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17 de septiembre de 2017

Los límites del hombre

By PHILEAS

Artículo de Francesco Boer, traducido del original italiano por Phileas

La Odisea habla de la nostalgia de la patria y de un largo regreso a casa. Es el símbolo del ser humano que se siente extraño al mundo que le rodea, y que quiere reconquistar el lugar y la dignidad de que le corresponden por derecho de nacimiento.

Ulises en un mosaico romano
Ulises en un mosaico romano del siglo III d.C. – Museo del Bardo (Túnez)


El mandato del oráculo de Delfos (“Conócete a tí mismo”) es, en este sentido, un retorno a la condición primordial que ha sido perdida, y se relaciona con “el recuerdo de quiénes somos realmente” de las doctrinas gnósticas. Así, por ejemplo, en el Himno de la Perla, el protagonista recuerda “que era hijo de reyes, y que [su] alma, nacida libre, aspiraba a su clase”. Estar perdido en el mundo y el olvido de la propia identidad son dos aspectos de una misma cosa.

En el vigésimo primer canto del Infierno, Dante se encuentra con Ulises, en el giro de los consejeros fraudulentos, donde el rey de Itaca estaba siendo castigado por las estafas inteligentes que lo hicieron famoso en la vida. El encumbrado poeta enumera brillantemente las culpas de Ulises, más se detiene en otra historia muy importante: el viaje a las columnas de Hércules.

El rey de Ítaca permaneció lejos de su patria por más de veinte años. La alegría del regreso, no obstante, no duró mucho. Esta es una de las paradojas del alma humana: cuando la vida está consagrada a un objetivo durante tanto tiempo, lograr lo que quieres puede ser un desastre. Después de la alegría inicial viene una sensación de vacío, porque pierde la razón de la vida que ha monopolizado la mente todo el tiempo.

“Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas”. (Constantino Cavafis, Itaca)

Las recomendaciones de los poetas en este sentido son vanas: Ulises no puede mantenerse quieto, sino que debe encontrar una nueva meta, anticipando así la insatisfacción existencial que fue el tema central del Fausto de Goethe.

“Ni la dulzura del hijo, ni la piedad
del viejo padre, ni el debido amor
que debía a Penélope hacer dichosa,

vencer pudieron dentro de mí el ardor
que tuve de hacerme del mundo experto
y de los vicios humanos y de su valor;

antes, me lancé por el alto mar abierto
con sólo un barco y con aquellos compañeros
pocos, de los que no fui abandonado”.
(Infierno, canto XXVI)

El último viaje de Ulises no lo conduce a casa, al símbolo de lo que es realmente, sino más allá. Es la tendencia a trascender los límites propios de la condición humana. Sin embargo, esa tendencia es parte de la naturaleza humana.

Las columnas de Hércules

Heinrich Aldegrever, Las columnas de Hércules (1550) – Metropolitan Museum of Art, New York

Las columnas de Hércules se identifican tradicionalmente con los promontorios opuestos del estrecho de Gibraltar. Sin embargo, el aspecto geográfico es una cuestión secundaria. Las columnas indican un límite conceptual, de hecho, el límite mismo del conocimiento; la tierra conocida termina y da paso a lo desconocido. El héroe colocó las columnas como una advertencia para los marineros: más allá de este umbral existía un mundo prohibido a la humanidad. En las columnas podía leerse la inscripción “Nec plus ultra”: un límite extremo, inexpugnable, que también puede considerarse como un desafío que inflama el alma humana.

Ulises insta a sus hombres a superar el último umbral con palabras que han quedado grabadas en el imaginario popular:

“¡Oh hermanos”, dije, “que por cien mil
peligros habéis llegado a occidente,
de esta tan pequeña vigilia

de nuestro sentidos remanente
no queráis negaros la experiencia,
siguiendo al Sol, hacia el mundo sin gente.

Considerad vuestra simiente:
hechos no fuisteis para vivir como brutos,
sino para perseguir virtud y conocimiento”.
(Infierno, canto XXVI)


 Pasar las columnas de Hércules significa salir de la esfera humana para entrar en la divina. En cierto sentido, esto implica el abandono de la naturaleza humana. Lo que Ulises encuentra más allá del umbral es su ruina: un castigo divino por desafiar el límite, por no estar contento con el lugar que Dios o la naturaleza nos ha asignado en el mundo.

“Nos alegramos, aunque enseguida volvióse llanto,
porque de la nueva tierra un torbellino nació
que golpeó al leño en su primer lado.

Tres vueltas nos hizo girar con toda el agua;
y en la cuarta se alzó la popa en alto,
como a Otro plugo, y la proa se fue abajo,
y al fin el mar sobre nosotros volvió a cerrarse”
(Infierno, canto XXVI)

Obedecer al mandato de “nec plus ultra” (“no más allá”) y permanecer tranquilo en el borde sin traspasarlo es una de las peores traiciones a nuestra naturaleza humana.

“¡Qué fastidio es detenerse, terminar,
oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!
Como si respirar fuera la vida. Una vida sobre otra
sería del todo insuficiente, y de la única que tengo
me queda poco; pero cada hora me rescata
del silencio eterno, añade algo,
trae algo nuevo; y sería despreciable
guardarme y cuidarme el tiempo de tres soles,
y refrenar este espíritu ya viejo, pero que arde en el deseo
de seguir aprendiendo, como se sigue a una estrella que cae,
más allá del límite más extremo del pensamiento humano”.

(Alfred Tennyson, Ulises)

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