Un discípulo llegó ante su maestro y le dijo: “Algunos amigos y familiares sostienen que no existe la vida después de la muerte”.
El Maestro no dijo nada. Solamente sonrió.
El discípulo insistió: “¡Pero eso sería
horrible! Ya no existiríamos… no podríamos ver, ni escuchar, ni amar… ¡qué
tremendo!”
– Pues no deberías horrorizarte tanto. Mira a tu
alrededor y comprueba que la mayoría de las personas vive de esa forma durante
toda su vida. No vive plenamente, no ama, no observa, no escucha… La pregunta
correcta que deberían hacerse todos los seres humanos sería: “¿existe vida
antes de mi muerte?”
La tradición iniciática siempre se ha referido a
estos muertos vivientes y los ha denominado zombies, autómatas, robots,
ciegos, hombres dormidos, haciendo hincapié en su incapacidad de ver más allá
de la superficie de las cosas.
En este sentido, dice el monje zen Thich Nhat
Hanh: “Los seres humanos “viven como muertos”, pues realizan las
acciones del día sin tener conciencia de lo que están haciendo: se levantan,
caminan, comen, trabajan, leen, se divierten y se vuelven a acostar, sin
percatarse de la importancia de cada uno de esos actos, sin estar presentes en
ellos. Dejando que las cosas pasen y resbalen sobre su lánguido existir, queman
su vida en el olvido y la negligencia”.
Ouspensky, en el contexto del Cuarto Camino
afirmará que “casi todas las personas que vemos en las calles de una
gran ciudad son así, interiormente vacías; en realidad, están ya muertas”.
Eliphas Lévi, por ejemplo, se refiere a estos
muertos vivientes en una historia que tiene a Jesús como
protagonista:
“Mirando la ciudad entera, Jesús exclamó: “¡Mira el
verdadero campo de las tumbas! Allá en esos palacios que entristecen el
horizonte, hay muertos a los que es necesario llorar, más que aquellos cuyos
restos yacen aquí, pues esos no descansan. Se agitan en medio de la corrupción
y disputan su pasto a los gusanos; son semejantes a un hombre enterrado en
vida. El aire del cielo falta a sus pulmones, y la tierra gravita sobre ellos.
Están encerrados en las estrechas y miserables instituciones que han hecho para
sí, como en las tablas de un féretro. Joven que llorabas y cuyas lágrimas
secó mi palabra, llora y gime ahora sobre los muertos que sufren aún. Llora
sobre aquellos que se creen vivos y que son cadáveres atormentados. A esos hay
que gritar con poderosa voz: ¡Salid de vuestras tumbas!”.
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