
Desde el Centro que llamamos
la raza de los hombres,
Que se realice el Plan de
Amor y de Luz
Y selle la puerta donde se
halla el mal.
Que la Luz, el Amor y el
Poder, restablezcan el Plan en la Tierra.
Con el amor más grande y la
certeza de que somos Uno,
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