El
proceso espiritual es un recorrido gradual y contracorriente desde la oscuridad
a la luz, y entendiendo a esa luz como el destino final de todos nuestros
esfuerzos, en ocasiones la Filosofía Iniciática habla de “vestirnos de luz” y
de colocarnos un “traje luminoso”.
En la
Alquimia, después de la etapa inicial de la Nigredo, el cuervo negro deja paso al cisne blanco, es decir que el Alma
después de atravesar territorios tenebrosos termina vistiéndose de blanco,
representando así la victoria de la luz. En alusión al “matrimonio
alquímico” del Azufre y el Mercurio, a veces esta indumentaria luminosa recibe
el nombre de “traje de bodas”, un símbolo recurrente en el esoterismo cristiano
y que aparece en los evangelios, más precisamente en la parábola del banquete
de bodas, cuando Jesús dice: “Entró el rey a ver a los comensales, y al
notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dijo: “Amigo, ¿cómo has
entrado aquí sin traje de boda?” Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a
los sirvientes: “Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera”.
Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mateo 22:11-14).
Vestimentas
blancas
Atendiendo
a esta misma idea de una luz superior que nos va impregnando y tiñéndonos con
la luz más pura y diáfana, muchas escuelas de corte iniciático utilizan
túnicas, mandiles, estolas, collarines o esclavinas de color blanco en sus
rituales, simbolizando tres cosas: la claridad, la pureza de intenciones y la
inocencia.
Los
esenios
En
tiempos antiguos, a los Esenios se les llamó los “Hermanos de
blanco” en alusión a sus vestimentas. Sobre esto, el historiador Flavio
Josefo contó que esta comunidad “considera el aceite como una
mancha, y si uno, sin darse cuenta, se unge con este producto, tiene que
limpiarse el cuerpo, ya que ellos dan mucho valor a tener la piel seca y vestir
siempre de blanco”(1).
Entre
los griegos, la indumentaria para el trabajo iniciático también solía ser de
color blanco porque -según reveló Cicerón– éste era el color que
más reconfortaba a los dioses (2). En verdad, podemos encontrar atuendos de
color blanco en casi todas las tradiciones mistéricas: en Mithra, en
Escandinavia, en Japón, entre los druidas y cabe acotar que esta costumbre
perduró en las escuelas modernas como el Rosacrucismo y la Masonería.
El
delantal que recibe el aprendiz masón en su iniciación ritual es de color
blanco y tradicionalmente se elabora con piel de cordero nonato o recién
nacido, a fin de reforzar la idea de una “nueva inocencia” de
la que mucho hablado Raimon Panikkar en sus obras. Esta “nueva
inocencia” no es otra cosa que un cambio de conciencia, una nueva
forma de contemplar la realidad. Este es el sentido de “volvernos niños” y de
“nacer por segunda vez” que Jesús enseña en los evangelios: “Quien no
recibiere como niño inocente el reino de Dios no entrará en él” (Marcos
10:15).
Dicho de otro modo, a medida que nos hacemos adultos, damos al mundo “por
sentado” y la mente deja de sentirse maravillada: todo lo etiqueta, todo lo
cataloga, estableciendo una barrera infranqueable entre lo “de afuera” y lo “de
adentro”. Esta visión profana de un mundo de “cosas” separadas y de
acontecimientos casuales se hace añicos con la Iniciación (con la verdadera
Iniciación, no con una simple ceremonia que tan solo la representa). Por esta
razón es necesario que volvamos a ser niños y que experimentemos una “nueva
inocencia” que nos permita reencantar el mundo, animarlo, llenándolo de vida y
de magia.
Augoeides
H.P.
Blavatsky decía
que “el augoeides es la luminosa radiación divina del Ego (Yo
Superior), que, cuando encarnado, no es más que su sombra” (3). En
rigor de verdad, el término “augoeides” se refiere a la luminosidad divina que
logra colarse desde lo alto para liberar al Alma de sus sólidos grilletes
materiales y restaurar sus alas. Por lo tanto, la iluminación del Alma no es
otra cosa que la recuperación de nuestra propia luz, una luz que nunca
desapareció del todo.
En un
bello pasaje del evangelio apócrifo de Tomás, Jesucristo
exclama: “Quien tiene oídos, ¡que oiga! Dentro de una persona de luz
hay luz, y él ilumina el mundo entero. Cuando no brilla, hay oscuridad”.
Por lo
tanto, debemos entender esta luminosidad que viene de “arriba” como una luz que
emana desde lo más profundo del corazón llenando de claridad nuestra mirada
para que ésta pueda contemplar un mundo de luz.
“Así
el vencedor será revestido de vestiduras blancas y no borraré su nombre del
libro de la vida, y reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus
ángeles” (Apocalipsis
3:5).
Notas
del texto
(1)
Flavio Josefo: “La guerra de los judíos”
(2) Cicerón, Marco Tulio: “The treatises of M.T. Cicero on the nature of the gods”
(3) Blavatsky, Helena Petrovna: “Glosario Teosófico”
(2) Cicerón, Marco Tulio: “The treatises of M.T. Cicero on the nature of the gods”
(3) Blavatsky, Helena Petrovna: “Glosario Teosófico”
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