Centro Holística Hayden

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15 de noviembre de 2018

Dios nunca parpadea-Lección 22, 23, 24


LECCIÓN 22

Enciende las velas, usa sábanas lindas, ponte la ropa interior elegante. No dejes nada para una ocasión especial. Hoy es un día suficientemente especial.

Yo ya no quito el polvo de mis velas. Solía ser culpable de ello. Distintos amigos me regalaron encantadoras velas aromatizadas: manzana y canela, vainilla francesa, especias del campo, o velas de aromaterapia para la paz, el amor y la armonía, con hojas y pétalos de rosa incrustados en ellas.

Todas las velas permanecieron sin encenderse.
No quería usarlas, así es que las sacudía. Mes tras mes, año tras año. Alguna vez alguien me compró una vela metida en un globo de vidrio rodeada de aliento de bebé. La tuve por años, hasta que un día cuando iba a sacudirla, descubrí que la cera se había derretido por el calor.


Sabía que no debía ignorar mis velas. Crecí leyendo a la columnista favorita de mi madre, Erma Bombeck. Erma fue mi primer contacto con las columnas periodísticas. Ella era ama de casa y la única escritora que había hecho reír a mi madre a carcajadas. Mi mamá tenía cada uno de sus libros.

Cuando a Erma le dio cáncer de mama, su escritura se volvió incluso más conmovedora. Dos años más tarde, sus riñones fallaron debido a un desorden genético. Ella murió después del trasplante.

En una de sus mejores columnas, Erma reflexiona sobre lo que haría distinto en la vida, de tener otra oportunidad. Cada vez que terminaba de leerla, prometía honrarla.
Tomé la determinación de dejar de revisar mi correo electrónico cuando hablaba con mamá por teléfono, dejar de hacer miles de cosas al mismo tiempo y tratar de estar más presente, colgar mi teléfono celular y disfrutar la vista a través del parabrisas.
Prometí pasar más tiempo en el exterior y no tener miedo de que mi pelo se enchinara con la lluvia o mi fleco perdiera forma por la humedad.

Planeé encender más la chimenea y no preocuparme de lo fría que se sentiría más tarde la casa o lo ahumada que quedaría la sala.
Decidí ser más espontánea con mis amigos y reunirme con ellos para las cenas de último momento, hablar menos de mi mundo y escuchar más sobre lo que pasaba en el suyo.

Pero siempre fracasé en mantener esas promesas. Hasta que me dio cáncer.
Cuando tenía (41), descubrí una bolita del tamaño de una uva en mi pecho derecho. Era cáncer en etapa II, rápidamente creciente. Acabé calva, enferma, exhausta después de dos cirugías, cuatro rondas de quimioterapia y seis semanas de tratamientos diarios de radiación. Ah, pero sobreviví, y recibí una vida completamente nueva.
El cáncer es una gran llamada para el despertar. Una llamada para quitarle la etiqueta a la nueva lencería y usar esa ropa interior de encaje negro. Para abrir la caja de perlas y ponértelas. Para utilizar la chimenea. Para abrir las perlas de aceite para la tina antes de que se sequen en un recipiente encima del escusado. Para encender las velas.

En mi cartera traigo una foto de cuando no tenía pelo, la que me sirve como recordatorio de que cada día es bueno. Tengo también otro recordatorio diario: la ausencia de pechos. Mis cicatrices me recuerdan que todos tenemos una fecha de caducidad, una vida de estante. No está impresa en nosotros como lo está en el cartón de la leche o en un envase de queso cottage, pero todos somos terminales. Nadie vive para siempre.

El cáncer me enseñó a dejar de guardar las cosas para una ocasión especial, porque hoy es especial. Úsalo todo, gástalo todo ahora. No me refiero al dinero, sino a lo que la escritora Annie Dillard aconseja.
Su sabiduría en Vivir, escribir se aplica no sólo a la escritura, sino también a la vida.
Ella les aconseja a los escritores utilizar todo su material ahora. No guardes una anécdota, párrafo, cita, inicio o final para alguna mejor novela o poema o cuento que pienses escribir en algún momento en el futuro. El hecho de que quieras usarlos significa que debes hacerlo.

Se necesita un acto de fe. Debes confiar en que una vez que utilices el material bueno, habrá material adicional. El pozo volverá a llenarse.
Yo tengo pilas y pilas de diarios en mis repisas esperando el momento adecuado, el proyecto adecuado, el libro adecuado. ¿Cuánto esperaré? ¿Cuánto esperarás tú?
Frank McCourt tenía 66 años cuando Las cenizas de Ángela fue publicado. Laura Ingalls Wilder publicó su primer libro a los 65. La artista folclórica Grandma Moses empezó su carrera como pintora en sus 70.

Me conmovió leer que Miguel Ángel garabateó esta nota, como advertencia e invitación para su joven aprendiz Antonio: “Dibuja, Antonio, dibuja, Antonio, dibuja y no pierdas el tiempo”.
Después de leerla, pensé en colocar una nota en mi espejo que dijera: Vive, Regina, vive, Regina, vive y no pierdas el tiempo.
No necesitas tener cáncer para empezar a vivir la vida al máximo. La vida es demasiado corta para gastarla haciendo cualquier cosa aburrida o carente de alegría. ¿Mi filosofía después del cáncer? No hay que desperdiciar el tiempo. Hay que deshacerse de la ropa fea. No hay que ver películas aburridas. Cancela todo eso y en su lugar coloca alegría y belleza.

El cáncer me enseñó dos palabras importantes y cuándo usarlas. Ahora puedo decir la palabra no.

Cuando mis amigos me preguntan si deseo ir a algún evento y no quiero hacerlo, digo:
—No, y gracias por preguntar.
Ya no digo que sí a lo que no quiero hacer. Me pregunto si esa ocasión vale la pena como para otorgarle horas de mi vida.
Yo solía decir que sí cuando quería decir que no, generalmente por miedo al rechazo. Decir que no significa que puedo decir que sí. Sí a una vida auténtica que verdaderamente disfruto vivir. Sí a estar con la gente a la que más amo, para que jamás me arrepienta de haber perdido el contacto. Sí a encender las velas, usar las perlas, sacar la vajilla elegante, caminar en la lluvia o hacer ángeles en la nieve, aunque enlode la casa.

Estos tres pasos sencillos pueden cambiar tu vida:
1. Elige una cosa a la que necesites decirle que no.
Puede ser una relación enferma…con un hombre, con una tarjeta de crédito, con una tienda de donas. Tú sabes lo que es. Elige una cosa. ¿Qué pasaría si empezaras a decir que no? No a los proyectos que no necesitas hacer tú. No a cada persona en la iglesia o la escuela o el trabajo que te pide que dones tu tiempo o tu talento a un comité o a un compromiso más. Ve tu calendario. ¿Hay algo ahí este mes que realmente quieras hacer? Toma unos papelitos y anota lugares para ti, para la alegría, la pasión y el amor.
2. Elige una cosa a la que necesites y quieras decirle que sí.
Puede ser amarte a ti mismo como eres, con tu cintura y todo. Perdonar a alguien a quien extrañas, regresar a la escuela, retirarte temprano, tratar de volver a salir con alguien. En el fondo, tú sabes qué es. Puedes transformar tu negación en afirmación. Sí a los días más tranquilos, salidas los fines de semana, lectura de grandes libros, pintura al óleo, un viaje a Hawai, lecciones de piano, pedicures. Dile sí a lo que eleva tu vida y el mundo a tu alrededor. No estamos hablando de un gran salto. Sólo el siguiente pasito. ¿Cuál es el tuyo?
3. Comparte esas dos cosas —ese sí y ese no— con la persona que más te dé ánimo.
Dile a tu esposo, a tu amigo, a tu padre. Hazlo real.
No necesitas un veredicto de cáncer para empezar a vivir de manera más plena. Cada día, enciende una vela. Qué gran recordatorio de que la vida es corta, de que el único momento que importa es el ahora. Salte de las películas aburridas. Cierra cualquier libro que no te deslumbre.
Saluda a las mañanas con los brazos abiertos y da las gracias cada noche con un corazón pleno.
Cada día es un regalo precioso para ser paladeado y utilizado, no para dejarlo cerrado y reservado para un futuro que quizá nunca llegue.

LECCIÓN 23

Prepara las cosas muy bien; después, déjate fluir.

Casi todas las cosas en la vida todavía me asustan.
Yo solía pensar que si rezaba en forma correcta o pronunciaba las plegarias correctas todo el miedo me abandonaría. Y me abandona. El único problema es que regresa corriendo la siguiente vez que me enfrento a un nuevo desafío. Hay un viejo dicho: “El valor es el miedo que ha dicho sus plegarias”. Yo rezo constantemente. Mis plegarias no siempre hacen que el miedo se vaya. Las plegarias me dan la gracia para actuar de todas maneras, de caminar o correr a través del miedo, dependiendo del desafío.

El miedo es mi constante y fastidioso compañero de vida. Mi nueva respuesta ante el miedo es: —
¿Y qué? Que venga el nuevo reto.
Mi amigo Don me enseñó un lema que lo ha hecho enfrentarse a entrevistas de trabajo, redacción de solicitudes y reuniones ejecutivas de alto nivel que solían aterrarlo. A mí me ha ayudado a dar discursos ante multitudes, escribir columnas con fechas límite para cientos de miles de lectores y ser conductora de un programa de radio semanal. Incluso me ayudó a apoyar a una amiga durante el parto de su hijo.

Don conoció ese eslogan cuando era especialista en adicciones y estaba a cargo de un programa estatal de adolescentes en los 80. En su entrenamiento recibió toneladas de información para compartir con los doce niños que tendría a su cargo durante una semana. En las sesiones de entrenamiento el maestro siempre decía: “Prepárense al máximo para las reuniones, y después déjense llevar”.

Es un gran consejo cuando se trabaja con adolescentes. Don utilizó ese lema, y sus sesiones hicieron posible que los chicos se abrieran y compartieran muchas historias personales. Don se dejaba fluir, pero tenía suficiente información como colchón en caso de que el flujo llegara a un alto abrupto. Sus niños amaban tanto las discusiones que apodaron a su grupo como “Papi D y Los Doce Sucios”, y por ningún motivo querían que terminara.

Con los años, Don utilizó la frase cada vez que debía presentar información de la que no estuviera tan seguro. Cuando la aplicaba para trabajos, escribía un plan de negocios que incluía toda la información que pudiera obtener sobre la organización. Identificaba las cosas que necesitaban hacerse y explicaba cómo las haría él. Para un empleo, Don entrevistó a veinticinco profesionales en el ramo y llenó dos libretas de información. No es necesario decir que fue contratado.

Ahora él se aproxima a cada situación desconocida invirtiendo tiempo para preparar de más. Solía sentir envidia por la gente que consideraba más lista que él. Después se dio cuenta de que la única diferencia entre él y ellos era que ellos hacían su tarea, se preparaban al máximo. Él empezó a hacer lo mismo y se dejó fluir más allá de los demás.

Yo he utilizado su lema cada semana para preparar el programa de radio del que soy conductora en la filial que Cleveland tiene de la NPR (Radio Pública Nacional). Cada semana, el tema y los invitados cambian, pero ese micrófono abierto sigue siendo el mismo. Solía sentir ansiedad cuando me despertaba el día del programa. Ya no la siento. Preparo ampliamente el día anterior, imprimo páginas de contexto, investigo a los invitados y los temas. Coloco la información frente a mí y sólo verla me da confianza. Difícilmente utilizo la mitad de ésta, pero tan pronto me encuentro al aire detrás del micrófono, la ansiedad se va y me la paso genial.

Cuando mi amiga Sharon me pidió si podía apoyarla cuando diera a luz, me sentí emocionada, pero también atemorizada. Yo había tenido un bebé, pero jamás había apoyado a nadie a través del parto.

Asistimos a clases durante semanas. Tomé abundantes notas que transferí a tarjetas gigantes, las clasifiqué y codifiqué con colores para las diversas etapas del parto. De esta manera podríamos utilizarlas rápidamente, como fichas. Mecanografié un plan de parto de cuatro páginas que incluía la forma como ella quería dar a luz: de manera natural, con las luces bajas, sin anestesia ni intravenosas y con música suave de fondo. Hice una lista de los visitantes que estaban permitidos y qué aroma de loción empacar (rosa), y qué sabor de Gatorade tener a la mano (Blue Frost).

Cuando se acercaba su fecha de parto, empaqué una maleta gigante con rueditas y la llené con todo lo que la maestra del psicoprofiláctico sugirió que podía ser útil durante el parto: una grabadora para la música suave. Una fuente para ayudarla a relajarse. Una pelota gigante para sentarse durante el parto. Posters con afirmaciones para animarla. Barras de granola para mí. Dulces para las enfermeras. Una videocámara, un cronómetro y puros. Me aseguré de que el asiento del bebé estuviera instalado en el auto, el tanque de la gasolina estuviera lleno y el sitio del pasajero protegido con una sábana impermeable.

Estábamos listas para cualquier cosa. A mi amiga se le rompió la fuente a las 5 de la mañana (hablábamos de ir con el flujo, ¿cierto?). Llegamos al hospital y la prepararon para el parto y el nacimiento. Durante horas, nada pasó. Yo estaba preparada para ello. Leímos revistas y libros, jugamos cartas y escuchamos música. Como ella no estaba haciendo suficiente progreso, el equipo médico decidió inducir el parto, lo que no era parte del plan. Le administraron una sustancia por vía intravenosa. Una vez que las contracciones empezaron, ya no se detuvieron. Yo saqué las fichas y la ayudé a intentar las diferentes posiciones y los ejercicios de respiración para aliviar la incomodidad y mantener la concentración. En su peor momento, cuando estaba luchando a través de contracciones interminables, permanecí tranquila y firme como una roca. Cuando llegó el momento de pujar, ella pujó tan fuerte que expulsó la intravenosa. También al bebé.

El pequeño Finnegan era hermoso. Su nacimiento me enseñó que puedes hacer cualquier cosa y, lo más importante, puedes ayudar a otros a hacer cualquier cosa. Sólo tienes que creer que puedes lograrlo. Y si realmente te preparas, es mucho más fácil confiar en el flujo de la vida y la dirección a la que te lleva.

LECCIÓN 24

Sé excéntrico ahora. No tienes que llegar a la vejez para vestirte de morado.

Los viejos y los niños saben cómo vivir.
Las personas que están en los extremos de la vida son quienes más se divierten. No les importa lo que los demás piensen. O son demasiado jóvenes para tener conciencia de ello o demasiado viejos como para que les importe.
Aquellos de nosotros que estamos en medio podríamos aprender una o dos cosas de ellos.

En los 80, un poema sobre ser lo suficientemente atrevido como para usar morado se hizo tremendamente popular. Muchas personas lo llaman equivocadamente “Poema púrpura”, “Vieja mujer” o “Cuando sea viejo me vestiré de morado”. La poeta inglesa Jenny Joseph escribió Advertencia en 1961. El poema terminó en tarjetas de felicitación, sudaderas y bolsos.

Como muchos de nosotros, la poeta está cansada de esos zapatos prácticos que combinan con conjuntos que ni siquiera nos gustan, de la ropa que hace que no desentonemos —como el papel tapiz —, de ser tan educado y propio que nadie nota que estás vivo (pues no haces nada imprudente, no blasfemas, no haces que nadie se sonroje, se ría o cante). Ella está cansada de comportarse. Yo también.

Algunas veces simplemente quieres pararte en un elevador concurrido, volteando en dirección opuesta a la puerta y citar Hamlet de Shakespeare o cantar “Zip-A-Dee-Doo-Dah” a los pasajeros.

Algunos días desearías tener un silbato en una reunión o simplemente ejecutar un baile de tap mientras haces la cola en el correo. Cuán más divertida sería la vida si más gente se rigiera por las siguientes palabras: “Si vas a hacerlo, entrégate completamente a ello”. O, al menos, se vistiera de morado con más frecuencia.

Cada vez que veo a una mujer “de edad” con ropa morada, pienso en ese poema. Qué aburrido ser práctico todo el tiempo, ser un buen ejemplo, seguir todas las reglas. Yo amo la tarjeta de cumpleaños que dice “¡Si sigues todas las reglas, te pierdes toda la diversión!”

Advertencia inspiró a un grupo de mujeres a crear la Sociedad de los Sombreros Rojos. Mujeres de 50 y más se reúnen para divertirse y actuar de manera tonta. La “des-organización”, como les gusta llamarse, tiene pocas reglas. Las mujeres visten su traje de ceremonias: un sombrero rojo — entre más estrafalario mejor— y atuendo púrpura. Las mujeres por debajo de 50 deben usar un sombrero rosa y ropa color lavanda, pues ellas todavía no se ganan el derecho de ser tan extravagantes como sus mayores.

Yo admiro en silencio a esas mujeres que se ponen blusas rojas con lentejuelas durante la cena de un lunes o a los hombres con enormes sombreros del Dr. Seuss en los partidos de beisbol o de futbol.
La mayoría de los días ni siquiera me atrevo a usar lápiz labial. La primera vez que lo hice, una mujer en el trabajo me preguntó si estaba enferma. Supongo que elegí un tono demasiado púrpura.

La cosa más excéntrica que he hecho en mi vida ha sido llevar una lonchera de Charlie Brown a la escuela…a la universidad. Tenía incluso un pequeño y tierno termo con Lucy y Woodstock para mi jugo. Hasta los 19 jamás había tenido un portaviandas. Cuando era niña vivía a dos cuadras de la primaria, así es que caminaba a casa para almorzar. El problema de llevar una lonchera durante tu primer año de universidad es que la gente no querrá hablarte. Ellos supusieron que yo era retrasada.

Mi lonchera avergonzaba a mis amigos, así es que sucumbí a la normalidad.
Una década después intenté usar una boina negra ladeada en la cabeza, pero, para fastidiarme, la gente preguntaba si era una artista o me hablaban en francés.
¿Por qué ser normal? Es más fácil, pero no es tan divertido. La mayoría de las personas es bastante normal. Alguna vez busqué la palabra excéntrico en Wikipedia, y bajo la lista alfabética sólo encontré seis ejemplos. Qué lástima.

Las categorías en la lista eran:
Aquellos que asumen su propia defensa en un juicio.
Aquellos que usan corbatas de moño y observan a los pájaros.
Drag queens.
Aquellos que se entregan al debate político.
Modeladores de trenes a escala.
Alertadores.
No muy excéntricos, si me lo preguntan. ¿Qué hay de todas las demás categorías tan obvias?
A para amantes de los gatos que tienen 26 o más felinos colgando de los candelabros, los pilares de la cama y las cortinas.
C para coleccionistas que guardan contenedores de Bugs Bunny y compañía para los dulces PEZ.
G para aficionados a los gnomos, cuyos patios hacen que a los vecinos se les crispen los nervios.
M para los que usan monóculos y quieren verse amenazantes.
Otra M para los que montan monociclos.
P para peinados al estilo Einstein, que parece como si hubieras metido el dedo en el enchufe.
Otra P para piercings que van más allá de las orejas y las partes privadas.
S para los Shriners1 que se visten gracioso y llevan esos autos divertidos durante los desfiles.
A lo largo de mi vida, he conocido un buen número de excéntricos genuinos. Conocí a una mujer mayor que sólo se vestía de blanco, de la cabeza a los pies. Y de vez en cuando me encuentro a un hombre que se pone shorts todo el año. En Cleveland. Shorts de los pequeños, como los que se usaban en los 80. Da un poco de miedo cuando se sienta. Si no desvías la mirada, puedes ver algo que te incomode.

Nosotros también tenemos un vecino excéntrico. El Sr. H ha usado la misma ropa durante diez años. Se ha ido desintegrando en él. Su playera blanca adquirió un tono amarillo como de periódico; sus pantalones azules de trabajo tienen unos gigantescos hoyos en las rodillas. Él tiene 80 y vive de una fortuna que heredó.

El Sr. H es dueño de tres casas en nuestra calle, de las cuales vive en una. ¿Las otras dos? Las dejó venirse abajo. Los mapaches y las ardillas se mudaron a ellas, y a él no le importa. El Sr. H se ve y actúa como el Lorax.2 Si cortas una rama de algún árbol, te pegará con un rastrillo. Ha sido arrestado por no cortar su césped, pues quiere brindarles refugio a los conejos y otros animalitos.

Un día llegó a nuestra casa con una botellita de barniz de uñas color rojo y un recibo por 69 centavos. Tocó nuestro timbre y señaló que un pedazo de pintura del tamaño de la uña de un recién nacido había caído de la fachada de nuestra casa, y quería que arregláramos el desperfecto. Ah, y también quería el reembolso por los 69 centavos. Él no aceptaría un dólar. Sólo los 69 centavos, por favor.

Personas como él le dan textura al mundo.
Usualmente uno escucha de ellos cuando mueren. El hombre que asistía desnudo a clases, en Berkeley, California (¿dónde más?). El hombre que se autonombró Joybubbles, y podía silbar como si alguien estuviera marcando el teléfono. La mujer cuyo obituario mencionaba que se había roto la pierna a los 80, al caer de un árbol.

Una vez, durante un retiro en la Abadía de Getsemaní, en Kentucky, observé que uno de los monjes no usaba ni zapatos ni sandalias. Cuando su túnica blanca se desplazaba por el efecto de los pasos, revelaba botas de cowboy. ¡Qué padre!

Si un monje puede usar botas de cowboy, el resto de nosotros podemos tener mejores accesorios.
Yo he empezado a usar unos lentes de sol con el marco moteado. Por esta peculiaridad, los lentes se conocen como Cheetah. Los encontré en South Beach, Florida, cuando mi suegro murió.
Estábamos en una tienda de lentes de sol en Lincoln Road y me los puse como una broma. ¿Quién usaría algo tan atrevido?

A mi esposo y a su hermano Gary les encantaron. Mi suegro amaba los lentes de sol, así es que todos escogimos un par. Yo usé los lentes en el funeral. Años más tarde, también los usé en la boda de mi hija. Se han convertido en mi firma.
Adoro la cita de Ray Bradbury que dice que todos somos milagros de la Fuerza Vital. Eso te hace sentir como si fueras un signo de exclamación que vive y respira, creado por el universo, que simplemente quiere gritarse a sí mismo, y a todo lo demás en él, que estamos vivos.

Creo que de eso se trata la excentricidad, ser uno de los gritos del universo. Así es que, ¿qué estás esperando?
¡Grita!

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