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9 de septiembre de 2017

Las abejas de Napoleón

By PHILEAS 

En una pomposa ceremonia celebrada en la catedral de Notre Dame de París el 2 de diciembre de 1804, Napoleón Bonaparte fue proclamado emperador. Entre los atuendos del nuevo monarca, se destacaba un manto púrpura que pesaba 40 kilos y que estaba cuidadosamente repujado con 1.500 abejas de oro.

La abeja había sido elegida por el propio Napoléon como símbolo personal (1). Con esta elección, el emperador buscaba diferenciarse de los Borbones (los cuales utilizaban la flor de lis) y, al mismo tiempo, establecer un vínculo de la casa Bonaparte con los Merovingios, la dinastía que gobernó Francia entre los siglos entre los siglos V y VIII.


Abejas de Childerico
Para los merovingios, la abeja era un animal sagrado y representaba la inmortalidad y la resurrección. En 1653, cuando fue descubierta en Tournai la tumba de Childerico (hijo de Meroveo), se encontraron en ella cerca de 300 abejas de oro con las alas adornadas con piedras rojas, las cuales pasaron a formar parte de la colección privada de Luis XIV hasta que fueron robadas en 1831 de la Bibliothèque Royale (hoy en día se conservan solamente dos).
A partir de su nombramiento, todos los objetos personales del emperador pasaron a adornarse con abejas doradas y éstas se representaron en “alfombras, cortinas, vestidos, sillones, blasones, bastones, libros y otros elementos de la parafernalia imperial” (2).
Incluso, años más tarde, cuando fue exiliado a Elba, Napoleón eligió como símbolo distintivo de la isla una bandera con una diagonal roja sobre fondo de plata donde destacaban tres abejas de oro.
Aunque Napoleón se distanció de la flor de lis por su asociación con la simbología borbónica, estudios posteriores han sugerido que ésta podría ser -en verdad- una abeja estilizada que se fue metamorfoseándose con el paso de los siglos.

Colmenas, masones y Egipto
Para algunos investigadores, la elección de la abeja como símbolo personal del emperador Napoleón I no está relacionada únicamente con un deliberado retorno a la fuente de los merovingios sino que podría responder a motivos iniciáticos.
Siempre se ha discutido si Napoleón fue francmasón o no. Los franceses han intentado demostrarlo a toda costa, mientras que los ingleses han tratado de desacreditar dicha información.

F.T.B. Clavel en su conocida obra “Historia pintoresca de la Francmasonería” dice: “El emperador había sido recibido masón en Malta, en el tiempo que permaneció en esa isla cuando la expedición de Egipto; mas se había mostrado poco favorable a la sociedad desde que advirtió los cismas y las divisiones introducidas en sus filas, que la alejaban más y más del verdadero espíritu de su institución”. (3)


Aunque no ha podido corroborarse en forma definitiva la pertenencia de Napoleón a la orden masónica, queda claro que sus relaciones con ésta eran excelentes, teniendo en cuenta que su hermano José Bonaparte, su cuñado Joaquin Murat y el canciller del imperio, Jean-Jacques Regis de Cambacérès, eran miembros destacados de una Masonería. También está perfectamente documentada la iniciación masónica de la emperatriz Josefina, primera esposa del emperador, en la logia parisina “Les Frances Chevaliers” del rito de adopción.

Triángulo masónico bonapartista
En este contexto favorable a la Masonería, los masones mandaron esculpir bustos de Napoleón para que fueran colocados en todas las logias y se escribieron diversas alabanzas que ensalzaban la figura del emperador de Francia. Aunque queda clara la afinidad de la Orden con Napoleón, la falta de una documentación concluyente y la fascinación de éste por Egipto ha llevado a algunos escritores a suponer que el emperador podría haber sido iniciado en alguna orden iniciática masónica o paramasónica de corte egipcio.
Esta era la postura de Robert Ambelain, quien sostenía que “Napoleón I fue uno de los primerísimos masones del rito Memphis. Y el Emperador no olvidó nunca que recibió la luz sobre la antigua tierra de las sagradas iniciaciones. Esa es la razón por la que también adoptó la Abeja como símbolo de su reinado junto al Águila. Porque la abeja era en el antiguo Egipto la representación del faraón, mientras que dos alas de águila flanqueaban el sol de Osiris”. (4)

¡Buen punto! Ciertamente, aunque estas afirmaciones también carecen de sustento documental, Ambelain tiene razón cuando cita a la abeja como un símbolo faraónico dado que los egipcios consideraban a las abejas como “lágrimas de Ra” (5), es decir que les adjudicaban un origen solar, y de ahí que puedan hacerse varias conexiones simbólicas desde este punto, donde se corresponden perfectamente el sol, el oro, la miel dorada y la realeza solar.
Es importante recordar que Napoléón había llevado a cabo una expedición entre los años 1798 y 1801 en tierras egipcias, la cual terminó siendo un fracaso militar pero que renovó el interés europeo por las maravillas de la civilización faraónica.
Según se cuenta, en un episodio realmente memorable, Napoleón permaneció toda una noche en el interior de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide y algunos han sugerido que en ese lugar tuvo una revelación mística sobre su destino.
Esta idea fue desarrollada magistralmente por Javier Sierra en su interesante obra de ficción “El secreto egipcio de Napoléon” donde se cuentan (de manera novelada) los detalles de la incursión napoleónica en la tierra de los faraones. Al parecer, con esta acción, Napoleón habría querido emular a Alejandro Magno y a Julio César, los cuales también habrían pernoctado en ese lugar. (6)

Napoléon en la Gran Pirámide
Una de las consecuencias de la expedición francesa en Egipto fue la proliferación de la “egiptomanía”, una verdadera fascinación por todo lo egipcio. Esta pasión impregnó fuertemente a la Masonería, en donde se empezó a repetir como un mantra la frase de Cagliostro: “Toda luz viene de Oriente, toda iniciación viene de Egipto”.
Como consecuencia de esta egiptomanía, a partir de 1801 se fueron creando varios ritos masónicos que decían basarse en la tradición egipcia, como la Orden Sagrada de los Sofisianos que trabajaba “bajo los auspicios de Horus” (1801), el rito Oriental del abate d’Alés de Bermont d’Anduze (1807), el Rito de los Amigos del Desierto de Alexandre Dumége, el rito de Misraim de los hermanos Belarride (1810) o el rito de Memphis (1815). Estos dos últimos serían fusionados por Giusseppe Garibaldi en el año 1881 bajo el nombre de “Rito Antiguo y Primitivo de Memphis y Misraím” y aún siguen trabajando en nuestros días “a la gloria del sublime arquitecto de los mundos”.

Marie-Anne Adelaïde Lenormand, en su controvertida obra “Mémoires historiques et secrets de l’impératrice Joséphine”, escrita 6 años después de la muerte de Josefina, sostuvo que Napoleón le confesó a su esposa: “He consumido mi vida en una sucesión de movimientos continuos que no me han permitido cumplir con mis obligaciones de iniciado de la Secta de los Egipcios” (7). De acuerdo con Lenormard, Napoleón habría sido iniciado en El Cairo en un rito iniciático egipcio, aunque el mismo no estaría vinculado a la Francmasonería ni a cualquier otra orden europea.


Si hacemos un repaso histórico a la simbología masónica apreciaremos que el énfasis simbólico siempre estuvo centrado más en la colmena y no tanto en la abeja, teniendo en cuenta que lo más importante en la labor de estos insectos es el trabajo comunitario con un propósito en común, la sinergia, atendiendo a que “lo que es bueno para la colmena, es bueno para la abeja”. En el panal pueden observarse, además, las reglas básicas de la construcción arquitectónica y la perfección de la geometría sacra, donde destaca la figura del hexágono, que es la base de ese patrón ornamental sagrado conocido como la “flor de la vida”.
La colmena como un todo puede equipararse perfectamente a la logia y en las representaciones simbólica aparece -la mayoría de las veces- con tres, cinco o siete revoloteando a su alrededor, en una alusión a que a una logia “tres la gobiernan, cinco la componen y siete la hacen justa y perfecta”.
Sin embargo, el símbolo de la colmena fue perdiendo fuerza en la Masonería post-napoleónica, por injerencia de los masones ingleses, que querían enterrar toda vinculación de la Orden con el emperador de Francia. Siendo así, la colmena fue suprimida en Inglaterra y Gales en el año 1813, en el mismo momento que fue fundada la  Gran Logia Unida de Inglaterra.
Una de las primeras referencias escritas a las abejas con relación a la Orden Francmasónica ha sido rastreada en la “Letter from the Grand Mistress” de Jonathan Swift, incluida en la obra de Henry Sadler “Reprints and Revelations”:
“En todos los tiempos y naciones, la abeja ha sido el gran jeroglífico de la Masonería porque destaca entre todas las otras criaturas vivientes. (…) Por esta razón, los reyes de Francia, paganos y cristianos, siempre eminentes francmasones y adoptaron a tres abejas en su heráldica, pero para evitar las acusaciones de idolatría egipcia vinculada a la adoración de las abejas, Clodoveo, su primer rey cristiano, los llamó lirios o flor de lis, en donde, a pesar del camuflaje, aún se sigue observando la figura exacta de una abeja”. (8)

Conclusiones finales
Si descartamos de estas historias todas las politiquerías, todos los tejes y manejes, el tráfico de influencias, el amiguismo y todo aquello que ha contaminado a las órdenes iniciáticas desde hace varios siglos…¿qué nos queda? El símbolo. Si miramos más allá de lo evidente, encontraremos que -detrás de las apariencias- hay algo que resuena. Algo poderoso. Algo que sobrepasa a todos los hombres y las naciones. Es el símbolo, aquel que puede sobrevivir a toda profanación y que puede ser reactivado en todo momento por aquellos que puedan mirar con otros ojos, por aquellos que desarrollen su “captación intuitiva” a fin de “animar los símbolos”, darles nueva vida, devolverles su poder para que su “energía-fuerza” pueda ser captada, interiorizada y convertida en “carne y sangre” (encarnada) para ponerla al servicio de la humanidad.
En los últimos años, los científicos han difundido una noticia alarmante: las abejas se están muriendo en todo el planeta. ¡Qué tristeza y qué lamentable! Pero esto no es casual, claro está. Tal vez la desaparición global de las abejas sea otro símbolo, otra forma de advertirnos de que esta idea de “progreso” que nos han venido metiendo a prepo desde el siglo XVIII es una verdadera falacia y que en esa obsesión por tener más, más y más hemos olvidado muchas cosas.
No hay casualidades en todo lo que nos está pasando en el planeta. No es casual que las abejas estén muriendo, no es casual que Donald Trump sea el presidente de Estados Unidos, no es casual que una manga de asesinos haya sembrado el terror recientemente en Barcelona, no son casuales las corruptelas en Latinoamérica. De casualidad, nada. Debemos entender que, exactamente como afirmó James Hillman“El mundo se ha llenado de síntomas”.

Aún es posible salvar a las abejas. Y aún es posible salvar a la humanidad. Pero para eso no hay que pro-gresar tanto sino re-gresar: rectificar el rumbo y volver a las fuentes.

Fascinado con el maravilloso mundo de las abejas, en una visita a Viña del Mar (Chile). La mejor forma de entender el valor simbólico de las abejas es visitando un centro de apicultura.

“He visto el símbolo de la abeja sobre todo en las tradiciones egipcia y caldea, lo que no parecería indicar un origen hiperbóreo; hay en él sobre todo un sentido que se relaciona con la realeza (el término caldeo sâr significa a la vez príncipe y abeja). Lo curioso, es que el mismo símbolo parece haber sido tomado por los primeros reyes de Francia, pues se han encontrado abejas de oro en sus tumbas, y algunos incluso quieren ver en la figura de la abeja uno de los posibles orígenes de la “flor de lis” (que probablemente reúne en ella varios símbolos diferentes, pero que pueden disponerse sobre un mismo esquema, relacionado con el número 6). Cosa singular, este símbolo de la abeja fue retomado de nuevo mucho más tarde por Napoleón; pero no sé cuáles puedan ser, históricamente, las razones que le condujeron a ello; hay por otra parte, en lo que a él se refiere, muchos puntos bastante enigmáticos… Ahora, puede que, en cuanto a la abeja, todavía haya otra cosa distinta a todo esto: hace algún tiempo me señalaron con respecto a este tema la historia de Aristeo y las abejas en las Geórgicas de Virgilio; seguramente hay ahí alguna cosa que merecería examinarse más de cerca, pero debo confesar que, hasta ahora, no he tenido ni tiempo ni ocasión para ello; tal vez le fuera a usted posible mirar un poco por ese lado, pues me pregunto si eso no tendrá una relación más directa con lo que tiene en vista…” (René Guenón, carta personal a Vasile Lovinescu del 9 de noviembre de 1935).

Imágenes

Homenaje masónico a los Bonaparte

Estandarte imperial de Francia desde 1873 a 1879

Abejas en el antiguo Egipto

Escena masónica cuyo lugar principal está ocupado por el propio Napoleón, montado en un águila imperial

La colmena en un mandil masónico

Abejas bordadas en los atuendos imperiales de Napoleón

Pintura de Grace Scott

Bandera de Elba en tiempos napoleónicos

Logia Bonaparte

Moneda de la Logia Bonaparte fundada (en cronología masónica) en el año 5852

Mandil masónico con José Napoleón y Cambaceres en las columnas, ca. 1805. En el fondo, aparece un templo egipcio

Mandil masónico de la emperatriz Josefina

La colmena como símbolo de un trabajo interior que puede ser exteriorizado por las abejas que trabajan “dentro y fuera”

La colmena en la fuente de inspiración masónica de la Plaza Matriz de Montevideo (Uruguay)

Las abejas y la Flor de la Vida

Curiosidad: al mudarse desde Charlotte a la ciudad de Nueva Orleans, el equipo de la NBA de los Hornets (abejorros) adoptó  como símbolo la flor de lis, atendiendo al origen francés de la ciudad del estado de Luisiana.


Notas del texto
(1) Oficialmente, el emblema oficial del Imperio era el águila, la cual había sido elegida en un Consejo celebrado en junio de 1804. En esa ocasión, según cuenta Andrew Roberts en “Napoleón: Una vida”, “Lebrún llegó a sugerir que se retomase la flor de lis borbónica”, otros prefirieron un gallo, pero el propio emperador afirmó que era “una criatura demasiado débil”. El Conde Ségur apostó por el león, Jean Laumond por el elefante, Cambacérès por la abeja ante lo cual el general Lacuée agregó que ésta “podía aguijonear y elaborar miel”. Napoléon finalmente eligió el león, luego “cambió de opinión y se decantó por el águila con las alas desplegadas, basándose en que “afirmaba la dignidad imperial y recordaba a Carlomagno”, pero “insatisfecho con la elección de un solo símbolo, Napoléon eligió también a la abeja como emblema personal y familiar”.
Es interesante destacar que la persona que impulsó dentro del círculo napoleónico el uso de la abeja fue el notorio masón Cambacérès que -según Clavel- era, del círculo cercano a Napoléon, “el que más se ocupaba de la Masonería, bien fuera que quisiese llenar consciezudamente las funciones que le habían sido asignadas por el emperador, o bien que estuviese animado de un verdadero celo por esta institución. (…) Con efecto, bajo su activa y brillante administración, las logias se multiplicaron hasta el infinito.” Al proponer a la abeja como símbolo nacional, Cambacérès argumentó que el poder de las abejas reside en su trabajo comunitario -como una verdadera república- y que esta labor era posible gracias a la existencia de un poderoso jefe (aunque fuese una reina).
(2) Roberts, Andrew: “Napoleón: Una vida”
(3) Clavel, F.T.B.: “Historia pintoresca de la Francmasonería”
(4) Ambelain, Robert: “Franc-Maçonnerie d’autrefois”
(5) Dice Hilda Ransome en “The Sacred Bee in Ancient Times and Folklore” (1937): “Cuando Ra llora, el agua que cae de sus ojos al suelo se convierte en abejas trabajadoras. Por lo tanto, (…) la cera y la miel se forman a partir de las lágrimas de Ra”.
(6) Aunque varios autores afirman que Alejandro y Julio César pasaron la noche en la Cámara del Rey, no existen fuentes fidedignas sobre esto y seguramente se trate de una leyenda originada en Europa para enfatizar el carácter mistérico del Antiguo Egipto.
(7) Lenormand, Marie-Anne Adelaïde : “Mémoires historiques et secrets de l’impératrice Joséphine”
(8) Citado en Ars Quatuor Coronatorum , vol. XXXVI, editado por W.J. Songhurst
La Alquimia y el Árbol de la Vida
By PHILEAS 
Este artículo fue escrito por el excelente investigador italiano Francesco Boer y mi labor consistió solamente en su traducción. Con esto deseo incluir una nueva sección en el blog, donde incluiré artículos y trabajos que estén en consonancia con elos contenidos de este espacio. Espero que les guste y desde aquí agradezco a Francesco por permitirme colocar este artículo en el blog.


El “Mutus Liber” es un tratado alquímico de 1677, conocido por la casi total ausencia de textos aclaratorios que acompañen sus figuras enigmáticas.
La imagen final representa el ascenso de los sabios al cielo, donde puede ser coronado. En la tierra queda el cuerpo de Hércules, el emblema de la fuerza bruta que es derrotada por el espíritu.
Existen, sin embargo, algunos detalles aparentemente incomprensibles. ¿Por qué el viejo barbado sostiene una cuerda que cae hacia las manos de las dos personas que están la base? ¿Y qué sentido tiene esa escalera cruzada?
La clave decisiva la brinda la corona en la parte superior: es Kether, la séfira de la corona, la cima del Árbol de la Vida de la Cabala. Es posible que algunos piensen que se trata de una casualidad, pero si superponemos esta imagen del “Mutus Liber” con el diagrama del árbol sefirótico, la imagen revela su sentido oculto.
La corona es Kether, los dos ángeles son Binah y Chokhmah. La cabeza humana es Geburah, su base Hod, mientras que la mujer corresponde a Chesed y Netzach; Tiferet está donde sus manos se encuentran y entrelazan. Hércules es Yesod, y es significativo que Malkhut, séfira del Reino, coincida con el escudo de armas heráldico. El Sol es el Ein Sof, el Dios inefable y no manifestado.
Con certeza, el acercamiento entre la cabala y la alquimia no es improbable. Las ideas de la cábala comenzaron a circular entre los pensadores europeos ya en el siglo XV, sobrepasando los ámbitos hebreos y enriqueciendo el esoterismo renacentista. Significativa es, en tal sentido, la correspondencia entre el árbol sefirótico y la cruz, entendida como el Árbol de la vida, Nuevo Testamento Siríaco impreso en Viena en 1572:
Volvamos a la alquimia. Esta imagen rosacruz de principios del siglo XVIII representa la obra que lleva del Chaos Philosophorum al Coelum Philosophorum, el cielo de los filósofos:
El hombre y la mujer representan al Rey y a la Reina de la Alquimia, los dos principios de cuya unión nace el Philus Philosophorum. También en esta imagen se esconde el diagrama del árbol sefirótico:
Como en la imagen de Mutus Liber, la corona corresponde a Kether, y también el hombre y la mujer convocan los mismo sefirot. La vara que sostienen es la conexión entre Geburah y Chesed. Malkhut es el Caos, la materia prima, mientras que en Yesod están contenidos los glifos de los cuatro elementos. Tiferet es el espíritu simbolizado por el águila coronada que abandona el cuerpo. Binah coincide con el Sol, y Chokhmah con la Luna. Por encima de Kether está el nombre divino, que expresa lo inexpresable, Ein Sof.
Es importante destacar que el aspecto cabalístico incluido en las imágenes representa otra nivel de profundización, que no entra en conflicto con el sentido de la Alquimia, sino que lo integra y lo expande. Alquimia y Cabala, en cierto sentido, describen los mismos misterios con diferentes lenguajes.
Autor invitado: Francesco Boer
Traducción del italiano: Phileas del Montesexto


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