Por Sesha
Existen
diversos modelos de pensamiento a través de los cuales el ser humano indaga en
la esencia de lo que Es el individuo. Nosotros trataremos de hacerlo bajo el
modelo de la filosofía Vedanta, específicamente el Vedanta advaita o filosofía
final no-dual, que está profundamente instaurada en la tradición oriental y muy
especialmente en India.
Hay otros
modelos filosóficos que son cercanos al Vedanta, como el del budismo Zen o el
Taoísmo, y ciertamente hay una gran cantidad de elementos de estas y otras
tradiciones que ofrecen un vislumbre coherente y esclarecedor sobre lo que es
la naturaleza del ser humano, es decir, interpretaciones metafísicas respecto a
su esencia.
De estos
grandes sistemas universalmente conocidos escogeremos el Vedanta advaita. Ello
no significa que sea el mejor, simplemente es aquel modelo a través del cual
vamos a describir las ideas metafísicas que más adelante compararemos con
algunos planteamientos que hace la física cuántica.
Si, por
ejemplo, fuésemos a tratar de entender la naturaleza de la mente con las líneas
y los planteamientos occidentales, seguramente escogeríamos por ejemplo la
psicología freudiana, la Gestalt o la humanista o quizás otra modalidad cualquiera
de las que la psicología nos ofrece; tendríamos que escoger una manera de
abordar el proceso fundamental de lo que se quiere analizar.
De este modo,
para entender lo que somos en esencia, vamos a escoger un modelo que, si bien
no se diferencia en gran medida de los grandes modelos orientales, se asienta
en la idea fundamental y profunda denominada “no-dualidad”. Dicho sistema
Vedanta posee la particularidad de ser un modelo altamente abstracto y, por
ende, algo complejo de entender.
La no-dualidad
La no-dualidad
no es una idea comúnmente cultivada en Occidente, ni siquiera la suelen citar
los filósofos dentro del prontuario de ideas existentes. Es una idea que,
aunque es muy simple, es profundamente compleja por las implicaciones que de
ella se derivan en todos los órdenes, ya sean científicos, metafísicos, éticos
o epistemológicos. Para poder sumergirnos en ella vamos a acercarnos a otra
disciplina occidental cuyo desarrollo nace de las matemáticas y de la física,
con la que nos va a ser mucho más fácil entender más adelante el concepto de la
no-dualidad.
Las ideas
expuestas por la filosofía Vedanta se parecen mucho y tienen imbricaciones muy
cercanas con el modelo de la física cuántica. Trataremos, pues, de analizar
algunas ideas muy simples de esta disciplina científica y, a través de ellas,
saltaremos a describir cuál es la razón y el porqué de la Meditación dentro del
ambiente de las tradiciones orientales y específicamente dentro del Vedanta
advaita.
Física Clásica y Cuántica
Básicamente
existen dos modelos en física: el de las partículas microscópicas, atómicas y
subatómicas, y el de las partículas grandes o macroscópicas. A la física que
estudia las partículas grandes se la suele llamar “física clásica” y a la que
estudia el funcionamiento de las leyes que exploran y explican el
comportamiento de las partículas muy pequeñas, las partículas subatómicas, se
la llama “física cuántica”.
Ambos modelos,
clásico y cuántico, poseen algunos factores en común; en ciertos aspectos sí
que son cercanos, pero las leyes que describen el comportamiento de las
partículas cuando son grandes son muy diferentes de cuando son muy pequeñas.
Aunque los elementos grandes son la suma o una composición de los elementos
pequeños, cuando se estudian uno a uno y no como suma de ellos en gran
cantidad, las leyes a través de las cuales se describen los procesos físicos
varían.
La principal
diferencia entre la física clásica y la física cuántica es que en la física
clásica el observador no interviene ni modifica lo observado. Por ejemplo, al
ver un avión, por más que se lo observe el avión sigue con sus características
y sus condiciones especiales, va a la misma velocidad y los pilotos o los
pasajeros en él no muestran modificación alguna porque haya alguien desde la
tierra observándolos; por tanto, en la física clásica no es necesario analizar
la naturaleza del observador, pues se considera a éste totalmente independiente
de lo observado.
Bajo esta
modalidad “clásica”, los objetos son todos claramente diferentes unos de los
otros: el observador es diferente de lo observado; lo observado es diferente de
otra cosa observada; un observador difiere de cualquier otro observador. Una
característica especial de la física clásica es que todos los objetos y todos
los sujetos son específicamente “uno” y diferentes cada uno de ellos. Así,
entonces, las paredes son diferentes de las ventanas, las ventanas de los
cristales, los cristales de las cortinas, las cortinas del techo, el techo del
suelo y así sucesivamente. Cada cosa guarda una condición que le es propia y
única y el hecho de que sea observada por cualquier sujeto no la modifica.
Sin embargo,
esta condición de clara independencia no se da en la física cuántica. Los
objetos en la física cuántica no funcionan como eventos independientes unos de
los otros sino que funcionan como “probabilidades”. Normalmente, para nosotros,
los objetos son “cosas” unas tras otras, pero en el mundo de la física cuántica
adquieren la condición de comportarse como simples probabilidades.
En 1926 Erwin
Rudolph Schrödinger, tras muchos intentos, expuso por primera vez un tipo de
ecuación que podía predecir el comportamiento de las partículas cuánticas. Fue
un hallazgo extraordinario y supuso un gran impulso a la investigación de la
naturaleza del universo y en especial de las partículas subatómicas, pero esa
ecuación tenía el problema de que, aunque pretendía describir las partículas,
no se sabía muy bien si lo que realmente describía eran las propias partículas
o algunas de sus condiciones.
Aunque no todos
los científicos pudieron o quisieron entender tales circunstancias, la mayoría
de ellos llegaron al acuerdo de que lo que describía dicha ecuación eran
probabilidades. Imaginemos, por ejemplo, que en la mano sostenemos una semilla
de naranja. En estos momentos tan sólo es una semilla pero, ¿qué puede llegar a
ser en unos pocos años? Esa semilla puede llegar a ser un naranjo, puede ser
una simple naranja; también puede llegar a ser otra semilla, parte de un zumo,
la sombra del naranjo, leña para el fuego, un objeto de madera, un adorno, un
utensilio, parte de un nido para pájaros, etc.; también puede llegar a
convertirse en vitaminas que, al ser tomadas por un niño, sean asimiladas por
su organismo para aumentar sus defensas ante enfermedades. Puede convertirse en
tantas cosas que resulta inacabable registrar el número posible de opciones
cuya cantidad es prácticamente infinita.
Ahora bien,
esas probabilidades ¿son todas potenciales en un futuro?, o bien, ¿esta semilla
es simultáneamente cualquiera de las probabilidades o solamente una de ellas?,
¿puede ser solamente un objeto o solamente sombra o solamente fruto?, ¿puede
ser “una” y solo “una”, o “una” y potencialmente todas las demás de forma
simultánea? Lo que acordaron la mayoría de los científicos es que la ecuación
de Schrödinger describe “una” condición y potencialmente todas las restantes.
Una condición
fundamental que poseen las partículas subatómicas es que actúan como
probabilidades: pueden potencialmente estar en cualquier lugar y en cualquier
tiempo, pueden estar en el futuro y en el pasado. Hay partículas que pueden
estar en cualquier región del universo para, al instante siguiente, estar aquí
mismo. La condición de las partículas subatómicas es muy compleja; no es
posible saber nada de las complejidades de su funcionamiento con absoluta
exactitud, es decir, no es posible conocer su condición ni la suma de sus
condiciones en un momento cualquiera; lo único que se puede saber de cualquiera
de ellas, al ser detectada, es una de las probabilidades que posee en sí misma
de todas las que simultáneamente en ella existen.
En el mundo de
las cosas grandes, las cosas son “cosas”: les damos nombre, conocemos su peso,
su masa, su velocidad, sabemos si se mueven o se quedan quietas, si se aceleran
o no; si el objeto es un ser vivo, podemos saber si está triste o no, si está
cansado, si está sano o enfermo. En el mundo de las cosas grandes se pueden
definir con claridad los objetos y, una tras otra, sus condiciones son
específicas y definidas, pero con las partículas subatómicas no sucede lo
mismo: cuando buscamos una partícula subatómica, podemos saber las
probabilidades donde ella pueda estar a través de la ecuación de Schrödinger
pero, hasta que no la observemos, no sabremos efectivamente dónde se encuentra.
Antes de ser observada la partícula es una probabilidad y solamente deja de
serlo cuando se la detecta, para convertirse en un objeto que hace parte de las
innumerables probabilidades que antes habíamos determinado. Los objetos sólo
son algo si son observados pero, si no, solamente son probabilidades.
Por
consiguiente, se puede afirmar que en el mundo subatómico la naturaleza del
observador cambia la realidad de las partículas porque, si él se hace presente,
el objeto parece ser “algo”, pero si el observador no se hace presente el
objeto aparece sólo siendo una probabilidad. Es curioso el momento en que un
objeto pasa de ser una probabilidad a ser un objeto: en el ejemplo anterior de
la semilla de naranja se decía que ella podía potencialmente ser un número indeterminado
de cosas distintas con el paso de los años, era un número ilimitado de
probabilidades; si se la vuelve a observar transcurrido el tiempo, todas esas
probabilidades se concretarán en una sola opción. A esa concreción de “muchas
probabilidades” a “sólo una” se la llama “colapso de la función de onda”. En la
física cuántica se dice que el observador colapsa la función de onda y, al
colapsar, una de las innumerables probabilidades se hace presente.
El gato de Schrödinger
Schrödinger,
que fue quién describió la ecuación de onda que determinaba de forma dinámica
el movimiento de las partículas y la energía que poseían en un momento
cualquiera, ideó en 1935 un experimento imaginario que se ha venido llamando
“la paradoja del gato de Schrödinger”, para mostrar lo paradójico de los nuevos
planteamientos que manifestaba la física cuántica.
El experimento
consiste en imaginar un gato que está encerrado en una pequeña caja totalmente
cerrada, lo que inicialmente hace imposible verlo dentro de ella. En el interior
de la caja, además del gato, hay un veneno que está en una botella y un
martillo dispuesto a romperla. El martillo está conectado a un mecanismo
detector de partículas radioactivas que, de ser detectadas, lo haría caer sobre
la botella, con lo que provocaría el vertido del veneno y, como consecuencia,
la muerte del gato. Junto al detector se sitúa un material radioactivo que
puede o no generar radiación, y que por tanto puede ser detectada en el
interior de la caja dentro de un periodo de tiempo específico. Al finalizar
dicho periodo habrá ocurrido uno de los dos sucesos posibles pero, si no se
mira en el interior de la caja, no se podrá saber cuál de las dos
probabilidades se ha producido y, por tanto, no podemos saber a ciencia cierta
si el gato sigue vivo o está muerto. Mientras el gato no pueda ser observado
podría decirse que está simultáneamente “vivo y muerto”. Evidentemente no puede
haber un gato que esté simultáneamente vivo y muerto, sin embargo, en el caso
que nos ocupa el gato posee simultáneamente la suma de las probabilidades de
“vivo” y “muerto”. Por el contrario los objetos, como ordinariamente los
conocemos, no son suma de probabilidades sino simplemente condiciones
específicas y unitarias.
Hasta ahora
nadie ha resuelto la paradoja del gato de Schrödinger. Ni el mismo Einstein ni
ninguno de los físicos cuánticos que ha habido hasta la fecha ha desentrañado
lo absurdo de asumir que pueda existir la doble condición de vivo-muerto para
el gato, pues no existe la probabilidad solapada y simultánea de un gato “vivo
y muerto”: o está vivo o no lo está. Pero ¿cómo saber si está vivo o muerto?
Sólo cabe la opción de observarlo pero, al hacerlo, sólo aparece una de las dos
opciones.
Antes de ser
observado lo que existe es la ecuación de onda de Schrödinger que determina las
innumerables variables de una partícula subatómica, es decir, para nuestro
ejemplo se asimila a que se solapen las probabilidades de vivo y muerto.
Por tal razón,
en el universo de las partículas subatómicas “objeto” y “sujeto” no poseen un
distingo tácito, pues el objeto no puede ser completamente independiente de
quien hace la medición de sus condiciones físicas, es decir, el observador está
involucrado esencialmente con el objeto, sin poder crear un sesgo diferencial,
cosa que sí ocurre en la física clásica.
Hecha esta
pequeña introducción, veremos cómo estas ideas se asemejan al modelo de
realidad que plantea la filosofía oriental desde el Vedanta.
Probabilidad y colapso en la Cognición
Desde el
Vedanta lo que se analiza fundamentalmente es la naturaleza de la Conciencia y
el proceso cognitivo que determina la aparición de los diversos estados de
conciencia. Lo que esencialmente se propone desde la física cuántica, y en
concreto desde la ecuación de Schrödinger, coincide en gran medida con lo que
ocurre cuando estudiamos la naturaleza de la mente.
A modo de
ejercicio, si intentamos recordar un evento cualquiera que haya acontecido a lo
largo de nuestras vidas, el número de probables recuerdos que puedan aparecer
es prácticamente infinito. Todos los eventos que potencialmente se puedan
recordar están ahí, en la memoria, y cualquiera de ellos puede aparecer en
cualquier instante. Si bien puede que aparezcan con mayor facilidad aquellos
recuerdos que están en la superficie de la memoria comparados con los procesos
del inconsciente, todos ellos están en disposición de aflorar cuando el
instante así lo requiera.
Para nosotros
la memoria actúa como una especie de ecuación de Schrödinger, es una inmensa
masa probabilística. En el instante en que el pensamiento se concreta en
“algo”, dentro de la inmensa probabilidad de todo lo que potencialmente pueda
ser pensado o recordado, se colapsa la función de onda de la memoria. La
inmensa masa mental, al determinarse un pensamiento, asume una condición y
rompe la condición probabilística que solapa innumerables eventos de la
memoria.
A ese proceso
pensante en la filosofía se le llama “dialéctica”. Cuando se razona, cuando
ocurre el proceso dialéctico, lo que se da es una comparación entre el objeto conocido
y toda la información potencial que se tenga previamente en la memoria, de modo
que, de toda la potencialidad de historia que hay en la memoria del individuo,
se opte por una información determinada que esté disponible. Por consiguiente,
el acto de pensar reduce el paquete de ondas o, lo que es lo mismo, colapsa la
función de onda mental, de tal modo que sólo aparece activa aquella condición
de la historia que más se parezca al objeto conocido. El logro de emitir un
juicio sintético que determine la existencia de un “nombre” y una “forma” colapsa
la memoria e induce una única opción.
A ese juicio
que emitimos cada vez que al pensar diferenciamos aquella zona de la memoria
que mayor parecido tiene con el objeto observado se le llama, en filosofía,
“síntesis”.
El Presente como solución
Veamos, por
ejemplo, esta pelota. ¿Quién observa la pelota? Evidentemente quien la observa
es el observador y podemos plantear, desde la percepción común y al hilo de lo
expuesto, que el observador colapsa la función de onda mental al estar presente
a través de su propia historia. Realiza la función de comparar ese objeto que
experimenta fuera de sí con uno que está dentro de sí en su historia y, de esa
unión, de esa codificación, se deriva la emisión de un juicio en forma de
síntesis. Eso hace que, de toda la historia del observador, claramente se
denomine el nombre “pelota” y emerja un observador diferenciado que la observa.
Al proceso de
comparar un objeto con la información que de él tenemos y emitir así un juicio
le llamamos “pensar”. Entonces, si razonamos el objeto, en este caso la pelota,
¿qué podemos afirmar? Podemos decir que es redonda, de color amarillo y rosa,
que es blanda, que tiene dibujos. También podemos decir que fue fabricada en
China, con materiales procedentes del Tercer Mundo, que… podríamos seguir
definiendo cualidades del objeto casi ilimitadamente pero, ¿qué escogemos para
decir cuando se observa el objeto y se lo piensa? Un concepto tras otro: que es
una pelota, que es redonda, que es amarilla, que es blanda... No aparecen todas
las probabilidades, lo que aparece es sólo una pero inmediatamente seguida de
otra, todas ellas de manera secuencial.
Esto ocurre
evidentemente si razonamos el objeto observado. Sin embargo, ¿qué ocurre si, en
vez de emitir un juicio, el observador “contempla” el objeto y no emite juicio
mental?, ¿qué pasa entonces con la pelota y qué con el observador? Esto es,
¿qué ocurre si el observador no razona lo conocido? Pensar en el objeto es
recordarlo y, evidentemente, recordarlo es situarse en algún lugar del pasado,
en la historia. ¿Qué pasa si el objeto, en vez de situarlo en el pasado, se lo
sitúa aquí y ahora, en el Presente? ¿Qué ocurriría con la ecuación de onda que
determina y delimita las potenciales informaciones de este objeto? ¿Se colapsa
la memoria a un único evento o no se colapsa? En teoría no se colapsa.
Quien colapsa
vez tras vez la función de onda es el observador a través de su propia historia
instalada en la memoria, por el hecho de recordar y por el proceso dialéctico
que ello conlleva en forma de asignación de “nombres” a los objetos observados.
Entonces, para que la función no se colapse, en el Presente no puede haber un
observador pensante.
No-diferenciación observador-observado.
De ello resulta
la paradójica situación de que, si en verdad estamos en el Presente, no hay un
observador pensante: es al pensar cuando aparecen el observador diferenciado,
la historia y el colapso, pero si el observador contempla el objeto sin
pensarlo, si en la observación no introduce nada de sí ni de su historia, no
deja de haber observador pues está participando de la observación, lo que no
hay es “alguien” que lo distinga respecto a lo conocido dentro del proceso
mismo del saber y, en consecuencia, el observador se hace no-diferente de lo
observado.
No es que lo
observado y quien lo observa sean “uno”, que sean la misma cosa, sino que en el
Presente no se diferencia la ubicación del observador respecto a lo observado.
Es similar a cuando al ver una película de cine, si esta es interesante, llega
un punto en que el espectador está tan metido en ella que no hay distancia
entre él y la pantalla donde se proyecta la película. No desaparece el
espectador: hay observador, ya que hay comprensión de lo que está aconteciendo,
sin embargo el espectador no se distingue a sí mismo distanciado de la
pantalla.
Hemos visto que
en física cuántica se llega a la conclusión de que, mientras el observador no
está presente, la partícula es una suma de probabilidades simultáneas; de hecho
él mismo es una suma de probabilidades simultáneas. Es extraño un mundo así. El
gato del ejemplo es simultáneamente un gato vivo y un gato muerto. A nivel
perceptivo cabe afirmar desde la perspectiva del Vedanta que, si cuando se
observa un objeto se está en el Presente y no se lo piensa, el observador no
fractura la información, haciéndose no-diferente de lo observado; dicho de otra
manera, el observador no colapsa la función de onda histórica, no colapsa la
historia, a tal punto que el observador es simultáneamente todas las
potenciales probabilidades de lo que el objeto es y puede llegar a conocerlas
de manera simultánea y no secuencial.
El Presente y la Meditación
Así pues, el
Vedanta afirma que si una persona es capaz de sostenerse en el Presente y no
emitir juicio alguno sobre aquello que observa, ya sea un objeto interno o
externo, es capaz de convertirse en no-diferenciado de toda la infinita e
ilimitada suma de probabilidades que el objeto en sí mismo ya posee. Y cuando
esa persona es capaz de hacer eso, cuando es no-diferente a todo el universo
que ha existido, existe y existirá, porque toda la información está implícita
en todas partes, advierte una excepcional forma de cognición denominada samadhi
o nirvana.
He ahí entonces
qué se plantea en la Meditación: la Meditación es aprender a ver el mundo sin
colapsarlo y aprender a observarse sin colapsarse. Meditación es ver el mundo
desde el Presente, desde el aquí y el ahora, desde lo que está aconteciendo.
Meditar es el arte de aquietar las fluctuaciones de la mente, es decir, de
impedir que la mente adopte la historia que potencialmente posee de manera
secuencial en cualquiera de sus innumerables condiciones.
A todos nos ha
ocurrido en alguna ocasión aquello de estar tan metidos y focalizados en alguna
actividad, ya sea practicando algún deporte, algún juego, en los estudios o el
trabajo, que el tiempo pasa sin darnos cuenta, que desaparece todo lo que no
hace parte de la actividad, no nos enteramos de si hace frío o no, de si
alguien nos está llamando, etc. Son instantes muy gratos e interesantes donde
nos sentimos totalmente integrados con la actividad misma que se está
realizando. Son momentos de tan alta eficiencia que, si tuviésemos la mente
educada para permanecer habitualmente en ese nivel, realizaríamos cualquier
actividad en mucho menos tiempo y con menor esfuerzo.
La pregunta es
muy simple: ¿es posible llegar a permanecer en esta forma de cognición? ¿Es
posible percibir el mundo sin pensarlo?
No solemos
estar en el Presente. Cuando éramos niños vagábamos abiertamente en él, pero
esa destreza natural se olvidó hace mucho tiempo. Por una cuestión cultural y a
través del sistema educativo imperante, desde niños hemos aprendido a acumular
información y a utilizarla mediante procesos dialécticos, a razonar más allá de
lo que las situaciones han requerido. A tal punto que ya no sabemos dejar de
pensar, no sabemos contemplar el mundo sin interpretarlo, no sabemos actuar y
permanecer en lo que se está haciendo sin pensar en otras cosas. Pero no
solamente nos pasamos todo el tiempo pensando, sino que ahora la mente ha
tomado tal inercia que ya no podemos controlarla.
Al ser humano
le cuesta estar atento. Cuando por momentos se consigue hacerlo, por ejemplo,
al escuchar a alguien que está hablando, nos perdemos en las palabras, nos
perdemos ante cualquier condición interna o externa. El Presente suele ser muy
esporádico en las personas; por ejemplo acontece cuando hay sorpresa, cuando
hay novedad, cuando hay aprendizaje. Cuando el asombro ocurre, hay tanta
intensidad puesta en el hecho que acontece que no tenemos la necesidad de
recordar lo que se está haciendo sino que, simplemente, somos libres de
reaccionar libremente y experimentarlo sin razonar.
Las personas
habitualmente están invadidas por los sentimientos, las emociones y los
pensamientos. Toda esa fuerza inestable llega a cobrar tal magnitud y tal nivel
de intensidad que no es posible controlarlos. Entonces las personas se sienten
tristes, abrumadas. Tanto tiempo, tantos años reforzando procesos mentales de
pensamientos compulsivos generan una inercia implacable. Dicha inercia es como
un tornado emocional donde las pasiones esclavizan y nos controlan. Así, cuando
se va por la calle vemos a la gente caminando y los observamos metidos en su
interior sin percatarse de cuanto acontece a su alrededor. Llegados a sus casas
ni siquiera son capaces de gozar con una comida, pues no logran permanecer
atentas a ese pequeño instante por estar pensando en mil cosas diversas.
El “yo”.
Esa situación
de proceso dialéctico constante sobre los diversos eventos de la cotidianidad
hace que exista una condición de ser sujeto diferenciado de los objetos
conocidos, y a ese ser diferenciado de los objetos le llamamos “yo”, “ego”,
“yoidad”. Pero esa yoidad se disuelve cuando una persona contempla el mundo
desde el Presente y se diluye en el campo que se está conociendo, siendo parte
no-diferenciada del mismo.
Por esa razón,
el Vedanta fundamenta su sistema metafísico en la no-existencia del “yo”
diferenciado o, lo que es lo mismo en el orden práctico, en la experiencia de
un “yo” no-diferenciado en la percepción. Buscamos una percepción continua y
constante en el Presente. Buscamos educar la mente en el Presente para que
llegue el instante donde ese sujeto no-diferenciado se realice en la
convergencia de todas las infinitas probabilidades de aquello que conoce y se
haga no-diferente de la infinita probabilidad de informaciones que existen en
el Presente. A ese proceso le llamamos samadhi o nirvana.
Esa es la
esencia del ser humano: concienciarse no-diferenciado del universo entero y de todas
sus probabilidades de existencia. Eso es lo que busca la Meditación: no
colapsar la cognición, que no emerja una probabilidad tras otra de manera
secuencial sino que el individuo sea capaz de percibir la totalidad del
infinito en un instante cualquiera para ser él mismo ese infinito, ser el
Absoluto, ser el Eterno. Eso es lo que buscamos y ese es el fundamento de la
Meditación.
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