Conferencia de Vicente Beltrán Anglada en Barcelona, el 12 de julio de 1980.
Vicente.- Bien, en conversaciones anteriores hemos tratado de describir el proceso de la muerte dándole un sentido muy natural, despojándolo a ser posible de su sentido espectacular, liberándole del miedo, porque el peor de los miedos es el temor a la muerte.
La muerte ha sido considerada hasta aquí como un proceso irreversible, algo que desde luego no puede truncar las aspiraciones de tipo material pero sí las de tipo espiritual en ciertos momentos, por cuanto presupone el cortar de raíz aquellas avenidas que llevan a síntesis, a la vida espiritual. Este es el mayor de los temores, el que la persona piense en un sentido de aniquilación cuando habla de la muerte, de ahí el sentido de temor. Entonces, todo el proceso en torno a la muerte ha sido el activar el sentido vital de permanencia o de
eternidad que es en sí el alma del ser humano, como es también eterna el alma de todas y cada una de las cosas de la naturaleza, entonces, el proceso llevado a su máxima complacencia mística daba como resultado final una síntesis de luz que no todos pueden aceptar íntegramente, debido precisamente a que el temor se ha adueñado del ser humano y hace que la muerte sea considerada como un hecho de aniquilación y no como un hecho de liberación.
El alma es eterna, solamente los vehículos del hombre, los mecanismos a través de los cuales se expresa, son temporales, son periódicos, son impermanentes, y el proceso de la muerte está simplemente en los planos físico, emocional y mental; siendo más concretos, los cuatro primeros subplanos del plano mental, ya que hoy hablaremos del plano causal, que son los tres planos superiores del plano mental, allí ya no existe a partir del cuarto subplano mental, allí la muerte ya prácticamente no existe, existe ya una línea de comunicación, diríamos, iniciática, que conecta al plano mental con el plano búdico y va ascendiendo el alma hasta alcanzar los reinos espirituales de la más alta trascendencia.
Dijimos también, que el proceso de la muerte es un proceso técnicamente de restitución. ¿Qué hay que entender por restitución? Es el proceso de restituir, de devolver a la naturaleza todo cuanto la naturaleza entregó al alma para que pudiera manifestarse en espacio y tiempo. Este proceso de restitución es lo que técnicamente llamamos muerte, pero, en un sentido de que llega un punto en que la restitución se convierte en otra ley, la ley de eliminación, por cuanto restitución pertenece únicamente al nivel físico, en tanto que el proceso de eliminación o de purificación pertenece a los planos astral y mental. Entonces, existe dentro del ser una potencia dormida que tenemos que tratar de descubrir y desarrollar al máximo, que es el sentido de permanencia vital o el sentimiento íntimo de eternidad que está dentro de nosotros. Si nos ponemos en contacto con este proceso místico que tiende hacia la síntesis, automáticamente la muerte dejará de aparecer como algo tenebroso, como algo oscuro dentro de un sentido de restitución pero con aniquilación, será simplemente un proceso de liberación, y la liberación constituirá el tema de nuestra conversación de hoy, porque vamos a hablar más allá de aquello que pertenece al reino de la muerte, vamos a hablar simplemente de vida, vamos a hablar de aquello que está más allá del entendimiento pero que constituye una promesa, porque si existe una promesa del alma del hombre es la de la eternidad, siendo la eternidad la que expresa el sentido de permanencia más el sentido de conciencia, es decir, que la muerte aparece como una aniquilación en tanto que la liberación se expresa como una expansión total de conciencia que lleva a la propia eternidad, en la cual el hombre y Dios constituyen una unidad. Hasta aquí existe una separatividad: el hombre y Dios, y todo el sentido de la evolución es el esfuerzo del hombre buscando a la Divinidad. En este proceso existe lo que podíamos llamar los grados en el Sendero, lo que es la jerarquía espiritual, porque evidentemente dentro de ese Sendero que va hacia síntesis, hacia la eternidad, existen multiplicidad de estados de conciencia y cada uno de nosotros ocupa un lugar establecido, concreto, dentro de la Escalera de Jacob, que va del reino inconsciente de la naturaleza hasta el reino de la omnipotencia divina, es decir, que siempre estamos ocupando un lugar definido dentro de la órbita de la evolución y a esto le llamamos técnicamente, jerarquía. La jerarquía llega el momento en que se hace iniciática, el hombre deja de pertenecer al cuarto reino y se convierte en un ciudadano del quinto reino de la naturaleza, aquel que se denomina místicamente “el Reino de los Cielos”; esto es lo que para mí, constituye la promesa de la humanidad “Cristo en ti esperanza es de Gloria.”
Espero que todos comprendamos que no estamos aquí reunidos simplemente para captar ideas sino que estamos aquí para captar realidades y vivir realidades. Quizá las realidades puedan venir a través de la conciencia, esta conciencia que tenemos separativa, pero es a través del sentimiento de integridad espiritual que el hombre se va acercando progresivamente a la fuente espiritual de todas las cosas, es decir, la Divinidad, o la Potencia Creadora, o la Energía de Síntesis, como ustedes quieran llamarlo. Entonces, existe en todos los planos de la naturaleza desde el momento crítico de la muerte, un sentido progresivo de purificación, un sentido de purificación que en unas personas queda reducido —como en los seres atrasados en la escala de evolución sin afán peyorativo— en los últimos subplanos de cada plano de la naturaleza, y aquí no hay opción a tener una vislumbre de lo que es la luz inmortal del Cosmos, ni saber lo que es la naturaleza divina, está simplemente marcando el compás del tiempo o el tambor del tiempo, está simplemente viviendo una vida vegetativa, pero el hombre moderno —todos somos hombres modernos y mujeres modernas—, estamos tratando de llegar a un punto en el cual aquel sentido de inconsistencia o de inconsciencia del hombre primitivo, se convierta en una conciencia plenamente establecida dentro del orden de la evolución, es decir, una conciencia de integración dentro de la cual la mente que piensa, que ordena, que establece diferenciaciones entre todas las cosas, el corazón que expresa la sensibilidad del hombre hacia todo cuanto le rodea, y el cuerpo físico, se convierten en una unidad al servicio del alma. Cuando se ha llegado a este punto, cuando se ha establecido un contacto entre el hombre mortal y el Ángel Solar, o el punto intermedio de la evolución, del cual hablaremos seguidamente, esta potencia integradora en el plano de la mente causal, entonces, puede decirse que el hombre ha entrado en la corriente. Entrar en la corriente, esotéricamente hablando, significa entrar en un mar embravecido donde no existen pasiones, solamente existe la omnipotencia de la propia Divinidad, es un curso de dificultades por cuanto la corriente tumultuosa de la Divinidad viene hacia nosotros con fuerza avasalladora y nosotros debemos atravesar esta potencia integradora de la Divinidad utilizando el arma del espíritu, de la razón, del entendimiento y de la voluntad, porque luchamos contracorriente, porque la Voluntad de Dios en el centro que llamamos la Raza de los Hombres, todavía aparece ante la vista de los grandes responsables del Cosmos como una potencia que altera y modifica el Plan de salvación de la humanidad, y el hombre que busca la Divinidad está yendo siempre contra la corriente, de ahí que no puede hablarse de dificultades, no puede hablarse de crisis, no puede hablarse de sufrimientos, sin contar con que éste es el hombre que está luchando contra la corriente, es el hombre que está luchando constantemente contra sí mismo, está luchando —al decir contra sí mismo— con todo cuanto hace contacto consigo mismo que es el ambiente circundante, es decir, que cuando se ve a una persona que sufre, y la gente no sabe nunca el motivo de sus sufrimientos, y este sufrimiento está provocado porque marcha contra la corriente, estamos diciendo, o podemos decir íntegramente, que se trata de un iniciado que está buscando en línea recta la propia Divinidad.
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