By PHILEAS
Artículo de
Francesco Boer, traducido del original italiano por Phileas
La Odisea habla
de la nostalgia de la patria y de un largo regreso a casa. Es el símbolo del
ser humano que se siente extraño al mundo que le rodea, y que quiere
reconquistar el lugar y la dignidad de que le corresponden por derecho de
nacimiento.
Ulises en un
mosaico romano
Ulises en un
mosaico romano del siglo III d.C. – Museo del Bardo (Túnez)
El mandato del
oráculo de Delfos (“Conócete a tí mismo”) es, en este sentido, un retorno a la
condición primordial que ha sido perdida, y se relaciona con “el recuerdo de
quiénes somos realmente” de las doctrinas gnósticas. Así, por ejemplo, en el
Himno de la Perla, el protagonista recuerda “que era hijo de reyes, y que [su]
alma, nacida libre, aspiraba a su clase”. Estar perdido en el mundo y el olvido
de la propia identidad son dos aspectos de una misma cosa.
En el vigésimo
primer canto del Infierno, Dante se encuentra con Ulises, en el giro de los consejeros
fraudulentos, donde el rey de Itaca estaba siendo castigado por las estafas
inteligentes que lo hicieron famoso en la vida. El encumbrado poeta enumera
brillantemente las culpas de Ulises, más se detiene en otra historia muy
importante: el viaje a las columnas de Hércules.
El rey de Ítaca
permaneció lejos de su patria por más de veinte años. La alegría del regreso,
no obstante, no duró mucho. Esta es una de las paradojas del alma humana: cuando
la vida está consagrada a un objetivo durante tanto tiempo, lograr lo que
quieres puede ser un desastre. Después de la alegría inicial viene una
sensación de vacío, porque pierde la razón de la vida que ha monopolizado la
mente todo el tiempo.
“Itaca te
brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no
habrías emprendido el camino.
Pero no tiene
ya nada que darte.
Aunque la
halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como
te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya
qué significan las Itacas”. (Constantino Cavafis, Itaca)
Las
recomendaciones de los poetas en este sentido son vanas: Ulises no puede
mantenerse quieto, sino que debe encontrar una nueva meta, anticipando así la
insatisfacción existencial que fue el tema central del Fausto de Goethe.
“Ni la dulzura
del hijo, ni la piedad
del viejo
padre, ni el debido amor
que debía a
Penélope hacer dichosa,
vencer pudieron
dentro de mí el ardor
que tuve de
hacerme del mundo experto
y de los vicios
humanos y de su valor;
antes, me lancé
por el alto mar abierto
con sólo un
barco y con aquellos compañeros
pocos, de los
que no fui abandonado”.
(Infierno,
canto XXVI)
El último viaje
de Ulises no lo conduce a casa, al símbolo de lo que es realmente, sino más
allá. Es la tendencia a trascender los límites propios de la condición humana.
Sin embargo, esa tendencia es parte de la naturaleza humana.
Las columnas de Hércules
Heinrich
Aldegrever, Las columnas de Hércules (1550) – Metropolitan Museum of Art, New
York
Las columnas de
Hércules se identifican tradicionalmente con los promontorios opuestos del
estrecho de Gibraltar. Sin embargo, el aspecto geográfico es una cuestión
secundaria. Las columnas indican un límite conceptual, de hecho, el límite
mismo del conocimiento; la tierra conocida termina y da paso a lo desconocido.
El héroe colocó las columnas como una advertencia para los marineros: más allá
de este umbral existía un mundo prohibido a la humanidad. En las columnas podía
leerse la inscripción “Nec plus ultra”: un límite extremo, inexpugnable, que también
puede considerarse como un desafío que inflama el alma humana.
Ulises insta a
sus hombres a superar el último umbral con palabras que han quedado grabadas en
el imaginario popular:
“¡Oh hermanos”,
dije, “que por cien mil
peligros habéis
llegado a occidente,
de esta tan
pequeña vigilia
de nuestro
sentidos remanente
no queráis
negaros la experiencia,
siguiendo al
Sol, hacia el mundo sin gente.
Considerad
vuestra simiente:
hechos no
fuisteis para vivir como brutos,
sino para
perseguir virtud y conocimiento”.
(Infierno,
canto XXVI)
Pasar las
columnas de Hércules significa salir de la esfera humana para entrar en la
divina. En cierto sentido, esto implica el abandono de la naturaleza humana. Lo
que Ulises encuentra más allá del umbral es su ruina: un castigo divino por
desafiar el límite, por no estar contento con el lugar que Dios o la naturaleza
nos ha asignado en el mundo.
“Nos alegramos,
aunque enseguida volvióse llanto,
porque de la
nueva tierra un torbellino nació
que golpeó al
leño en su primer lado.
Tres vueltas
nos hizo girar con toda el agua;
y en la cuarta
se alzó la popa en alto,
como a Otro
plugo, y la proa se fue abajo,
y al fin el mar
sobre nosotros volvió a cerrarse”
(Infierno,
canto XXVI)
Obedecer al
mandato de “nec plus ultra” (“no más allá”) y permanecer tranquilo en el borde
sin traspasarlo es una de las peores traiciones a nuestra naturaleza humana.
“¡Qué fastidio
es detenerse, terminar,
oxidarse sin
brillo, no resplandecer con el ejercicio!
Como si
respirar fuera la vida. Una vida sobre otra
sería del todo
insuficiente, y de la única que tengo
me queda poco;
pero cada hora me rescata
del silencio
eterno, añade algo,
trae algo
nuevo; y sería despreciable
guardarme y
cuidarme el tiempo de tres soles,
y refrenar este
espíritu ya viejo, pero que arde en el deseo
de seguir
aprendiendo, como se sigue a una estrella que cae,
más allá del
límite más extremo del pensamiento humano”.
(Alfred
Tennyson, Ulises)
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