Centro Holística Hayden

Escuela de Autoconocimiento personal y espiritual

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3 de septiembre de 2017


Un discípulo llegó ante su maestro y le dijo: “Algunos amigos y familiares sostienen que no existe la vida después de la muerte”.

El Maestro no dijo nada. Solamente sonrió.

El discípulo insistió: “¡Pero eso sería horrible! Ya no existiríamos… no podríamos ver, ni escuchar, ni amar… ¡qué tremendo!”


– Pues no deberías horrorizarte tanto. Mira a tu alrededor y comprueba que la mayoría de las personas vive de esa forma durante toda su vida. No vive plenamente, no ama, no observa, no escucha… La pregunta correcta que deberían hacerse todos los seres humanos sería: “¿existe vida antes de mi muerte?”

La tradición iniciática siempre se ha referido a estos muertos vivientes y los ha denominado zombies, autómatas, robots, ciegos, hombres dormidos, haciendo hincapié en su incapacidad de ver más allá de la superficie de las cosas.

En este sentido, dice el monje zen Thich Nhat Hanh: “Los seres humanos “viven como muertos”, pues realizan las acciones del día sin tener conciencia de lo que están haciendo: se levantan, caminan, comen, trabajan, leen, se divierten y se vuelven a acostar, sin percatarse de la importancia de cada uno de esos actos, sin estar presentes en ellos. Dejando que las cosas pasen y resbalen sobre su lánguido existir, queman su vida en el olvido y la negligencia”.

Ouspensky, en el contexto del Cuarto Camino afirmará que “casi todas las personas que vemos en las calles de una gran ciudad son así, interiormente vacías; en realidad, están ya muertas”.

Eliphas Lévi, por ejemplo, se refiere a estos muertos vivientes en una historia que tiene a Jesús como protagonista:

“Mirando la ciudad entera, Jesús exclamó: “¡Mira el verdadero campo de las tumbas! Allá en esos palacios que entristecen el horizonte, hay muertos a los que es necesario llorar, más que aquellos cuyos restos yacen aquí, pues esos no descansan. Se agitan en medio de la corrupción y disputan su pasto a los gusanos; son semejantes a un hombre enterrado en vida. El aire del cielo falta a sus pulmones, y la tierra gravita sobre ellos. Están encerrados en las estrechas y miserables instituciones que han hecho para sí, como en las tablas de un féretro. Joven que llorabas y cuyas lágrimas secó mi palabra, llora y gime ahora sobre los muertos que sufren aún. Llora sobre aquellos que se creen vivos y que son cadáveres atormentados. A esos hay que gritar con poderosa voz: ¡Salid de vuestras tumbas!”.






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