Alejandro Lodi
(Octubre 2018)
En astrología mundana, al Sol se
lo asocia con “las figuras gobernantes” y a la Luna con “el pueblo”. En el mapa
de Argentina el líder gobernante aparece “allí en lo alto” y la masa popular
“allí en lo bajo”:
Sol en Cáncer en Medio Cielo en
oposición a Luna en Capricornio en el Fondo de Cielo.
Es una estructura que habla de un
vínculo entre gobernante y pueblo que destaca lo afectivo, la necesidad popular
de satisfacción de carencias y de establecer una relación paternal con los
mandatarios, de sentir en las figuras ejecutivas cualidades de bondad,
protección y cuidado, “tal como los padres quieren a sus hijos”.
Ver esto permite comprendernos
(incluso ser compasivos con nosotros mismos) en nuestra tendencia casi adictiva
a los caudillos y líderes carismáticos (más patriarcales o más matriarcales).
No toleramos simples administradores como figuras gobernantes, sino que
necesitamos sentir que nos quieren y que están dispuestos a satisfacer nuestras
necesidades a partir de una bondad que les es inherente por sus excepcionales
cualidades humanas. El punto es que las necesidades afectivas de Luna en
Capricornio suelen ser, por tan postergadas, un tanto desmedidas y, en ese
punto, imposibles de satisfacer. Por lo cual, recurrentemente se habrá de
llegar a un momento de frustración, de fin de la abundancia generada por la
gracia benefactora del líder-padre-madre, y de retorno a la sensación de
carencia. En verdad, la clave sería que aquellas necesidades materiales y
emocionales de la Luna en Capricornio tuvieran posibilidad de madurar, de saber
ser expresadas sin demandarlas de modos infantiles, templando sus legítimas y
orgánicas necesidades en el vínculo con la realidad y con los otros. Pero tal
maduración es, justamente, lo que queda impedido en el abrazo protector
paternalista-maternalista. Del mismo modo que ocurre con los padres
sobreprotectores, el liderazgo del caudillo patriarcal-matriarcal necesita
sentir (y mantener) al pueblo en la posición de hijos carenciados y
agradecidos.
Este contenido de la carta natal
de Argentina resulta muy complejo para organizarse como sociedad republicana y
democrática, porque –por su propia naturaleza- es mucho más funcional a una
sociedad feudal. Creo que es muy obvia la característica de auténticos “señores
feudales” que han mostrado (y muestran aún) nuestro caudillos regionales.
Quizás esto parezca raro para quienes viven en centros urbanos, pero en el
interior de las provincias la figura del patriarca es muy
vigente: un individuo querido y temido en cuya voluntad personal se sintetiza
las decisiones ejecutivas, la sabiduría de las leyes y la fuerza para hacerlas
cumplir. Ese tipo de figuras siguen ganando elecciones en la actualidad.
Ese núcleo canceriano-capricorniano
resulta, entonces, mucho más afín a un tipo de sociedad pre-democrática, antes
que democrática. ¿Por qué? Porque valora a la voluntad del líder
paternal-maternal antes que a la ley. Bajo la convincente sensación reparadora
y protectora de su mando afectivo, preferimos sacrificar la ley antes que
cuestionar su deseo. Las decisiones del líder no pueden subordinarse a acuerdos
colectivos, la urgencia de su acción providencial no puede demorarse en pactos
preexistentes.
Pero existe otro componente de la
carta de Argentina que, en principio, antagoniza con el recién mencionado:
Ascendente en Libra.
Júpiter en casa I.
Venus, regente del Ascendente, en
casa IX.
Aquí tenemos a una figura
ilustrada, con vocación de guía y que valora el progreso. Es el progresista
ilustrado, atraído por los principios trascendentes y el conocimiento, y que
mira más “hacia afuera” que “hacia adentro”. Lo extranjero le suena a
“progreso” y lo propio a “atraso”. Encandilado por el futuro, suele despreciar las
profundas razones históricas de su comunidad local. Su voluntad de cambio puede
subestimar inerciales resistencias. Más próximo a la razón y al mundo de las
ideas, puede resultar indiferente a las necesidades afectivas y a la
experiencia concreta del contacto humano. Y, así, en virtud de su afán por
liberar las corrientes del progreso, puede justificar atrocidades o ser
insensible a ellas.
Creo que ambos contendidos
astrológicos son visibles en nuestra historia. Por un lado, un nacionalismo muy
celoso de lo propio, que prefiere cerrarse antes que vincularse con el mundo,
porque siente que abrirse es contaminarse, subordinarse o someterse. Y por el
otro, una nación ávida por ser de avanzada, por participar del más moderno de
los progresos y ser reconocida en una posición de privilegio. Es el anhelo de
“ser la más europea de las naciones americanas”, una nación “del primer mundo”.
Estas dos dimensiones pueden
entrar una relación de tensión, en un conflicto excluyente en el que cada una
intenta imponerse y anular a la otra. O pueden aprender a establecer un vínculo
dinámico, una circulación oscilante que exprese -y permita- una constante
inclusión y síntesis de ambas. Por cierto, el hechizo de la polarización, de
llevar a un extremo la tensión, es muy vigente aún. Es evidente que nuestra
historia deja de manifiesto nuestra incapacidad para acordar entre estas dos
visiones. Es más, quizás estemos convencidos de que no se puede. Y esa
incapacidad (o ese convencimiento) se ha cargado de violencia. Ha primado mucho
más el anhelo de exterminio del otro que el de encuentro creativo.
Y aquí quiero presentarles una
hipótesis.
Esta tensión entre las
dimensiones canceriana-capricorniana (cerrarse valorando lo propio y querido) y
jupiteriana-venusina (abrirse valorando lo externo y novedoso) se alimenta de
un hechizo de absoluto simbolizado por otro contenido de alta sensibilidad al
sacrificio purificador y a la transformación redentora:
Plutón en Piscis en casa VI.
Plutón en cuadratura a Neptuno en
Sagitario.
Júpiter en Escorpio en casa I.
Este contenido se vincula al
inconsciente profundo, a la experiencia transpersonal, a un talento
transformador y curativo con una alta empatía compasiva. Pero también puede
expresarse en una sacralización de la violencia… Cuando la conciencia colectiva
es tomada por esta carga en grado extremo de polarización, se excita entonces
la fantasía de exclusión definitiva del otro, del sometimiento final del
derrotado a la voluntad absoluta del polo vencedor, de la salvación a través de
grandes épicas o de escarmientos ejemplificadores.
Envueltos en el hechizo del
antagonismo excluyente se genera la convicción de que se tiene que estar “de un
lado o del otro”. No hay espacio para negociaciones, sólo para rendiciones
incondicionales o derrotas heroicas. Pactar es vivido como traicionar ideales.
El pacto, la negociación y el acuerdo están descalificados. El triunfo de la
voluntad de un polo es considerado un valor absoluto.
Pacto, negociación y acuerdo son,
en verdad, los principios básicos de la democracia. Pero cuando este contendido
absolutista excita a aquellas dos dimensiones destacadas de la estructura natal
de Argentina, ambos polos se alejan de los valores democráticos: la veta más
nacionalista -celosa de lo propio y sensible al culto de personalidades fuertes
y dominantes- deriva hacia modos de organización pre-democráticos propios de
las sociedades feudales, mientras que la veta más progresista -abierta a la
ilustración cultural y al desarrollo económico- termina por subestimar las
condiciones locales y las necesidades sociales. Ajenos a los valores
democráticos, polarizados por la excitación del hechizo excluyente que propicia
el núcleo neptuniano-plutoniano, el polo canceriano-capricorniano tiende a
entronizar autoritarismos personalistas y el polo jupiteriano-venusino a
conformar republicanismos elitistas. Un circuito cerrado -un doble vínculo- del
que sólo puede salirse por agotamiento vivencial y transformación comprensiva;
es decir, por necesarias repeticiones que obliguen a ver vinculado aquello que
se necesitó ver separado, ver en dinámica de polaridad aquello que se necesitó
ver polarizado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario