Por Karen Berg
El poeta Tagore escribió: “La muerte no es extinguir la luz; es tan
solo apagar la lámpara porque llegó el amanecer”. Mi esposo, Rav Berg,
solía enseñar que la muerte es la ilusión más grande de todas, que
descubriremos que es simplemente cruzar otra puerta. La importancia de la
muerte es indiscutible. Perder a alguien que amamos es uno de los dolores más
grandes de la vida, pero tengo la esperanza de que, con la sabiduría de la
espiritualidad y la Luz
del Creador, podamos ayudar a superar dicho dolor. Tal
y como los kabbalistas han predicho a lo largo de la historia, llegará un día
en el que la muerte no existirá, será eliminada, desaparecerá de nuestro
entorno. Pero ¿acaso la naturaleza no nos está dando indicios de esto? Cuando
las hojas mueren y caen al suelo en el otoño, ¿no aparecen unas nuevas en la
siguiente primavera? ¿Acaso no vemos a nuestros seres queridos que ya partieron
en los ojos de nuestros hijos? Yo considero que la muerte no existe porque la
energía nunca muere, solo cambia de forma. Nuestra alma continúa, aunque el
cuerpo quizá no lo haga. El alma continúa hacia otras encarnaciones, transforma
su ser en nuevas vasijas. Al igual que el agua se convierte en vapor, todo
cambia de forma. Nunca le decimos adiós a nada en realidad, simplemente
cruzamos una nueva puerta, tal y como nos enseñó el Rav. Esta semana podemos
vislumbrar lo inmortal, tocar el sin fin donde la muerte no existe. Somos
revitalizados, renovados y resucitados física y espiritualmente. Estamos vivos
cuando somos un ser en transición, y esta semana entendemos este profundo
secreto.
Nuestra guía y sabiduría de la semana es la porción de Jayéi Sará o la
Vida de Sará. Es la historia del fallecimiento de la esposa de Avraham y del
descubrimiento del alma gemela de su hijo Yitsjak. Sará vivió 127 años. Cada
año de la vida de Sará estuvo lleno de la Luz del Creador. Se dice que luego
reencarnó como la Reina Ester, que gobernó 127 naciones. Avraham y Sará eran
almas gemelas, ambos eran profetas; aunque está escrito que Sará era incluso
mejor profeta que Avraham. Sará era tan justa que hasta los ángeles estaban a
sus órdenes. ¿Una presencia tan grande como ella pudo haberse apagado tan
fácilmente como una vela que es soplada? La respuesta es no. Sará siguió
viviendo aun después de su muerte. Después de que Avraham sepultó a Sará, pidió
a su siervo que viajara para conseguir el alma gemela de su hijo Yitsjak. El
siervo viajó al lugar donde Avraham había profetizado que estaría el alma
gemela de Yitsjak, la encontró y regresó con ella. Su nombre era Rivká. Cuando
Yitsjak la conoció, la llevó a la tienda de su madre y, desde que entró, el
lugar se llenó de Luz. Cuando Sará murió, la Luz en su hogar se había apagado,
pero cuando Rivká se unió a Yitsjak, la Luz reapareció. “Entonces Yitsjak la
trajo a la tienda de Sará, su madre, y tomó a Rivká y ella fue su mujer, y la
amó. Así se consoló Yitsjak después de la muerte de su madre”. Aquí la Torá nos
enseña sobre la transición de la energía y la continuidad de la vida. Yitsjak
fue consolado como si su madre estuviese viva de nuevo, y en efecto lo estaba.
Su energía regresó y, después de todo, la energía de algo es aquello con lo que
nos conectamos. Amamos la fisicalidad de una persona, pero amamos mucho más su
energía; ya que somos más energía que materia. Jayéi Sará nos permite ver
nuestra inmortalidad y ser reconfortados por la infinitud de la vida, aun
cuando parezca lo contrario.
Tenemos la porción de Jayéi Sará para infundir en nosotros la sabiduría
necesaria y la valentía para creer en el gran mundo que está justo por encima
del nuestro. Cuando pasamos a mejor vida, entramos en un plano mucho más grande
que el terrestre. Somos pequeñas lámparas en comparación con la magnitud del
resplandor del Creador. En realidad, nunca necesitamos decir adiós a nadie ni a
nada. La energía no deja de existir, consigue otra vasija en la cual
permanecer. Podemos ver a nuestros abuelos en los ojos de nuestros hijos del
mismo modo en el que vemos nuevas plantas que florecen cada primavera. El amor
que experimentamos nunca muere y nunca tendremos que despedirnos de él. Podemos
encontrarlo nuevamente en el corazón de nuestros amigos, nuestros hijos o en la
luz de un nuevo amanecer. Cuando dejamos este mundo, regresamos a la gran
fuente de energía en donde somos capaces de brillar aún más de lo que podíamos
en la tierra. Cuando Rav Brandwein, maestro de Rav Berg, dejó este mundo, Rav
Berg ciertamente sintió mucha tristeza al principio. Pero poco tiempo después
entendió que ahora Rav Brandwein lo estaba ayudando aún más de lo que hubiese
podido ayudarlo en este mundo.
En tu meditación de esta semana, dirígete a una noche tranquila y
silenciosa al pie de una montaña. Es el momento justo antes del amanecer y has
tenido a tu lado durante toda la noche la calidez y la luz de una hermosa
lámpara. La lámpara ilumina tu área y mantiene al manto de la noche al margen.
La lámpara brilla intensamente, resplandece como un diamante. Justo en ese
momento, en la distancia, comienzas a ver al sol que se asoma en el horizonte.
Llega el amanecer y la luz comienza a brillar a lo largo del paisaje, hace que
los árboles centelleen y las montañas resplandezcan. En cada momento, la luz
del sol se fortalece y provoca una brillante y fresca mañana. Las aves
comienzan a cantar y sientes una alegría indescriptible, sabes que vives un
nuevo día lleno de nuevas posibilidades y bendiciones. Entonces, sin dudarlo,
apagas la lámpara. La luz de la mañana brilla a través del vidrio de la
lámpara, hace que brille aún con más esplendor que en toda la noche.
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